jueves, 17 de julio de 2014

Cuento: "Diálogo entre el Volcán y el Pozo ciego" (Parte II)

CUENTO POR ENTREGAS

"Diálogo entre el volcán y el pozo ciego"

(II) On the road

Era un día de finales de junio de 1992. Nos habíamos citado en “El Universal” de Zaragoza, al lado de la plaza de San Francisco, junto a la Universidad de Zaragoza, aquella que fundara ya en el siglo XVI el clérigo de Fonz, Pedro Cerbuna Negro. Una discretísima estatua en bronce,
Luis Negro Marco 
Ribadesella do Eume
semioculta tras un seto, recuerda, junto a la Facultad de Filosofía y Letras, la figura del meritísimo oscense. “El Cerbuna”, el Colegio Mayor de la Universidad, lleva también su nombre, pero a buen seguro que serán muy pocos los universitarios inquilinos de la residencia quienes podrán decir el porqué del nombre del edificio que les proporciona alojamiento, comida y bienestar. Gabriel Sopeña llegó con su disco bajo el brazo: “Otro lugar bajo el sol”, con un gallo en su portada. Me habló de Jack
 kerouac y de la generación Beat de la juventud americana de los años cincuenta. "Anagrama" acababa de editar una nueva edición del libro que marcó a toda la generación: “En el camino” ("On the road"). El disco iba acompañado de todas las letras de las canciones y alguna cita bíblica. Una, del Eclesiastés: “Encontraré otro lugar bajo el sol”. Esa era la esencia de la generación Beat. Recorrer cada día en un viejo Chevrolet las infinitas carreteras de los desiertos californianos; viajar de Este a Oeste por los Estados Unidos. Deambular, conocer, cada día a personas diferentes; trabajar dos o tres jornadas hasta recaudar lo suficiente para la gasolina; decir adiós y continuar el viaje. Escapar de la cárcel del afecto y la morriña, como quien es consciente de que no puede haber en la vida mayor estabilidad que la que proporciona el cambio constante. Al fin y al cabo ¿no es lo que ocurre con nuestro propio Planeta? ¿Qué sería de la vida si 
la Tierra dejase de girar a 30.000 kilómetros por hora alrededor del Sol? ¿No es precisamente este movimiento constante el que proporciona estabilidad a nuestras vidas? La rutina diaria, exenta de la esencia del amor, no es el mundo real, sino el de la ficción construida con los ladrillos de la ignorancia, y amalgamada con el cemento de la pusilanimidad. “On the road again”,  el clásico de la carretera de Willie Nelson. Siempre es agradable escuchar esa canción. Rock amable con la esencia del blues negro africano.  Si lo pensamos bien, aquello a lo que llamamos nuestra identidad, y nuestras tradiciones, no serían nada sin la diversidad que las conforman. Y los estudios genéticos lo corroboran. Incluso nuestro ADN es muy similar al de una lombriz, y en caso de trasplantes, ciertos órganos de los cerdos no generarían en nosotros ningún rechazo en casos de vida o muerte. Y si así ocurre entre nosotros, los humanos y el resto de especies animales del planeta, cuánto más entre la Humanidad. Necesitamos estar en la carretera para sentir la alegría de vivir. Y aquí viene otra de las grandes paradojas de nuestra existencia: No precisamos salir de casa para estar “en el camino”, es decir, para experimentar nuestro diario peregrinar hacia nuestra meta. Basta con tener la consciencia de que por el mero hecho de existir, las personas somos

infinitamente felices, y que nuestra infelicidad radica, precisamente, en no ser conscientes de nuestra innata felicidad. Camino y consciencia, peregrinaje y sabiduría, acciones y bondad, en suma, Verdad y Amor. Ahí está la clave que sostiene la bóveda de nuestras catedrales personales. Pues cada persona, desde el momento en que nace es en sí misma un templo de la divinidad. Nacemos pues, con una responsabilidad: la de ser felices. Y estamos dotados de una herramienta fundamental para llevarla a cabo: la libertad. Responsabilidad implica respeto por nuestro hermoso templo, es decir, por nosotros mismos. Y la libertad sería imposible sin la sabiduría. No la de los
Azul, amarillo, verde, ocre y rojo. Cielo, tierra y vegetación
Foto: Luis Negro Marco
libros de texto, sino la del sentido común. Aquella que nos hace ver con claridad que nuestra libertad termina, justo donde empieza la de quien tenemos a nuestro lado, y que nuestras relaciones (las personas no seríamos nada sin la sociabilidad) deben fundarse en el respeto y la tolerancia. ¡Vaya! ¡Pero este cuento que ya va por su tercera página, lleva por título “
Diálogo entre el volcán y el pozo ciego” y… parece que aún no se ha hablado nada en él ni de volcanes ni de pozos ciegos… ¿O quizás sí?... Por cierto, el cuento comenzaba también con un libro comprado en un rastro de antigüedades en Santiago de Compostela. Y… hasta ahora aún no he citado el titulo del libro que fue impreso en 1833: “Las ruinas de mi convento”.                              CONTINUARÁ...                                                                        

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