Esencia y costumbres de la Semana Santa
Luis Negro Marco / Historiador y periodista
La Pascua
(conmemoración cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo) tuvo
lugar –según los Evangelios– durante la celebración de la Pascua Judía. De ahí
que las fechas de su celebración estén estrechamente relacionadas con la “Pessah”
–paso– fiesta en que los hebreos celebran la salida de Egipto del pueblo de
Israel y el paso del Mar Rojo en su éxodo hacia la tierra prometida por Dios.
Sin embargo no fue
sino hasta el año 325 cuando, en el concilio ecuménico de Nicea convocado por
el emperador romano Constantino, se decidió que la fiesta cristiana de Pascua
(la Resurrección de Jesús) habría de celebrarse siempre en domingo (nombre
derivado del latín “Dominus” –señor–). Un domingo, por lo demás, concreto y
variable: el primero a contar desde la primera luna llena que tiene lugar tras
el comienzo de la primavera (en torno al 21 de marzo), oscilando sus posibles
fechas de celebración entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
Pero, en realidad,
la Semana Santa tiene más de siete días; comenzando por el Domingo de Ramos en
que se celebra la entrada de Jesús en Jerusalén, recibido con ramos de
palmeras, y aclamado con gritos de “Hosanna” –sálvanos– y “Rey
de Israel”. De ahí
la bendición de ramos, que evocan el cobijo que, en el desierto de Elim,
ofrecieron las palmeras al pueblo de Israel, en su éxodo hacia la tierra
prometida.
Ya integrados en la
Semana Santa, el día de Jueves Santo era costumbre poner delante de los altares
de las iglesias un candelero triangular con velas encendidas, las cuales se
iban apagando sucesivamente tras la lectura de cada salmo, significando que al
igual que las llamas extintas, al acercarse la muerte de Jesús, sus discípulos
le abandonaron. Así mismo, permanecía una vela encendida, debajo del altar,
representando a Cristo.
Viernes Santo es el día
de manifestación de luto en la Iglesia por la muerte en la cruz del Salvador; jornada
de dolor que precede al Sábado Santo, símbolo de la fe y esperanza de su
Resurrección. De ahí que muy antiguamente el sacramento del bautismo (la
resurrección con Cristo a una vida nueva)
no se imponía sino en este día y
en el del Sábado de Pentecostés. Los bautismales portaban una vela encendida y vestían
ropas blancas (albas) en señal de inocencia, que habían de llevar durante ocho
días (“semana in albis”) hasta el Domingo de Quasimodo (siguiente al de Pascua)
así llamado porque en ese día, era esta
la primera palabra con que comenzaba el
salmo de la misa.
Procesión de Jueves Santo en Porto do Son (La Coruña).- Semana Santa de 2019 Foto: LUIS NEGRO MARCO |
Finalmente, destacar
que es al emperador francés Napoleón Bonaparte a quien se atribuye el origen de
las “tortillas del lunes de Pascua” cuando, estando con su Armada en la
localidad francesa de Bessières, ordenó se hiciera una “omelette” (tortilla)
gigante para sus tropas. Sin embargo la costumbre de la “tortilla pascual” sería
una manifestación mucho más antigua y extendida por toda Francia, especialmente
en la región de Occitania. Una tradición que, en España, encuentra su
paralelismo más próximo en la ciudad de Teruel, donde el martes posterior al Domingo
de Pascua es festivo, y los turolenses lo celebran con alegres comidas
campestres. Una fiesta a la que, ya a
finales del siglo XIX, la prensa local bautizó con el sugerente nombre de “El
Sermón de las Tortillas”.
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