Ya se están viendo
en el cielo la primeras grullas que vuelan camino de su anual parada invernal
en Gallocanta. Ya se las ve volar en lo alto, anunciando su llegada con
graznidos, por encima de Madrid, sobrevolando por encima de los últimos rebaños
de la Mesta que hace apenas unos días cruzaron por la Castellana.
Pero la
que transitan las grullas es una invisible, aunque existente, cañada real que
se eleva sobre el horizonte, siendo los hitos terrestres y el eje magnético del
Planeta los miliarios que marcan el rumbo de los aleteos de sus alas, en pos de
su meta de aragonesa agua salada.
Gallocanta es en sí
misma una palabra que ensalza a sus finiseculares y siempre fieles, huéspedes aladas; preparadas
para un viaje de miles de kilómetros que llevan a cabo en perfecta formación en
forma de flecha, sincronizando magistralmente sus relevos. De manera que
contemplar el vuelo de las grullas semeja ver una etapa de la vuelta ciclista,
en un día con fuerte viento, en que los corredores se sitúan a la estela del
compañero que va por delante.
Bello (Teruel): Antiguos molino, silo y cuartel de la guardia civil, al lado de la Laguna de Gallocanta.- Collage: L.N.M. / 2018
En la Antigüedad, el
vuelo de las aves fue estudiado por los augures, como premonición de los
acontecimientos futuros que habrían de suceder. Emperadores y reyes de la
mayoría de las civilizaciones pretéritas, muy especialmente, en la Antigua
Roma, estuvieron atentos a la interpretación que del aleteo de los pájaros
hacían sus sacerdotes, los cuales podían indicar el día en que habría de
iniciarse una batalla o la fecha más idónea para que se celebrase un enlace
matrimonial.
https://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/grullas_1319002.html
A día de hoy, la puntual llegada de las grullas a su cita anual en Gallocanta también es símbolo del renacer constante de la vida, resumida por Mircea Elíade como un ciclo de eterno retorno en que principio y fin se suceden cíclicamente, sin solución de continuidad, en un sistema en el que nada cambia, excepto las individualidades, abocadas (como es el caso de todos los seres vivos) a la muerte, desde el instante mismo del nacimiento.
Como las aves
surcando los cielos, cada persona somos
uno, que a su vez jamás podríamos llegar a nuestra meta sin la compañía y
ayuda de los demás. Uno absolutamente
interdependientes, peregrinos por el camino de la verdad y del amor, unidos, como
las grullas, cuando dan el relevo en su vuelo, por el valor profundamente
humano, de la solidaridad.
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