Collage, a partir del dibujo de POSTIGO, en "El Periódico de Aragón", ilustrando el presente artículo. (22 -11-2018) |
Nacionalismo, racismo
y autodeterminación
Luis Negro Marco
El mismo derecho a la autodeterminación de las naciones que el presidente estadounidense Woodrow Wilson (1856-1924) defendió para Europa tras el final de la Primera Guerra Mundial, en 1918, fue el que se negó a aplicar en su propio país, los Estados Unidos. De hecho, mientras el mandatario norteamericano se erigía en paladín de la defensa del derecho internacional a la autodeterminación, negaba ese mismo derecho a los pueblos indígenas de Norteamérica, donde los indios habían sido perseguidos casi hasta su total exterminio. Y no sólo eso: Wilson hubo de hacer verdaderos encajes de bolillos para eludir la casi secular demanda de autodeterminación invocada por los estados segregacionistas y esclavistas del sur: Mississippi, Alabama, Carolina del Sur y Luisiana.
Porque la de «Los
derechos de los Estados» había sido una doctrina ya expuesta en 1832
por el que llegó a ser vicepresidente de los Estados Unidos, John Caldwell
Calhoun (1782-1850), un férreo nacionalista y defensor de la esclavitud de los
negros –nacido en Carolina del Sur– según la cual, el poder soberano de cada estado
de la Unión, lo capacitaba a su vez para declarar inconstitucional una determinada
ley del Congreso.
Aquella
doctrina continuó y se expandió –incluso – en el partido Demócrata, cuando en
las elecciones presidenciales de 1948 (que otorgaron un segundo mandato al
demócrata Harry Truman) surgió la corriente de los denominados «Dixiecrat»,
un importante lobby de demócratas sureños –«Dixie» es el nombre que designa a la bandera de los Estados confederados de América–
opuestos a los Derechos Civiles que defendía a nivel nacional su propio
partido.
Y
cuando el 8 de noviembre de 1960 las urnas designaron a John Fitzgerald Kennedy
como trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, aquel logro se debió en
buena medida al voto en su favor de los afro-americanos, quienes confiaban en la
defensa que JFK habría de hacer de los Derechos Civiles, y la consiguiente
abolición de las leyes segregacionistas.
En este sentido, una de las principales pruebas de fuego a las que Kennedy hubo de hacer frente durante su mandato tuvo
lugar el 30 de septiembre de 1962, cuando ante la negativa del gobernador
demócrata Ross Barnett a que el estudiante negro James Meredith se matriculara
en la Universidad de Mississippi, el presidente hubo de enviar a más de 300
soldados de la Guardia Nacional para sofocar el levantamiento segregacionista
opuesto a la entrada de Meredith en el campus. En respuesta a la presencia del
ejército, el enojado gobernador Barnett llamó a
la movilización masiva de la población, ya que según él, el presidente había
violado «el derecho a la autodeterminación del estado soberano de Mississippi».
La confrontación resultante fue el choque más grave entre un estado y el
gobierno federal desde la Guerra de Secesión americana (1861-1865).
Poco más de un año después de aquellos
sucesos, el 22 de noviembre de 1963, Kennedy era asesinado en la ciudad de Dallas,
y muy posiblemente su muerte no fue ajena a poderosos sectores de poder
segregacionistas, de claro perfil nacionalista, contrarios a la firmeza
demostrada por JFK en la defensa de la Constitución, la igualdad de oportunidades,
y el Estado de Derecho, elementos clave e imprescindibles para la libertad,
solo posible en democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.