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La gripe de 1918, o las víctimas olvidadas de la Gran Guerra
La gripe de 1918, o las víctimas olvidadas de la Gran Guerra
Luis
Negro Marco
"La epidemia de gripe española pasa por delante del ángel de la paz que puso fin a la Gran Guerra". Dibujo de Wilhelm Schulz, en "Simplicissimus on Spanish disease" (23 de julio de 1918) |
A primeros de abril, una vez desembarcados los
«Sammies» (así apodaban los alemanes a
los soldados estadounidenses, al igual que «Tommies»
a los ingleses) en el puerto de Brest, la epidemia de gripe se propagó
rápidamente entre las tropas aliadas, y pronto también entre las de la
coalición germano-austrohúngara, de manera que a finales de mayo ya se
contabilizaban más de 100.000 muertes a causa de la epidemia en las trincheras;
más que las causadas por las balas y la metralla de las bombas.
No obstante, la más virulenta y mortal oleada de contagio
estaba todavía por llegar. Apareció en el otoño de 1918 y en puntos muy
distintos del planeta, siendo la responsable del sesenta y cuatro por ciento de
las muertes totales que causó la pandemia. Y a esta oleada aún siguió una
tercera, a partir de enero de 1919, con gran incidencia en Norteamérica y
Europa. Los cinco continentes fueron afectados por aquella crisis sanitaria, si
bien fue Asia el que soportó casi la mitad de la mortandad. Las opiniones más
optimistas cifran el número de óbitos habidos, en todo el mundo, en 21
millones, si bien las versiones más verosímiles elevan este número, al menos,
hasta los 50 millones de muertos, así como en 500 millones el número de personas
afectadas, es decir, casi un tercio de la población entonces existente en el
planeta.
Y aunque nuestra nación también sufrió
gravemente la pandemia (hasta 300.000 personas podrían haber muerto en España
por el contagio), la enfermedad fue injustamente denominada a nivel
internacional como «Gripe
española». Y
paradójicamente ello se debió a que, a diferencia de los países beligerantes en
la Gran Guerra (que practicaban la censura informativa) en España –que fue país
neutral– había libertad de expresión, por lo que todos los periódicos españoles
informaron con veracidad sobre la virulencia de la gripe. Sin embargo, lejos de
reconocer a España su labor humanitaria por informar con rigor sobre la
pandemia, los países responsables de su propagación colgaron a nuestro país el
“sambenito” de su nombre: «Gripe
española».
Claro
que también los países enfrentados en la Gran Guerra se lo atribuyeron entre
sí. Así, en Alemania se llamó «Gripe de Flandes» y en Polonia «Gripe bolchevique». Mientras, en España recibió el
apelativo de «Soldado de Nápoles», al parecer porque esta melodía de la zarzuela «La canción del
olvido» (reestrenada en Madrid en
marzo de 1918, coincidiendo con los inicios de la epidemia) se hizo tan popular
y pegadiza como la gripe. Más recientemente, Laura Spinney la ha descrito como
«El jinete pálido», título
de un magnífico libro en el que la escritora británica se adentra en las
tenebrosas profundidades de la que, posiblemente, fue la más devastadora crisis
sanitaria a la que ha debido enfrentarse hasta ahora la humanidad.
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