Los reyes de la Corona de Aragón figuran entre los
primeros y más firmes defensores del culto a la Inmaculada Concepción, al igual que posteriormente los
Austrias y Carlos III
Luis Negro Marco / Historiador
y periodista
Bien podría
decirse que el puente de la Inmaculada es para los españoles el comienzo del
período navideño. Desde la llegada de la democracia, el día de la Constitución
y el de la Inmaculada conforman un sólido binomio festivo, coincidiendo –con
tal solo un día de por medio– una celebración civil (el día de España, el de la
fiesta de la democracia), con otra de carácter religioso, pero que siglos
atrás, estuvo muy vinculada a la monarquía hispana.
No fue hasta
el 6 de diciembre de 1661 cuando el papa Alejandro VII promulgó la bula “Sollicitudo Omnium Ecclesiarum”, en la
que se reafirmaba la doctrina y culto de la
Inmaculada Concepción de María. Un hecho que satisfizo especialmente a la monarquía
hispana, representada entonces por el rey Felipe IV, quien desde el comienzo de
su reinado los había impulsado. Sin embargo, aquella bula papal sobre la
inmaculada concepción de María, no alcanzaba todavía la categoría de dogma, y hubo
aún de transcurrir un período de casi dos siglos, hasta que, el 8 de diciembre
de 1854, Pío IX lo declaró mediante la
bula “Ineffabilis Deus”.
"Inmaculada Concepción". Óleo sobre lienzo del pintor español Acisclo Palomino (1656-1726). Museo Calasancio (Madrid).- |
Reinaba entonces en España Felipe IV, muy
precisado por mostrar una imagen de fortaleza, de la que en realidad carecía,
pues estaban en juego no solo los reinos y posesiones españolas en el
continente, sino también las provincias de América y Asia (Filipinas, Guam y
Las Carolinas). De manera que, en tan serio trance, la religión se vislumbró
como un gran instrumento de propaganda para ambos bloques en liza. De ahí que
frente a la consideración humana de María por parte de la iglesia reformada, la
casa de Habsburgo reinante en España defendiera la divinidad y pureza de la
Virgen. Un argumento, por otro lado, coherente con lo que siglos atrás habían
defendido los reyes de la Corona de Aragón. Fue el caso del monarca Jaime I de
Aragón, quien prestó todo su apoyo a San Pedro Nolasco en su proyecto
fundacional de la Orden de los
Mercedarios, cuyo hábito blanco hace referencia, precisamente, a la pureza
inmaculada de la Virgen. Y lo mismo
haría después el rey Juan I de Aragón, quien en el año 1394 publicó un edicto en
favor de la Inmaculada Concepción.
Siglos después, el arte español del barroco
será fiel reflejo de aquellas inquietudes religiosas, destacando de manera muy
especial el artista sevillano Esteban
Murillo (1617-1682), de quien este año se está celebrando el cuarto centenario
de su nacimiento. Fue el más célebre de los pintores españoles en cuanto a la
representación de la Inmaculada Concepción, de acuerdo a modelos anteriores de
artistas alemanes como Rubens, y grabadores flamencos, caso del belga
Hyeronimus Wierix. En las pinturas de la Inmaculada, la Virgen es representada de pie, rodeada de
ángeles y nubes, en un ambiente celestial, vistiendo por lo general túnica
blanca, símbolo de pureza y castidad y manto azul, expresando con estos colores
la espiritualidad de su persona y su concepción inmaculada, en el momento de la
Anunciación.
La identificación del color blanco con el de
la pureza inmaculada de la Madre de Jesús, se remonta ya a los primeros años
del cristianismo, cuando el papa Liberio (cuyo pontificado se extendió entre
los años 352 y 366) fundó la basílica de Santa María de las Nieves en
Roma. Nombre que recibió porque su planta habría sido trazada por la propia
Virgen María en el monte Esquilino, tras una milagrosa y blanca nevada que
había acaecido en pleno mes de agosto. Y precisamente, fue también Esteban
Murillo quien hacia 1665 pintó, por encargo del clero andaluz, dos cuadros
monumentales (ahora en el Museo del Prado) sobre este asunto. Dichos lienzos,
que se colocaron en el interior de la iglesia sevillana de Santa María la Blanca, sirvieron para conmemorar la bula que
Alejandro VII había promulgado cuatro años atrás, reafirmando la doctrina y el
culto de la Inmaculada Concepción.
Ya cuatro décadas
después, durante la Guerra de Sucesión (1701-1713), el Archiduque Carlos
manifestó en Valencia –fue el 8 de diciembre de 1706, en la basílica de la Virgen de los Desamparados–
su firme voluntad de defender, caso de llegar a reinar en España, la doctrina
de la inmaculada concepción de María. Pero fue, no obstante, un rey de la casa
de Borbón, Carlos III, quien hizo realidad aquella promesa. Y durante su
reinado, a propuesta de las Cortes, el monarca dirigió a Clemente XIII una petición para que nombrara
a la Virgen, bajo el misterio de la Inmaculada Concepción, patrona de España y
de las Indias. A lo que el papa accedió mediante la publicación, el 8 de
noviembre de 1760, del Breve “Quantum Ornamenti”,
prescribiendo su liturgia para el 8 de diciembre, tal y como ahora la
celebramos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.