Luis
Negro Marco
Aquel plomizo lunes, 3 de agosto de 1936, dos
días después de comenzados los undécimos Juegos Olímpicos de Berlín, Jesse
Owens, un joven atleta negro –estadounidense, del estado de Alabama, y de
apenas 23 años de edad– estaba a punto de hacer saltar por los aires las
teorías racistas y supremacistas del nazi Alfred Rosenberg (teórico del
nacional-socialismo) y su delirante idea de la superioridad de la raza aria. Sobre
las 3 de la tarde de aquel día, minutos antes del comienzo de la competición de
los 100 metros lisos, los cámaras –a las órdenes de la realizadora alemana Leni
Riefenstal (la ninfa Egeria del
führer, Adolf Hitler) ya habían dirigido sus objetivos hacia el rostro y la
elegante figura de aquel poderoso atleta negro que apenas dos meses atrás, en
Chicago, había obtenido el record del mundo en la prueba. A los 10 segundos y 3
décimas del pistoletazo de salida, Owens había
Sin embargo, el recital de Owens en aquellos
Juegos Olímpicos no había hecho más que comenzar. Y al día siguiente, en la
prueba de salto de longitud, volvía a ganar, con una marca de 8 metros y 6
centímetros (7 centímetros por debajo del record del mundo que él mismo poseía)
estableciendo un nuevo record olímpico de la prueba. La furia del führer se
acrecentó cuando el atleta alemán Luz Long, que obtuvo la plata, posó con Owens
para los periodistas; ambos juntos y sonrientes como buenos amigos, que
verdaderamente llegaron a ser. Una imagen que, si fue grabada por Riefenstal,
no aparece en la película: «Olympia, los dioses del estadio», que la cineasta alemana rodó sobre aquellos Juegos, la cual fue estrenada en abril
de 1938. Finalmente, la furia del führer fue mayúscula cuando supo que había
sido el propio atleta alemán quien aconsejó a Owens que alargara su zancada en
los pasos finales antes del salto, para no pisar la tabla y evitar el nulo,
como le había ocurrido en saltos anteriores.
Pero aún quedaban nuevos descalabros para los
jerarcas nazis, que días antes de comenzar los Juegos
habian dado órdenes de
eliminar de las calles de Berlín todo tipo de pintadas y carteles antisemitas,
de los que habían estado infestadas hasta entonces. El 5 de agosto, Owens
volvía a obtener un nuevo oro en los 200, estableciendo además un nuevo record
mundial de la prueba, y volvería a hacer lo propio cuatro días después en la de
relevos de 4x400.
Un Hitler contrariado y enfadado, para no
verse en la obligación de estrechar la mano al cuádruple campeón atleta negro, abandonaba
de manera precipitada la tribuna de autoridades antes de que diera comienzo la
ceremonia de entrega de medallas. Años después Marlene Dortch, nieta de Jesse
Owens –fallecido en 1980, a los 67 años de edad– se lamentaba diciendo que el
jerarca nazi no habría sido el único en negarse a estrechar la mano de su
abuelo. Tras los Juegos, y una vez regresó a los Estados Unidos, Jesse Owens ni
siquiera recibió un telegrama de felicitación por parte de Franklin Roosevelt,
el entonces presidente de los Estados Unidos. El joven Owen había vuelto a su
país, a una América segregacionista, en la que el color de la piel podía relegar
a las personas negras a viajar en los asientos traseros de los transportes
públicos, e incluso impedirles la entrada en restaurantes y otros establecimientos
públicos. El sueño de Martin Luther King aún era una marca muy lejana y difícil
de conseguir.
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