martes, 1 de noviembre de 2016

De cuando la invención de un mito sustituye a la realidad de la Historia

La Leyenda negra creó el mito de una nación española atrasada y gris, preocupada por la religión y la muerte

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

 El poeta español Pedro Espinosa (1582-1650) fue el autor de Arte de buen morir. Una obra en formato de cuento en el que un mercader extraviado en el monte se encuentra con un ermitaño al que pide que le enseñe el arte del bien morir. La narración se divide en siete textos básicos, uno para cada día de la semana, a los que siguen otros sobre el infierno, la gloria, el propósito de enmienda y el acto de contrición. Esta obra se aconsejaba como lectura para los niños en las escuelas hasta finales de la España decimonónica,  y se tenía como libro escolar una vez superado “el Catón”.

 Que se instruyese a los niños españoles sobre el arte del buen morir y no  sobre el del bien vivir, así como el hecho de que el rey Fernando VII restableciese mediante decreto el Santo Oficio (la Inquisición) en 1814, no pasaron inadvertidos a la afilada pluma de los historiadores extranjeros que, una vez derribados los cimientos ideológicos que sustentaban el Antiguo Régimen –tras la Revolución francesa de 1789– se lanzaron  a acrecentar la Leyenda negra que, desde dos siglos atrás, las monarquías europeas habían proyectado sobre España.

 Así, el escritor y político francés Edgard Quinet (1803-1875), consideró a Felipe II como  «el monarca inflexible de una sociedad muerta, aislado en su Escorial, sepulcro húmedo y tenebroso», añadiendo: «Todo el esplendor de Tiziano y Rubens nada pudieron hacer por que la vida circulara a través de la mirada de Felipe II». Y Por si la anterior oración fúnebre hacia el Austria español no hubiese sido lo suficientemente elocuente, apuntillaba Quinet en Mes vacances en Espagne: «Desgraciadamente la monarquía española se ha acostumbrado desde hace tres siglos a considerar la muerte como estado normal y oficial de la Península».

Monasterio del Escorial, mandado construir por Felipe II, se comenzó a edificar en el año 1563. Las obras concluyeron en 1584.- Foto: Luis Negro
 Por su parte el historiador francés Henri Hauser (1866-1946), en la Prépondérance espagnole, 1559-1660, decía respecto a Felipe II: «En junio de 1571, en una macabra procesión, en ese desierto de piedras [el Escorial] transportó [el rey] ocho féretros –los del emperador Carlos, las reinas difuntas, y los infantes– hasta el sepulcral edificio, en el que había decidido reposar él mismo, gran parte del año». Una descripción que según el historiador francés Jean Fréderic Schaub, trataba de definir la acción política de Felipe II como un dispositivo funerario, mientras que la procesión y el panteón real del Escorial convertían la muerte como el corazón vital de la política española.

 Pero es que hasta el propio literato y político español Ángel Ramírez de Saavedra (Duque de Rivas –1791-1865–), en sus Romances Históricos escribió: «Cuando el Ser Supremo llamó a su presencia a Felipe II, éste se encontró allí junto a su secretario, Antonio Pérez». Y es que el aragonés (por lo demás, un destacado escritor), en su huida de la cólera del rey, buscó primero el amparo de la corona inglesa y posteriormente la de Francia, país en el que murió en 1611. Y las revelaciones de importantes secretos de Estado, que hizo Antonio Pérez a sus monarcas anfitriones, a buen seguro que constituyeron el andamiaje necesario sobre el que aquéllos construyeron la Leyenda negra sobre la monarquía española y su actuación en la América hispana.

 Pero fue sobretodo en el siglo XVIII (el de “las luces” y el de la Ilustración) en el que mayor esfuerzo apologético hicieron los Estados europeos para su difusión, ejemplificado este esfuerzo en el escritor francés Nicole Masson de Morvilliers (1740-1789) y el feroz artículo que publicó en 1782 (en la Encyclopedie Méthodique) contra España y su monarquía. Artículo que sin embargo consiguió el insólito hecho de que los sectores conservadores y progresistas españoles se unieran (tan solo por una vez) para hacer frente común a tan infundadas denuncias.

 Incluso el escritor francés René de Chateaubriand (1768-1848), destacado católico, escribió en
Dependencias, jardines y sierra de El Escorial.- Foto: Luis Negro
sus Memorias de ultratumba respecto a Los Sitios de Zaragoza: «No se esperaban [los soldados franceses] encontrarse con esas sotanas a caballo, como dragones de fuego, sobre las vigas ardiendo de los edificios de Zaragoza, cargando las escopetas entre las llamas, acompañados por mandolinas, boleros y el réquiem de la misa de difuntos».

 Una vez más la muerte apocalíptica como identitaria de lo hispano, cuyo mejor y genial narrador en crónica pictórica fue Goya en su cuadro “Los fusilamientos del 3 de mayo”. El horror de la muerte, en los rostros de miedo de personas inocentes, cuyas vidas han sido o están a punto de ser fríamente arrebatadas por las balas. Corazones convertidos en sepulcros, en cuyos epitafios, según vislumbró Larra en 1836 en la Noche de Difuntos se podría leer: “Aquí yace la esperanza”.

 Pero lo más insólito, sin duda, ha sido la interiorización, teniéndolo como real,  que los propios españoles han hecho de la invención del mito de la Leyenda negra –o de la España en negro–, considerado en muchos sectores de la vida intelectual y política de nuestro país como un rasgo típicamente definitorio de lo español. Así se cuenta  la Historia.

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