jueves, 5 de julio de 2018

Libro de Andrea Pitzer -"Una larga noche"-: Historia global de los campos de concentración


Los gritos del silencio

En “Una larga noche”, la periodista y escritora estadounidense Andrea Pitzer, profundiza en la inhumana historia de los campos de concentración
Portada del libro de Andrea Pitzer:
Historia global de los campos de concentración
editado por "La Esfera de los Libros", 2018
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Andrea Pitzer
Una larga noche; 501 pp.
Edita: La Esfera de los Libros
Madrid, 2018
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 Jamás podré olvidar aquella noche, la primera noche en el campo, en la que asesinaron a mi Dios y mi alma, convirtiendo mi vida en una noche eterna…. Con estas palabras –que han servido de título para la obra de Andrea Pitzer, daba comienzo La Noche, libro escrito en 1958 por el que fuera Premio Nobel de la Paz en 1986: el escritor y filósofo rumano de origen judío Ellie Weisel (1928-2016). Una narración en la que relataba su terrible experiencia como niño recluido en varios campos de exterminio de la Alemania nazi, hasta su liberación en abril de 1945.

 Esta obra, que se postula como libro de lectura recomendada a incluir en los planes de enseñanza para la asignatura de Historia, aporta un dato aterrador: la práctica totalidad de las naciones del mundo han erigido campos de concentración en algún momento de su existencia.

 Comenzando por España, que entre 1896 y 1898, y por iniciativa del general Valeriano Weyler instauró en Cuba decenas de campos de reconcentración de la población, como medio de combatir a los guerrilleros mambises, que luchaban por la independencia de la isla. Miles de personas murieron a causa del hambre y el hacinamiento en aquellos campos. Pero tildados por los estadounidenses (y con razón absoluta)  de inhumanos, no tardaron  los Estados Unidos en levantar  los suyos propios en las islas Filipinas. Fue a partir de 1901, bajo la dirección del general Smith, arguyendo que “una guerra civilizada no podía llevarse a cabo con ideas humanitarias”. 

 Mientras tanto, el imperio Otomano llevaba años perpetrando una planificada operación de exterminio contra el pueblo armenio, a través de internamientos masivos de la población en campos de concentración levantados por los turcos en las actuales naciones de Siria e Irak, en donde más de un millón de personas encontraron la muerte, a causa del hambre y la enfermedad.  

Luis Negro Marco
 Y África, el continente que a lo largo de siglos padeció el negocio de la Trata de esclavos (hasta 16 millones de personas africanas fueron esclavizadas y deportadas) tampoco fue ajeno al horror de los campos de concentración. Así, Inglaterra los abrió entre 1899 y 1902 en su guerra contra los bóeres (colonos de origen holandés) en Sudáfrica. Decenas de miles de personas, incluidas mujeres y niños, murieron en ellos. Y lo mismo ocurrió en los campos de concentración que Alemania puso en marcha en su entonces colonia de Sudáfrica Occidental contra las etnias Herero y Nama, a las que los alemanes pretendieron aniquilar.

 Posteriormente, el comunismo implantado en la URSS por Lenin y Stalin estuvo basado en el terror de los campos de concentración.  Fueron ellos los impulsores de los tristemente célebres gulags (acrónimo de “Administración General de los Campos Glavnoe Upravlenie Lagerei), concebidos como campos de reeducación y habilitación de los disidentes a través del trabajo esclavo.

 Las políticas de exterminio llevadas a cabo por Hitler durante la Alemania nazi comenzaron en 1933, primero contra los opositores comunistas, finalizando con el holocausto de casi seis millones de personas judías, más de medio millón de personas gitanas, y cientos de miles de personas por el simple hecho de ser homosexuales, o –como ocurrió con miles de españoles que murieron en los campos de concentración alemanes tras la Guerra Civil, por sus ideas políticas. Un genocidio al que no le faltó la colaboración de la Francia ocupada por Alemania y el Gobierno de Vichy del mariscal Pétain.

 Asimismo, la Segunda Guerra Mundial fue el escenario en el que el Japón del emperador Hirohito creó campos de concentración para más de cien mil mujeres de China y de Corea, a las que convirtió en esclavas sexuales para sus soldados. A la vez que los Estados Unidos del presidente Roosevelt, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, creó en 1942 campos de internamiento en los que recluyó a más de 120.000  de sus ciudadanos americanos japoneses.

 La China comunista de Mao Tse-Tung y su llamada “Revolución Cultural” también se basó, a partir de 1949, en la implantación del terror a través de los campos de concentración, bajo la premisa de que “para que sean productivas, es necesario aterrorizar un poco todas las áreas rurales”. Millones de personas chinas murieron en aquellos campos de la muerte.

 El libro de Pitzer incluye además los hechos terribles que siguieron al golpe de Estado protagonizado en Chile por el general Pinochet en septiembre de 1973, así como las torturas y vuelos de la muerte durante la dictadura militar argentina (1976-1983);  el drama que desde hace décadas lleva viviendo el pueblo rohingya en Birmania (ahora Myanmar); pero también las terribles condiciones a las que están sometidos los presos en la prisión estadounidense de Guantánamo, abierta por los Estados Unidos tras los atentados del 11-S.

 Y a pesar de todo el horror vivido, lejos de haber terminado, esta terrible historia continúa.  Razón por la que es preciso que las nuevas generaciones tomen conciencia de que no es posible avanzar hacia el futuro si se toleran tales manifestaciones de desprecio por la vida y la dignidad de las personas. La filósofa alemana de origen judío (que sufrió  en carne propia el internamiento en un campo de concentración –en Francia, durante la Segunda Guerra Mundial–) dejó escrito: “El verdadero horror de los campos de concentración reside en que los internos, incluso si siguen con vida, están más apartados y separados del mundo de los vivos que si hubieran muerto”.

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