lunes, 30 de diciembre de 2019

Navidad: celebración cristiana de universal encuentro con toda la Humanidad


Laica Navidad

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

El título de este artículo podría parecer un oxímoron, pero en estas fechas cada vez es más frecuente desear unas felices fiestas, en vez de una feliz Navidad. Y ello a pesar de que  este período de tiempo (anterior y posterior al 25 de diciembre, y que se prolonga hasta el 6 de enero,  día Reyes) es el de la celebración del nacimiento (natividad) de Jesús, el Hijo de Dios. Y sin embargo, la Navidad parece estar inexorablemente avanzando hacia la línea de salida para convertirse, de aquí a no mucho tiempo, en una palabra tabú.  

De momento ya estamos asistiendo a la deconstrucción de los belenes, de manera que, al contrario de lo que hizo el pintor surrealista francés René Magritte (quien en 1928 pintó una pipa acompañada de la frase “Esto no es una pipa”) ahora, a una arbitraria disposición de  cajas que en nada se asemeja a un nacimiento, se  afirma que “eso” es un belén  ¿Por qué?

En cualquier caso, los significados que expresan las palabras jamás pueden perder su esencia, y el belén es la representación, mediante figuras, del nacimiento de Cristo en el portal de Belén. De manera que cualquier manifestación distinta, y bajo la invocación de este significante, resultaría apócrifa por cuanto nada tendría que ver con la realidad.

Pero ante la disyuntiva de obviar lo evidente y contentar así a unos pero disgustar a otros, muchos ayuntamientos de España también han encontrado la solución en la magia de lo abstracto: amasijos de cables poblados por miles de lucecitas de neón que vagamente sugieren, si se presta la suficiente atención, a un niño en una cuna, y –si además uno sabe de qué va– a la Virgen y a San José. De manera que mediante la degradación de los signos que identifican la Navidad, se logra el tan deseado como inconfeso objetivo de colocar un sutil velo sobre su significación cristiana. Y así, con neutros y fosforescentes copos artificiales, nieva a gusto de todos.

Fotografía: El Periódico de Aragón. Imagen que ilustra este artículo en la edición de El Periódico de Aragón del día 26 de diciembre de 2019
Y otro tanto ocurre con los villancicos (composición musical y literaria en lengua vernácula, que surgió en España a finales del siglo XVI) que si han llegado hasta nuestros días ha sido porque, introducidos en la liturgia cristiana, empezaron a cantarse durante los oficios religiosos de Navidad. Y un ejemplo bien cercano lo tenemos en Aragón, concretamente en la iglesia colegial de Daroca, a cuya celebración de la misa de Nochebuena del año 1687, corresponden las letras de este villancico: “Porque nace nuestro Dios / Belén le tributa incienso / y por lo mismo Daroca / aunque con muchos más Misterios”.

Mas ahora, villancicos que buena parte de la población española de niños alegremente cantamos, y cuyas estrofas seguimos todavía sabiendo de memoria, apenas se escuchan ya en los medios de comunicación, debido al mensaje religioso de sus letras. Y solamente sus fácilmente identificables melodías, tan acordes a estas fechas de  familiar celebración,  se deslizan suavemente, de vez en vez, a través de la megafonía de las calles hermosamente iluminadas bajo el faro director de la laica religión.

Y esto está ocurriendo en unos momentos convulsos de la Historia marcados por la progresiva secularización de la cultura europea, a costa de la extracción del cristianismo de la cultura misma que creó. Así, se estarían cumpliendo las teorías del historiador británico Christopher Dawson (1889-1970) según las cuales, la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial iría avanzando hacia la refundación de la sociedad según un ideal de perfección que, a la larga, como sucedió tras la Revolución Francesa de 1789, podría derivar tanto en el reforzamiento de los Estados totalitarios, como en el auge de los nacionalismos. Es decir, la cara y la cruz de una tan falsa como tóxica moneda para las libertades y la pacífica convivencia del conjunto de la ciudadanía.

Mas para el triunfo del Estado totalitario es preciso que previamente no solo se oculte, sino también que se distorsione la realidad ante la opinión pública, puesto que su conocimiento haría posible la crítica. Una negación de la verdad que el escritor checo Milan Kundera, en su libro “La insoportable levedad del ser” (1984) definió como el kitsch: la mítica gran marcha social que todos los totalitarismos han prometido y prometen hacia una sonriente fraternidad universal, bajo el yugo de una estela de consignas que pasan a ser la única y verdadera voz del pueblo. Un inquietante escenario retrotópico, ya referido por el filósofo polaco Zygmunt Bauman, que se caracterizaría por la sistemática negación ontológica de la disensión. Feliz Navidad.



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