jueves, 9 de junio de 2016

Verdún, centenario de una batalla cuya metralla sigue hirviendo en la Historia reciente de Europa

La batalla tuvo lugar en 1916, en el transcurso de la I Guerra mundial, y costó la vida a casi un millón de soldados alemanes y franceses

Luis Negro Marco / Historiador y periodista
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Paul Jankowski
Verdún, 1916. Crónica de la batalla más
Célebre de la Primera Guerra Mundial
Editorial: La Esfera de los libros; 441 páginas
Madrid, 2016
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Portada del libro "Verdún: crónica de
la batalla más celebre de la Primera
Guerra Mundial
", de Paul Jankowski.
La Esfera de los Libros; Madrid, 2016
Al amanecer del 21 de febrero de 1916,  más de 1.200 cañones alemanes abrieron fuego  conjuntamente sobre un  saliente de las trincheras francesas en el frente de batalla. Comenzaba así la batalla de Verdún que se prolongaría por espacio de nueve meses.

 El kronprinz, Federico Guillermo de Prusia, deseoso de obtener prestigio sobre su pueblo, quiso hacerse con el enclave de Verdún, a pesar de su escaso valor estratégico. Tras horas de atronadores bombardeos con munición pesada disparada con cañones de largo alcance, las tropas alemanas asaltaron a la bayoneta las trincheras francesas, entablándose una estela de infinitos y encarnizados combates cuerpo a cuerpo, sin otro objetivo que el de la mera supervivencia. Luchas que, sin atisbo de humanidad alguna, se prolongaron hasta el 26 de febrero, día en que los soldados alemanes, tras decenas de miles de muertos en ambos ejércitos, consiguieron conquistar el fuerte de Douaumont.

 La contraofensiva francesa estuvo dirigida durante los meses de marzo y abril por el mariscal Pétain, la cual no tuvo otro efecto que el de la estabilización de frentes, prácticamente a los puntos iniciales del comienzo de la batalla. Ello, unido a la ofensiva aliada en el Somme (1 de julio de 1916), llevó al Estado Mayor alemán a tomar la decisión de retirar muchos de sus batallones hacia el nuevo frente, otorgando la iniciativa en Verdún al ejército francés.  Así hasta el 2 de noviembre de 1916 en que el ejército alemán fue empujado por el francés a sus posiciones iniciales de partida.
 Verdún. Soldados alemanes tras ser liberados de la trinchera en la que habían
quedado sepultados tras el derrumbe producido por el estallido de una bomba
frente a su posición.
El general alemán Falkenhayn, que había planificado la batalla de Verdún, jamás dio explicaciones sobre sus verdaderas intenciones al iniciarla, y no sólo a sus enemigos, sino tampoco a sus propios compatriotas, ni a la posteridad. La batalla costó la vida a casi 400.000 soldados franceses (incluidos miles de soldados senegaleses de las tropas coloniales) y 350.000 alemanes; cifras a las que se hubo de unir la de –al menos– el mismo número de heridos y mutilados por ambos ejércitos.

Por ello Verdún figura en la Historia de la Humanidad como paradigma del absurdo, la brutalidad y el horror de las guerras cuando son indiscriminadas, convierten (como ocurrió en Verdún) a la población civil misma en objetivo, y se persigue, no la victoria militar, sino la destrucción y aniquilación total de personas y paisajes. Verdún significó la desaparición de
Un soldado aleman avanza entre las almbradas de las trincheras
francesas tras un ataque artillero, durante la batalla de Verdún
pueblos y ciudades enteros, con bosques y colinas arrasados, cuyos devastadores efectos sobre la geografía fueron equivalentes a más de 15.000 años de erosión natural. A tal punto llegó a cambiar el paisaje bombardeado de Verdún que muchas de las nuevas especies de plantas son fruto de la adaptación al nuevo relieve y microclima de aquellas tierras tras la batalla.

 Libros escritos por combatientes de la I Guerra mundial, como  Roger Vercel (Capitán Conan, 1934), Ernst Junger (Tempestades de acero, 1920), o Erich María Remarque (Sin novedad en el frente, 1929) son testimonio palpable y desgarradoramente humano de la tragedia de ésta y  de todas las batallas que acontecieron en el transcurso de la I Guerra Mundial, en la que nunca antes, “tantos leones fueron mandados a la muerte por unos pocos corderos”, y en la que, según reza la propia dedicatoria que Remarque puso al comienzo de su libro: “Toda una generación quedó destruida por la guerra. Totalmente destruida, aunque se salvase de las granadas”.

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