Día de
Todos los Santos
Luis Negro Marco
La fiesta del Samhaim de los pueblos celtas,
en Estados Unidos tomó el nombre de Halloween, que es con el que generalmente
ahora se conoce –prácticamente en todo el mundo– a la víspera del Día de Todos
los Santos. Noche de alegre negro satén, cenizas y grisallas, nieblas que
avanzan como blancos fantasmas en medio de la oscuridad, lechuzas y búhos
reales que ululan desde la quebrada rama en un bosque de robles, románticamente
iluminado por el fantasmagórico espectro de la luna llena.
Tiempo de brujas y
cuentos de miedo contados por los abuelos a sus nietos, reunida la familia
alrededor de la lumbre y el calor de la cadiera, de la que cuelga el cremallo desde
lo alto de la chaminera, sosteniendo la olla de cobre del mondongo que reposa
sobre las trébedes. Caras infantiles de royos mofletes, curiosas por saber el
desenlace de la historia, mientras –como duendecillos y hadas– saltan las purnas
desde las brasas que dan calor y vida al hogar.
Detalle de la fachada de la "Iglesia de las Ánimas" (siglo XVIII) de Santiago de Compostela.- Foto: L.N.M. |
Tarde
de lluvia, palomitas, sofá y películas de terror sobre jinetes medievales que
cabalgan en la noche sin cabeza; anaranjadas calabazas ahuecadas y esculpidas
con ojos, boca y nariz, de cuyo interior brota la luz de las lamparillas de
aceite, como si fueran espectros. Noche de taberna y música folk irlandesa, de
pintas y cerveza negra, compartidas alegremente entre amigos; brindis de
leyenda, al toque de campana, por «El Holandés Errante» y por las almas que
–como la tripulación de aquel fantástico velero– vagan errantes en pena.
Noche
de teatro en blanco y negro, con la emisión de la obra televisiva «Don
Juan Tenorio», fanfarrón caballero
de capa y espada y triste figura, quien en esta noche, en una apartada orilla
de nombre difícil de recordar, y en la que más clara la luna brilla,
discretamente –en un acompasado fundido a negro– desciende para siempre a los
infiernos.
Día de huesos de santos que endulzan
la vida y la muerte futura; bollas de pan con frutos secos y hierba buena;
orquídeas y crisantemos que dan color y frescura a las cenizas de nuestros
difuntos, fielmente preservadas, identificadas
y custodiadas por las lápidas y las tumbas, en los cementerios.
Oraciones de recíproca intercesión ante Dios, entre quienes aún gozamos de la
felicidad en este mundo y quienes también lo son tras haber pasado a la otra orilla, en la que
–algún día– nos habremos de reencontrar, unidos por el lazo eterno del amor.
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