martes, 15 de julio de 2014

Cuento: "Diálogo entre el volcán y el pozo ciego" (Parte I)

CUENTO POR ENTREGAS

"Diálogo entre el volcán y el pozo ciego"

(I) Un día en Compostela

Luis Negro Marco / Ribadesella do Eume


Hace unos días, repasando entre los miles de libros de mi biblioteca, me topé con un título que me llamó poderosamente la atención: Se trataba de una rara edición que adquirí hace ya diez años en el rastro de antigüedades y libros antiguos que cada sábado se abre en la plaza de Cervantes de Santiago de Compostela, junto a la catedral.  Recuerdo que en cuanto lo vi, supuse que algo extraño y apasionante se escondía entre sus páginas. De pequeño formato, aunque voluminoso, y bien encuadernado. Las tapas, de grueso cartón, estaban forradas en un brillante papel de guaflex (muy raro para la época en que fue editado, lo que daba muestra de su valor)  en color marrón caoba. Sus hojas, en papel de cuarto y a imitación del apergaminado, eran de tacto grueso y presentaban el característico color amarillento que solo otorga el paso de los siglos. Sí, aquel libro tenía grabada la fecha de 1833. El mismo en el
Magia y misterio. Las néboas santiaguesas hacen dós
cruceiros fantasmagóricas alegorías que estimulan la
imaginación hacia mundos ignotos en los que reina la
fantasía. Lo mismo sucede al adentrarnos en la siempre
sugerente invitación que implica la lectura de las páginas
de un libro. Más aún si se trata de una rara edición... 

                                                     Foto: Luis Negro Marco
que falleció Fernando VII y en el que (provocada tras su muerte por la legitimidad al trono de España) comenzó la primera de las tres guerras carlistas que a lo largo del siglo XIX desangraron al país. Y aquel libro, precisamente, había pertenecido a un destacado general del Carlismo; Manuel María del Carmen Marco, natural de un pequeño pueblo de la provincia de Teruel, Torralba de los Sisones, a orillas de la mágica y misteriosa laguna de Gallocanta. Un lugar donde los druidas celtas, primero (hace más de dos mil años) y las brujas, después, a finales del siglo XVI, se reunían, llegadas de los más recónditos lugares de la redolada, para celebrar sus secretas ceremonias. En la primera página de aquel pequeño pero intenso libro, la de cortesía, se hallaba el ex libris del general, en el que figuraba su firma, legible, apoyada en el lema: “
Historia magíster vitae est”, y las letras y números romanos entrelazadas: C. VII (Carlos VII). Pregunté por su precio, y me quedé sorprendido: “ocho euros”. No lo dudé y pagué al contado al librero, quien, al tiempo que me entregaba "la joya literaria" dentro de una bolsa de plástico, introducía en una caja de latón, y sin reparar en mí su mirada, sus pingües ganancias. Antes de volver a casa para deleitarme con la lectura del libro, y como acostumbro, de vez en vez, me escurrí entre las callejuelas que cortejan a la catedral compostelana. Hasta que desemboqué (no sin intención, claro está) en la taberna del “Gato Negro”. Allí, sobre la eterna barra de formica, recliné mi codo, y con la mirada llamé la atención del dueño, quien en seguida me atendió. “Unha cunca de viño blanco, por favor”.
Aquel libro había pertenecido a un afamado general
carlista que había participado en las tres guerras
civiles que asolaron a España durante el siglo XIX.
Manuel María del Carmen Marco, había nacido en
la localidad turolense de Torralba de los Sisones.
Murió pocos años después de acabada la III Guerra
Carlista, en las postrimerías de la decimonónica
 centuria que marcaría el destino actual de España.-

Foto: Archivo: L.N.M.
Marchando, con  una tapa de sardinha en lata con pemento vermello picante e pan de trigo dó lugar
”. Pido “El Correo”. La portada está manchada de huellas de aceite de sardina. Y las hojas rezuman un olor a húmedo y alcohol de vino y fritanga de raxo. Tomo un sorbo de la taza y antes de que se cuele por mi gaznate, bamboleo el trago entre mis mofletes. ¿barrantes, ribeiro? La verdad es que me da igual. Me gusta el ambiente de las tascas santiaguesas. Tienen el sabor de antaño, de un pasado no tan lejano pero que se va difuminando, como los hermosos frescos en las paredes de los monasterios abandonados. Ruinas de antaño. Edificante destrucción ilustrada que hizo de la religión cristiana la  amenazante tarasca del progreso. Necia labor desamortizadora que convirtió a los ricos liberales y potentados tradicionalistas en señoritos y caciques, y a los campesinos en siervos. Apuro la taza y salgo a la rúa do Franco, en dirección a la plaza del Obradoiro. Allí, un numeroso grupo de jóvenes Scouts portugueses, que acaban de hacer el Camino, lucen orgullosamente sus insignias, banderas y estandartes y entonan en corro canciones de campamento. Como dijo Baden Powell, ¡”Siempre listos”!. Mis pies van más deprisa que mi mente y me llevan en volandas hacia la iglesia de San Francisco, y de allí, tras empinada cuesta abajo, hasta el lago del Auditorio. Una vez en su orilla, en un rincón del estanque, una pareja de cisnes se afana en la lección de arquitectura diaria que ofrecen a los asombrados viandantes: Están construyendo un nido enorme para su prole hecho de ramas, plásticos y desechos, que han modelado, en magistral forma circular, a golpe de pico y cuello. Mientras la hembra da calor, indiferente, a los huevos, el macho, a su lado, y en dirección contraria a la de su compañera, otea los alrededores de su obra en busca de cualquier elemento flotante que pueda servirle para acabar de terminar su magnífica vivienda. Sin darme cuenta, me he quedado mirando, medio boquiabierto, a este par de prodigios de la naturaleza, pensando en lo poco que valoramos a las aves que ni hilan ni tejen, pero que nos superan en tesón y confianza ante las adversidades de la vida, haciendo de la basura un hogar de belleza. Enfrascado en estos pensamientos, y con la bolsa que contiene mi joya literaria en mi diestra, he llegado hasta la carballeira dedicada a José "Zeca" Afonso". Portugués, su canción "Grándola Vila Morena", fue la señal (una vez difundida por la radio) para que los militares del país dieran comienzo a la "Revolución de los Claveles". Un símbolo por cuanto los civiles se echaron a las calles y las mujeres ponían claveles en los cañones de los fusiles de los soldados, trocándolos por las balas.  Y mientras atravieso la carballeira dedicada a "Zeca" Afonso, pienso: ¿cuántos años tendrán los venerables robles  que dignifican con su presencia y frescura mi caminar? ¿doscientos años, quizás trescientos? ¿Durmieron ya bajo la sombra de sus hojas y ramas los cansados soldados de Napoleón una vez hubieron vencido en A Coruña a las  tropas inglesas -los Green Jackets del general Moore?...  
          CONTINUARÁ.-    Próximo Capítulo: On the road         

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