Artículo publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN el 31 de diciembre de 2017 |
Cuando el uno de enero no fue día de año nuevo
La
adopción de la era cristiana, durante el Medioevo, dejó en desacuerdo a los reinos
de Europa, sobre qué día habría de ser el primero del año
Luis Negro Marco / Historiador y periodista
Nuestro mundo es global y diverso, constantemente
cambiante y a la vez ancestralmente inmutable, sostenido y unido por un
conjunto de redes: climáticas, geográficas, económicas, sociales, culturales… y
también astronómicas, hasta el punto de que el tiempo está considerado como una
invisible cuarta dimensión, pero fundamental para la vida. De este modo, desde que
la Humanidad tomó conciencia de su existencia, la medición del tiempo se convirtió
en una tarea primordial, para procurar que las actividades agrícolas estuvieran
en constante armonía con el regreso periódico de las estaciones, tomando por
base, ya los ciclos de la luna (calendario lunar, que fue utilizado, entre
otros, por musulmanes y hebreros), ya el ciclo de la órbita terrestre alrededor
del sol. Éste es el calendario solar,
que es el nuestro, y más universalmente utilizado en la actualidad.
Durante los siglos siguientes a la aparición
del cristianismo, no se planteó la cuestión de vincular los acontecimientos de
la vida de Jesús con el cómputo anual. La idea partió de un casi desconocido
monje escita (Dioniso el Menor, que habría muerto en Roma, hacia el año 540), a
quien se considera fundador de nuestra
actual Era cristiana –también llamada en memoria de su creador, Dionisiana–. Su proposición data del año 532, y aun cuando fue
adoptada de inmediato por la Iglesia, no se le prestó especial atención hasta mucho
tiempo después. Por ejemplo, en Francia, hasta el siglo VIII, en época de
Carlomagno, y todavía no figuró en los diplomas reales de este país hasta el
año 1000. Sin embargo, fue a partir de esta fecha cuando en los diferentes
reinos cristianos habría de generalizarse la formula «Anno Dei» (en el
Año del Señor), que encabezaba muchos de los documentos oficiales.
celebraciones en el primer día del año de 2016 en Filipinas.- Foto: Andrés Millán Negro |
Pero la
adopción de la era cristiana durante el Medioevo, no supuso, ni mucho menos, un
acuerdo general de los distintos reinos de Europa en cuanto al día en que habría
de dar comienzo el año nuevo. De este modo, su interpretación se diversificó, haciéndolo
unos reinos coincidir en el día la Encarnación; otros en el de la Resurrección,
y aun otros, en el de la Natividad de Jesús.
El estilo de la Encarnación (modelo que fue
llamado “cómputo florentino”, por
haber sido empleado, con especial predilección, por la República de Florencia) hacía
comenzar el año el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación de la Virgen. Tal
estilo fue utilizado en Roma por los papas desde mediados del siglo XII hasta
el XVI. Finalmente, fue Gregorio XIII (cuyo pontificado tuvo lugar entre los
años 1572 y 1585), quien hizo la reforma de nuestro actual calendario –el gregoriano,
que lleva su nombre–, e inició el estilo moderno, comenzando el año el 1 de
enero, en que se celebraba la Circuncisión de Jesús. No obstante, desde 1960 –a
partir de la reforma del calendario cristiano llevada a cabo por Juan XXIII– el
primer día del año está dedicado a la “Solemnidad de Santa María, Madre de
Dios”, al que sigue (2 de enero) el día de “La
Venida de la Virgen del Pilar”.
En cuanto al comienzo del año en la Corona de
Aragón, los reyes aragoneses siguieron el modelo de la Encarnación (25 de
marzo) desde 1180 hasta 1350, año en que adoptaron el modelo de la Natividad de
Jesús (25 de diciembre) hasta el siglo XVII, en que adoptaron, de acuerdo a la
reforma gregoriana del calendario, el 1 de enero como día del comienzo del año.
También estaba el llamado estilo francés, que
empleo las fórmulas: «A Resurrecctione», «A Paschate», «A Passione Domini», ya que hacía empezar el año en el día de Pascua y retrasándolo
por tanto, del actual, entres dos meses y veintidós días (la celebración de
Pascua más temprana, correspondiente al 22 de marzo) y tres meses y 24 días,
siendo el 25 de abril la fecha más tardía de su celebración.
Y finalmente, los estilos «Véneto» y «Bizantino», usados en Venecia y Francia merovingia (el primero) y
en la Baja Italia y Grecia, el segundo. El estilo véneto hacía iniciar el año
en el día 1 de marzo, retrasándolo en dos meses sobre el cómputo actual, y el
bizantino lo hacía empezar el 1 de septiembre.
Último atardecer del año de 2015 en Filipinas.- Foto: Andrés Millán Negro |
Caso particular fue el de Gran Bretaña, que desde
el siglo XIII y hasta 1751 inclusive, comenzaba el año en el día de la
Encarnación (25 de marzo). En aquel año, el país adoptó también el calendario
gregoriano (hasta entonces había empleado el juliano), de manera que, a partir
del 1 de enero de 1751 se contó 1752, y el año inglés de 1751 perdió los meses
de enero, febrero, y veinticuatro días de marzo. Ante tal agravio y arbitraria
contrariedad, que redundaba también en pingües pérdidas de salarios, Lord
Cherterfield (1694-1773, protagonista de la iniciativa), hubo de oír cómo el
pueblo enfurecido le reclamaba: “Devuélvenos
los tres meses”.
La Rusia de los zares también mantuvo su
propio calendario, y hasta Pedro el Grande (1672-1725) su año comenzaba el día
1 de septiembre. No obstante, a partir de su reinado, en 1682, el año pasó a
comenzar el día 1 de enero del año juliano (que se correspondía con el 12 del
nuestro), hasta que en 1918, tras la Revolución bolchevique, Rusia adoptó
también el calendario gregoriano, al igual el resto de naciones de Europa.
Son muchos los refranes y dichos que hacen
referencia al año. Incluso antiguamente, se daba este nombre (año), a la persona que caía de pareja
con otra en el sorteo del baile de “damas
y galanes” que era tradicional celebrar durante la Nochevieja, es decir la
víspera de año nuevo. Asimismo, nuestra tierra aragonesa conserva un bonito
refrán: “Cuando Guara tiene capa
[nieve] y Moncayo chaperón [nubes], buen año para Castilla y mejor para Aragón”. Feliz año nuevo.
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