sábado, 2 de julio de 2016

Libro sobre "El Vietnam" vivido por los soldados rusos en Afgnanistán (1979-1989), según la escritora Svetlana Alexiévich

  Los muchachos de zinc  

Las traumáticas vivencias de los jóvenes soldados rusos durante la guerra de Afganistán, narradas por la premio Nóbel de Literatura Svetlana Alexiévich



Svetlana Alexiévich
Los muchachos de zinc
Editorial Debate, 329 páginas.-
Barcelona, 2016




En 1979, a comienzos de la  que habría de ser la última década de la Guerra Fría, el gobierno soviético, entonces bajo el mando de un decrépito Brezhnev, decidió la invasión militar de Afganistán con el fin de afianzar un gobierno comunista en el estratégico país asiático, favorable a su economía y estrategias políticas.

 La guerra soviética en Afganistán dio comienzo en diciembre de 1979 y se prolongó por espacio de poco más de nueve años, hasta su finalización, en febrero de 1989. En aquel transcurso de tiempo la entonces Unión Soviética desplazó un millón de soldados, llegando a haber hasta medio millón en un mismo momento. El total de pérdidas humanas por parte del ejército ruso ascendió a la cifra oficial de 15.051 muertos, además de otros 417 soldados que desaparecieron en combate o fueron hechos prisioneros. Por otro lado, el número de heridos y los que quedaron con secuelas psíquicas de por vida, fue muy superior al de muertos.

 Al poco de finalizada aquella guerra, la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich (1948)
Portada del libro Los muchahos de zinc, publicado 
en españa por EDITORIAL DEBATE; de la escritora
bielorrusa Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de
de Literatura  en 2015.
entrevistó a un nutrido grupo de oficiales y jóvenes soldados rusos (hombres y mujeres) que intervinieron en ella, así como a sus madres. Su testimonio resulta un relato estremecedor de vidas rotas por la violencia, el sufrimiento y la muerte de seres queridos. Decenas de miles de madres que jamás volvieron a ver a sus hijos sino un pesado sarcófago sellado de madera  recubierto por otro de zinc. Y miles de madres que vieron cómo sus hijos de poco más de veinte años, regresaban mutilados, o convertidos en la sombra de lo que un día fueron,  con  rostros inundados de tristeza y almas destrozadas.

  No es la primera vez que la premio Nóbel de Literatura en 2015, Svetlana Alexiévich, se adentra en las tenebrosas profundidades de la guerra; y ahí está su libro: La guerra no tiene rostro de mujer, ni en la destrucción que, conscientemente en el universo conocido,  sólo el ser humano es capaz de llevar a cabo, como bien mostró en Voces de Chernobil. Svetlana Alexiévich es una más que digna discípula de los grandes reporteros de guerra, como el ruso Vassili Grossmann, durante la Segunda guerra mundial, o la italiana Oriana Fallaci, en la guerra de Vietnam. Reporteros que no fueron meros cronistas de batallas, sino magistrales narradores del horror y del embrutecimiento de la personalidad que provocan todas las guerras.

 En 1988, durante el último año de la guerra soviética en Afganistán, la propaganda rusa insistía en que los soldados rusos eran “soldados internacionalistas” de la Perestroika de Gorbachov, pero lo cierto es que en el país asiático se estaba viviendo una inhumana y encarnizada lucha por ambas partes enfrentadas. Así, mientras los Estados Unidos del presidente Reagan proporcionaban un sofisticado armamento a la muyahidines afganos, estaban creando al mismo tiempo –y sin ser conscientes de ello–una radicalizada élite militar y religiosa en el país (amparada por los señores de la guerra), de las que se han nutrido en última instancia las organizaciones terroristas (los Talibán, y Al Qaeda) que siguen asolando el país.

Luis Negro Marco

En Los muchachos de zinc, la valentía de la autora estriba en que fue publicado el mismo año (1989) en el que se produjo la definitiva salida de las tropas soviéticas de Afganistán. Inmediatamente a la edición, algunos de los soldados y madres que habían aportado su testimonio, quizás presionados por las autoridades rusas, se detractaron de las afirmaciones que en su día habían hecho a la autora, e iniciaron procesos judiciales contra Svetlana Alexiévich. Todas las resoluciones resultaron favorables a la autora. Que la historia es cíclica queda ejemplificado en que lo mismo le ocurrió a George Orwell en Inglaterra, cuando publicó 1984, acusado de difamar la estructura del Estado, o a Salman Rushdie, condenado a muerte en Irán al ser acusado de burlarse del Islam en uno de sus libros.

Los muchachos de zinc no sólo es el relato de la guerra soviética en Afganistán, sino el paradigma del irreparable trauma que  causan todas las guerras. Este libro desentraña la terrible realidad de la guerra, que no finaliza con la firma de un tratado de paz por ambas partes en la mesa de un frío despacho,  sino que continúa, con más dureza si cabe que en el fragor de los combates, en la cotidiana vida diaria de quienes fueron actores del horror, de los mutilados y  de sus humildes familias. Aquellas que perdieron a sus hijos, y las que los reencontraron por completo ajenos a su vida anterior, ahora sentados –aparentemente de manera plácida ante el televisor– pero escuchando el constante y aterrador silencio de las explosiones en sus oídos, así como la imagen de la muerte revolviéndose para siempre entre sus pensamientos.  

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