El resiliente
San Antón
Por su
resistencia y superación constante ante la adversidad, pasó a ser invocado como
protector contra la enfermedad y benefactor de los animales domésticos
Luis Negro Marco
La festividad de San Antonio Abad, que se
celebra el 17 de enero, está íntimamente relacionada con la bendición de los
animales y el fuego. Precursor de las órdenes monásticas, hacia el año 270, con
apenas 20 años, el santo anacoreta lo dejó todo para retirarse al desierto –en
Egipto, su tierra natal– y dedicarse por completo al ayuno, la oración y la lectura de textos sagrados. De ahí que se
le represente habitualmente leyendo, o con un libro en la mano.
De la biografía de San Antón (muerto el 17 de
enero del 356, a los 105 años de edad),
destacan las tentaciones a las que lo sometió el demonio para hacerle desistir
de su vida ascética y contemplativa. Vacuas promesas de lujuria y riquezas que
al santo le eran presentadas por diablos, muy frecuentemente con apariencia de
animales. De ahí que en las primeras representaciones del santo apareciera éste
junto a un lobo (símbolo de la avaricia) y un jabalí (símbolo de la lujuria).
Ambos animales se hallan en esas imágenes dócilmente a sus pies, como signo de
la victoria del santo sobre el mal.
Asimismo, la autodidacta sabiduría del santo
eremita conseguía reconciliar a los enemigos, al tiempo
Otra de las atribuciones de San Antón fue la
de su constante vigilia y preparación para la muerte,
motivo por el que muy a
menudo se le representa con una campanilla en la mano. Pero también porque fue el
fundador de las Órdenes monásticas, en las que era costumbre que los frailes
anunciaran las actividades del día mediante el toque de una campanilla.
San Antón, con algunos de sus habituales atributos: Libro, hábito de monje, bastón, campanilla y letra "tau" en azul.- Anónimo.- siglo XVIII "Museo Calasancio" de los PP. Escolapios (Madrid) |
A partir del siglo XII, la asociación del
fuego con la figura de San Antón se generalizó, debido a que pasó a invocársele
para que mediante su intercesión, sanase a los enfermos aquejados de ergotismo
gangrenoso. Una terrible enfermedad, muy frecuente a lo largo de toda la Edad
Media, causada por un hongo (el cornezuelo del centeno), que intoxicaba el
cereal con el que se hacía el pan. Al comerlo, las personas contraían la
enfermedad, a la que pronto se llamó “Fuego
del Infierno”, por la quemazón que sentían quienes la padecían. Y después
recibió el nombre de “Fuego de San
Antonio”, toda vez que las víctimas se encomendaban a San Antonio Abad buscando una cura eficaz, y que la primera
Orden religiosa que se fundó para cuidar a estos enfermos fue la de los
Antonianos. Los frailes y caballeros de esta Orden construyeron numerosos hospitales
a lo largo de Europa occidental, siguiendo las vías que confluían con el Camino
de Santiago. Sanatorios a los que los enfermos peregrinaban en busca de un
remedio para acabar con su terrible dolencia. De ahí el bordón de peregrino,
con empuñadura en forma de “T” (en referencia a la letra tau
de los alfabetos hebreo y griego, como símbolo
de inmortalidad y salvación –adoptada asimismo
por la Orden de los Franciscanos–), que generalmente aparece en las figuras
escultóricas y pictóricas de San Antón.
Parece ser, además, que los frailes antonianos
utilizaban grasa de cerdo como parte esencial de la pócima (junto a pan no
contaminado) con que curaban a los enfermos. De este modo, los fieles empezaron
a donar estos animales a los hospitales, distinguiéndolos con una campanilla
colgada de su cuello, en señal de que podían andar libres por las calles y
comer cuanto encontraran, sin que nadie pudiera molestarles ni apoderarse de
ellos. De ahí la representación de San Antón junto a un cerdo encascabelado a
sus pies.
Fue así como, sanador de almas y cuerpos, llegado
el siglo XVIII, la milagrosa protección de San Antón se hizo también extensiva
a los animales domésticos, generalizándose después el rito de su bendición el
día en que la Iglesia celebra su festividad, es decir, el 17 de enero.
No obstante, no podemos dejar de pensar que los
ritos que tienen lugar en torno a la celebración de San Antón, sean una asimilación
cristiana de ritos paganos anteriores, relacionados con el año nuevo, la
protección contra las enfermedades, y la renovación de los ciclos productivos
ganadero y agrícola. Ritos en que los animales domésticos y el fuego cobraban
especial protagonismo, como garantes de la supervivencia de la comunidad ante
la crudeza de los meses de invierno. De hecho, en el panteón de dioses de los
pueblos de la Iberia prerromana, se encontraba la diosa Ataecina (asociada posteriormente a la diosa romana Proserpina), siendo su animal sagrado la
cabra. Diosa de la primavera, y protectora contra las enfermedades, para invocar
su protección se encendían, también por estas fechas, antorchas y hogueras
nocturnas, al tiempo que grupos de jinetes procesionaban por las calles a lomos
de caballerías.
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