viernes, 25 de diciembre de 2015

El espíritu de la Navidad, es el distintivo del ser humano, el ideal de la civilización


Luis Negro Marco / Santiago de Compostela

 La lengua, al igual que las palabras, son entes vivos y dinámicos, en constante evolución. De este modo, hace más de un siglo, la palabra «navideñas», venía a designar  al conjunto de frutas que se conservaban de manera especial (ciruelas, uvas, higos, melocotones) para ser degustadas durante las Navidades, porque además era aquella palabra, en plural, la que se usaba con preferencia a la de «Navidad».

 Asimismo, la palabra «turrón», tenía en el siglo XIX, el significado principal de piedra, de manera que «turronada», era el golpe que uno recibía propinado con una piedra. Y quizás porque un dulce típico español (hecho con almendras, piñones, avellanas y nueces, tostados y mezclado con miel y azúcar) era duro como una piedra, recibió también el nombre de «turrón», mientras que la costumbre de comerlo por Navidad no se generalizó hasta el siglo XX. Eso sí, como a nadie la amarga un dulce, la expresión «tener un buen turrón», hacía referencia a quien accedía al desempeño de un buen puesto en la administración pública,  lo que equivaldría ahora a aprobar una buena oposición. 

 Y ya que en dulces navideños andamos embolicados, sobre el mazapán habrá que decir que se trata de una pasta esencialmente hecha de almendras, y azúcar y que con este nombre, se designaba, hace más de un siglo, al pedazo de miga de pan con que los obispos se enjugaban los dedos untados del óleo que habían usado para administrar  el bautismo a los príncipes. Por lo regular, aquel mazapán de misa se presentaba revestido o envuelto en una tela de fino encaje, o en el interior de un bizcocho cilíndrico y perforado en el centro.

 Asimismo, la Navidad entrañaba un doble motivo de júbilo y alegría, ya que en muchos contratos se estipulaba que “los pagos extraordinarios se le harán por Navidades y por San Juan”. La Navidad se usaba también como cómputo de tiempo, y como decía el refrán: “No alabes ni desalabes hasta siete Navidades”, lo que venía a decir que era bueno suspender el juicio acerca de las personas o cosas, hasta que la experiencia permitiese conocerlas mejor.

Belén de terracota. Bamenda (Camerún). Composición: Luis Negro Marco
En cuanto al belén, se decía figuradamente que había uno en cualquier sitio en el que hubiera gentío y mucha confusión. Y cuando alguien andaba despistado se decía de él que  «estaba en Belén», o que estaba «bailando en Belén». Y en cuanto a la tradición de poner el belén en iglesias y hogares, fue el rey Carlos III quien la institucionalizó, en el siglo XVIII. Así, los belenes de la época –procedentes en sus orígenes de talleres napolitanos– recreaban no solo al Niño Jesús, la Virgen y los Magos, sino también a las clases populares (pastores, panaderos, alfareros, carpinteros, herreros…), insertando de este modo al pueblo en el centro de la representación artística y religiosa, cual estática obra de teatro. De manera que las Navidades, eran y son unas fiestas entrañablemente populares.

 Por ello es lógico que las composiciones musicales características de la Navidad fuesen entonces y sigan siendo, los villancicos (también llamados «villancejos», y «villancetes»), en cuya raíz se encuentra la palabra «villa», que eran el núcleo de población en donde vivía el estado llano, a diferencia de hidalgos y nobles que habitaban en las ciudades. 

 Y en cuanto a la lotería de Navidad, se trata de una tradición heredada de los romanos, pues ya se jugaba en Roma desde el siglo I antes de Cristo, durante las Saturnales –fiestas del solsticio de invierno–, las cuales tenían su punto álgido el 27 de diciembre. La lotería de los romanos consistía en el reparto de una cantidad de billetes entre los invitados a las celebraciones, quienes ganaban algo de importancia o de mérito en el caso de ser favorecidos por la suerte.

 Pero el precedente más inmediato a nuestra lotería de Navidad se remonta –al igual que la tradición belenista– al siglo XVIII, y habría sido introducida por el monje Celestino Galiano, hasta que en 1763 se estableció en Madrid la “Real Lotería Primitiva”, en beneficio de establecimientos benéficos. Consistía entonces el juego en una serie de sorteos –extracciones– en cada una de los cuales se agraciaban por suerte 5 números de un total de 90 que entraban en juego; el jugador proponía la suerte o suertes preferidas tanto en números como en premios –promesas– y pagaba su billete –cédula– de participación, con arreglo a las tarifas establecidas según un Real Decreto.

 Siempre se ha dicho que el 22 de diciembre es el día de la lotería de Navidad y el de la salud (ya que ricos no somos, salud que tengamos), y si que nos toque el gordo es una lotería, también lo es la alegría única e irrepetible de vivir. Y lo verdaderamente deseable es que el espíritu de paz y solidaridad que emana de estas fiestas, toque a todos los corazones. Un deseo: “Que el espíritu de la Navidad nos acompañe en cada instante de nuestra vida”.

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