El independentismo catalán, anacronismo del pasado frente a
los paradigmas del presente
Luis Negro Marco / Buño
«La sola existencia de un pleito
nacionalista, quiere decir que hay una personalidad que tiene derechos y
prerrogativas detentadas por otro, o sea, un agravio comparativo». La frase anterior –aunque bien podría serlo– no ha sido pronunciada por ningún político independentista
catalán en fechas recientes. Pudieron escucharse el 8 de enero de 1923, por boca
del político catalán Francesc Cambó (1876-1947) en el transcurso de su
conferencia inaugural del Casal nacionalista de la Barceloneta. Cambó
había fundado en 1901 la
Lliga Regionalista
de Cataluña, que en junio de 1906 entraría a formar parte de la coalición Solidaritat Catalana, en la que estaban
también integrados carlistas y republicanos. El triunfo aplastante de la
coalición en las elecciones de 1907 significó la ruptura definitiva del turno
de partidos (liberal y conservador) en el Gobierno de España. Un sistema
político viciado, y que, de alguna manera había institucionalizado la Constitución española
de 1876.
De este modo, la crisis económica y social por
la que atravesó España en 1917, llevó a los diputados y senadores por Cataluña,
a reunirse el 5 de julio de aquel año en Barcelona. Un encuentro en el que se
acordó pedir al Estado su reorganización, de acuerdo a un régimen de
autonomías, expresando al Gobierno de España (entonces bajo la presidencia de Eduardo
Dato: 1856-1921) que en caso contrario, se convocaría a todos los senadores y
diputados españoles a una Asamblea extraordinaria, en Barcelona, para dos
semanas después. Ante la respuesta
negativa del Gobierno, el 19 de julio tuvo lugar en Barcelona la anunciada
Asamblea de parlamentarios, pero los trabajos de sus tres comisiones quedaron
inconclusos, al ser disuelta por la fuerza pública. De no haber sido así,
aquella fecha pudo haber sido de gran transcendencia para el futuro de España.
El propio Francesc Cambó lo expresó en 1920: «La Asamblea de parlamentarios sirvió para desvelar a los
antiguos partidos políticos que no tenían fuerza para gobernar, pero sí para
evitar que otros gobernaran. Su único mal fue iniciar una revolución sin
finalizarla».
Posteriormente, las propuestas de paz para
poner fin a la I Guerra Mundial,
formuladas en enero de 1918 por el presidente estadounidense Woodrow Wilson
(1856-1924) –y en las que entre otros puntos abogaba por la oportunidad para el
desarrollo autónomo de Austria y Hungría, así como
por la concesión de garantías para la independencia política y la integridad
territorial de todos los Estados, grandes o pequeños–, sirvieron de
base para las reivindicaciones formuladas por catalanistas, galleguistas y
nacionalistas vascos en demanda de sus derechos diferenciales (principalmente basados
en el idioma) respecto al resto de regiones de España. La notable influencia
que aquellos sectores lograron tener en la opinión pública española, fue decisiva
para que, durante la II
República , Galicia, Cataluña y País Vasco redactasen sus respectivos Estatutos de Autonomía.
Pero quedaron frustrados tras el estallido de la Guerra Civil en julio
de 1936, y la posterior instauración de la dictadura franquista. No
obstante, y debido al apoyo prestado por
el carlismo navarro y alavés a la sublevación de 1936, Franco mantuvo los
fueros aún existentes en dichos territorios. No así los de las provincias
vascas de Guipuzcoa y Vizcaya, que le habían sido hostiles durante la guerra.
Finalmente,
la Constitución
española de 1978, compensó de algún modo a estas comunidades “históricas”,
incluida Andalucía, mediante la vía de acceso rápido al desarrollo
pleno de su proceso autonómico, a
través del artículo 151, utilizando el resto el artículo 143. Pero lo
sustancial es que la
Constitución permite alcanzar el mismo nivel
de competencias a todos los territorios del Estado, pues todos los españoles
somos iguales ante la ley.
Lo curioso de este repaso a ciertos
acontecimientos de la
Historia reciente de España, es que si se comparan con los
que ahora se están produciendo en Cataluña,
se pueden contemplar como un déjà vu ya que guardan una sorprendente
y extraña similitud con aquellos. De manera que el nacionalismo político
catalán demuestra no haber evolucionado apenas respecto a los planteamientos
que esgrimió durante el primer tercio del siglo XX. Un hecho ciertamente
anacrónico, puesto que los paradigmas nacionales e internacionales a nivel
económico, social y geopolítico, son completamente distintos respecto a los de entonces.
Y en cuanto al recurso a la Historia , cabe recordar que la pérdida de fueros,
privilegios, prácticas y costumbres, conforme se afianzó la monarquía unitaria
en España, no solo afectó a Cataluña (le fueron derogados en 1716 por decreto
del rey Felipe V). Aragón –bajo la corona de cuyos reyes estuvieron Cataluña,
Mallorca, Murcia, Valencia, Nápoles y Sicilia– perdió los suyos en 1591,
primero, y definitivamente en 1711, al igual que Valencia. Navarra perdió sus
fueros en 1836 tras la Primera
guerra carlista, de manera similar a como le ocurrió después al conjunto de
las provincias Vascongadas, en 1876, al
término de la tercera, por su apoyo al derrotado pretendiente carlista Carlos
VII.
No existen pues singularidades ni agravios
históricos entre comunidades. Por el contrario, sí los existen en cuanto a
personas, y en asuntos tan esenciales como la sanidad. Resulta inconcebible, y
contrario a lo establecido en la propia Constitución española, que a día de hoy
no exista aún una tarjeta sanitaria única en todo el Estado español, y que los
protocolos sanitarios discriminen a los pacientes según su comunidad de origen.
E igual de inconcebible resulta que el Estado no haya aún podido garantizar la
enseñanza en español, la lengua común, en todas las escuelas del país. España
es una nación integrada en la Unión Europea ,
pero con una tasa de paro que afecta al veinte por ciento de su población
activa; un país en el que millones de personas (nacionales e inmigrantes) sobreviven
cada día con un salario, e incluso sin él, muchas veces por debajo del mínimo
interprofesional. Y como ciudadanos integrantes de este Estado, –aunque ahogada
su voz por la desesperanza– también tienen derecho a expresarse y decidir, sin
exclusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.