viernes, 5 de junio de 2015

5 de junio, Día Internacional del Medio Ambiente

El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel

Preservar el medio ambiente, una responsabilidad universal
         El mal de la Tierra, revierte en el de toda la humanidad

Luis Negro Marco / Tomorrowland

 1945 pasó a la historia como “el año de la gran paradoja”, porque lo fue de la paz, con la finalización de la II Guerra Mundial, y de la destrucción, con la creación del arma atómica. El 6 de agosto de 1945 el bombardero estadounidense “Enola Gay” arrojaba su carga letal sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, causando la muerte a cerca de ochenta mil personas. Tres días después Estados Unidos volvía a arrojar una segunda bomba sobre Japón, en esta ocasión, en  Nagasaki, con un efecto igual de devastador. Desde entonces, la humanidad ha vivido y sigue viviendo bajo el temor a un desastre nuclear que puede acabar no solo con nuestra especie, sino también con cualquier vestigio de vida en la Tierra.

 Hasta hace poco más de cincuenta años, el mar de Aral era el mayor del Asia occidental, después del Caspio,  con una extensión próxima a los sesenta y ocho mil kilómetros cuadrados, es decir, casi un tercio más que el territorio de Aragón. Anexionado por Rusia en 1873, en virtud de la paz de Kiva, sobre el mar de Aral se desplegó una importante flota pesquera, dado que sus poco saladas aguas (la afluencia de los ríos Amur-Daria y Sir-Daria renovaban continuamente su cuenca) permitían el
Mapa física del Asia Central cartografiado en 1944. A día de hoy el mar de Aral, en esta misma escala, sería del tamaño de una gota de agua. (Atlas de Geografía Universal; Salvador Salinas; Madrid, 1944)
desarrollo de abundantes y diversas especies piscícolas. Sin embargo, durante la década de los sesenta, la Unión Soviética puso en marcha un plan de trasvases de los ríos Amur y Sir-Daria, con la finalidad de regar las tierras de cultivo de las entonces repúblicas soviéticas de Uzbekistán y Kazajistán. El resultado ha sido que a día de hoy, la superficie del mar de Aral ha reducido diez veces su tamaño, hasta los poco menos de siete mil kilómetros cuadrados. Decenas de barcos varados como fantasmas, a kilómetros de distancia, unos de otros, sobre el desierto del antiguo mar de Aral, son la espeluznante prueba del desastre al que la Humanidad puede estar abocada si sus acciones no son respetuosas con la naturaleza.

 El 29 de octubre de 1877,  el periódico “Sunday Star”, de la ciudad de Seattle (en el Estado de
Portada del libro: "Las Guerras Apaches";
de David Roberts; editorial Edhasa, 2005
Washington), publicaba una carta que había sido escrita casi treinta años atrás por el Jefe Seatle, líder de la tribu de los 
Duwamish, y enviada por él al entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce. La misiva, considerada como el primer “manifiesto ecológico” de la historia, se enmarcaba dentro de las negociaciones que ambos llevaron a cabo, durante meses, sobre la venta obligada de las tierras indias a los colonos blancos, lo que abocó a los Duwamish a trasladarse a tierras muy lejanas de las que durante siglos, habían modelado su identidad. “Debéis enseñar a vuestros hijos” –escribió el jefe Seatle-, “lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es su madre, y lo que le ocurre a la tierra también le ocurre a los hijos de la tierra”.

  De hecho, el culto a la tierra como madre (la “Pachamama” de los quechuas y aimaras de Sudamérica) fue una constante en la práctica totalidad de las civilizaciones antiguas. Y aun así, alguna de ellas, como la egipcia, fue la responsable, en el siglo XII a.C. de la primera gran devastación ecológica humana, al talar enormes extensiones de arbolado próximas al delta del Nilo, con la finalidad de utilizar la madera resultante para la construcción de las grandes pirámides. Y sin necesidad de remontarnos a lejanas fechas y lugares, la aragonesa comarca de Monegros, entre el río Cinca y la Sierra de Alcubierre, recuerda en su nombre, «Montes Negros»,  que esta tierra ahora jalonada por el desierto, fue un frondoso bosque, quizás desaparecido a partir del siglo XVI, cuando el rey Felipe II decidió construir las naves de la “Armada Invencible”, con la madera de las encinas monegrinas.

 El 10 de diciembre de 1989, Tenzin Gyatso, el Dalai Lama, durante su discurso de recepción del Premio Nobel de la Paz, en Oslo, aludía al “sentido de responsabilidad universal” para acabar
El desierto del Sahara, al Norte de África, estuvo surcado, hasta hace unos
10.000 años por ríos de grandes caudales; restos fósiles indican también
la existencia de bosques con árboles de grueso tronco y gran altura. Pinturas
rupestres en diversos lugares de Marruecos, Argelia, Mali y Libia, reproducen
escenas de pesca en los mismos lugares en los que ahora tan solo hay arena
con la destrucción del medio ambiente que se está llevando a cabo en nombre del desarrollo económico. Un mensaje que comparte de pleno el papa Francisco, quien dedicará su primera Encíclica (“Laudato sii”, Alabado seas) a la necesidad de preservar nuestro medio ambiente. Una inquietud ecológica que enlaza con el mensaje cristiano de San Francisco de Asís (1182-1226) en su hermoso “Cántico del hermano Sol y alabanza a las criaturas”.

 Por otro lado, del informe que acaba de hacer público Greenpeace sobre su primera “Radiografía social del medio ambiente en España”, se desprende que ninguna de las Comunidades españolas supera el nivel medio, situándose la nuestra, Aragón, entre las tres peores, junto a Valenciana y Santander. Como líneas de futuro, la Organización recomienda seguir apostando por las energías renovables, y muestra su rechazo al fracking y los cultivos transgénicos. Y entre los retos más urgentes, el de incrementar los medios y recursos humanos para la prevención y lucha contra los incendios forestales que cada verano arrasan miles de hectáreas de bosque en España.

  No somos los dueños del planeta, sino sus inquilinos. A lo largo de millones de años, miles de especies animales y de plantas han ido legando la tierra a otras nuevas, entre ellas la especie humana. Somos unos recién llegados a este mundo, y tenemos el derecho, la posibilidad, y la obligación de preservarlo y entregarlo, aún mejor, a las futuras generaciones.



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