viernes, 16 de enero de 2015

La vida, la libertad y dignidad de las personas son los valores que dan sentido a la existencia de la Humanidad



El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel

El miedo a la libertad

Luis Negro Marco / París

 El filósofo alemán Erich Fromm (1900-1980) publicó en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, un libro que se adentraba en las entrañas de los totalitarismos, y que ejemplificó en la Alemania de Hitler. El miedo a la libertad se centra en los mecanismos de la psicología humana que conducen a comportamientos en la conciencia colectiva de las sociedades, por los que se produce una renuncia consciente a la personalidad individual en favor de la obediencia ciega de las masas hacia un líder superior, cuyas normas y directrices se acatan disciplinadamente por muy contrarias que sean a la razón, el más elemental sentido común, y los derechos fundamentales de las personas.

 Tras la Revolución francesa de 1789, Maximilien Robespierre (1758-1794) instauró en Francia, y por unos meses, el régimen del Terror, durante los cuales ejerció una brutal represión contra los ciudadanos que consideraba no afines a los principios revolucionarios. Y lo mismo hizo Lenin tras la Revolución rusa de 1917, convencido de la necesidad de instaurar el terror de masas para construir el orden revolucionario. Y la historia se volvió a repetir en la Italia de Mussolini,  la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin y también en la China de Mao, o más recientemente, en la Camboya de Pol Pot.

 En aquellos totalitarismos, el cosmopolitismo, y la actividad intelectual no acorde con los postulados oficiales se consideraban no solo decadentes, sino susceptibles de constituir una amenaza para su desarrollo. Holocausto y genocidio, son dos palabras siniestras pero indisociables de la historia  del siglo XX en Europa. Lo sufrió el pueblo judío a manos de los nazis; el armenio por los turcos, en los inicios de la Primera Guerra Mundial; y anteriormente en el Congo, el rey Leopoldo II de Bélgica (1835-1909) instauró una inhumana política colonial en el país africano que causó la muerte a más de tres millones de personas. Y en el mismo país (ahora con el nombre de República Democrática del Congo) las mal llamadas guerras entre hutus y tutsis, que afectaron también a las vecinas Ruanda y Burundi, provocaron el mismo drama humano entre 1996 y 2003.

 Y si hemos sabido de la existencia de estos criminales hechos que manchan la dignidad de toda la Humanidad, ha sido a través de los medios de comunicación que han buscado la verdad de los acontecimientos más allá de las versiones oficiales de los despachos de los gobiernos. Porque tal y como declaró en 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas: "fomentar la libertad de prensa en el mundo es reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática".  Por eso proclamó el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa, fecha que se eligió en conmemoración de la declaración de Windhoek (Namibia), firmada el 3 de mayo de 1991, sobre la necesidad de una prensa libre, independiente y pluralista.

 Se atribuye al pastor Martin Niemöller (1892-1984) el célebre poema titulado “Cuando los nazis vinieron por los comunistas”, en el que se aprecia cómo el terror ejercido por los nazis causó el efecto que deseaban: crear un estado de miedo en las personas que las despojara de toda dignidad para convertirlas en auténticos robots ajenos a cualquier sentimiento de amor, ternura o compasión. Por eso finaliza así el poema de Niemöller: “cuando vinieron a por mí ya no había nadie que me pudiera ayudar”.

 España ha sufrido durante cuarenta años el terrorismo de ETA y los GRAPO, y el próximo 11 de marzo se cumplirán los once años de los atentados perpetrados por un grupo de islamistas radicales que segaron la vida  en la estación ferroviaria de Atocha, en Madrid, a 198 personas y dejaron heridas a otras 1858. En las sociedades democráticas y modernas de nuestros días, la vida es un derecho sagrado y fundamental de todas las personas, y no solo de las que forman parte de ellas.  Por ello sus estados deben velar no solo por el bienestar y la garantía de las libertades individuales de sus ciudadanos, sino también expresar y materializar ese compromiso a través de su contribución activa en favor de la paz y  la dignidad de las personas, y de manera especial de aquellas que habitan en los países pobres y sufren las guerras.

 El reciente asesinato de 17 personas en París en venganza por una caricatura de Mahoma publicada en el periódico semanal “Charlie Hebdo” (su autor y director del medio, así como otros diez periodistas de la revista fueron los primeros en ser asesinados)  ha devuelto la actualidad al anteriormente citado poema de Niemöller. Los  tres asesinos que finalmente fueron abatidos por la policía francesa, declararon ser miembros de las organizaciones terroristas de Al Qaeda del Yemen y del Estado Islámico, con  su brutal presencia en Siria e Irak. Un terror que en la misma semana en que se producían los atentados de París, provocó la muerte a alrededor de dos mil personas en Nigeria, a causa de varios atentados perpetrados por la organización terrorista, también islamista, Boko Haram;  la misma que secuestró hace ya casi un año (sin que hayan podido ser rescatadas aún y devueltas a sus familias) a más de trescientas niñas y mujeres cristianas del país africano. El silencio ante estos acontecimientos, hubiera significado la victoria de los terroristas que habrían infundido de nuevo el miedo a la libertad en las personas. Pero la respuesta  social ha sido de inamovible y robusto compromiso con los valores e ideales de la democracia: “Je suis Charlie”.

 El intelectual egipcio Nasr Hamid Abu Zayd publicó en España –un año antes de su muerte, ocurrida en 2010– un interesante libro que llevaba por título: “El Corán y el futuro del Islam”. Una obra en la que el escritor y filósofo árabe afirmaba que el significado práctico y político de una religión no puede encontrarse en el texto mismo de sus escritos sagrados, sino en la correlación entre el texto y sus etapas históricas, es decir en la búsqueda constante de la armonía entre fe y modernidad. Asimismo, hay que tener en cuenta que la experiencia religiosa de la vida es indisoluble del sentimiento espiritual y  del concepto de lo sagrado, de la búsqueda de la verdad. Y el terrorismo es, por definición, contrario a la verdad y la vida, y por ello ajeno a cualquier religión y sentimiento sagrado, pues la violencia y la muerte están en el extremo opuesto al concepto religioso de Dios, que es el amor. Y no hay otro camino hacia Él que el de la reflexión, entendimiento mutuo y la reconciliación. 


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