sábado, 20 de septiembre de 2014

"Una sociedad sana no puede construirse sino con tres pilares: la memoria, cuidado y respeto hacia nuestros mayores, la fortaleza de los jóvenes y la inocencia de los niños" (Papa Francisco)


El bien de los ancianos

El cuidado de nuestros mayores no debe ser nunca una obligación, sino una satisfacción y un privilegio, pues gracias a su esfuerzo y amor nuestra sociedad ha alcanzado sus actuales cuotas de libertad, tolerancia y solidaridad.- Foto: Luis Negro Marco
  El respeto y veneración por los ancianos se remonta ya a la Humanidad prehistórica. Y así lo constata la Arqueología. A este respecto cabe destacar que en 1997 los científicos responsables de las excavaciones del yacimiento burgalés de Atapuerca, bajo la dirección de Juan Luis Arsuaga, y José María Bermnúdez de Castro, hallaron una pelvis (a la que llamaron “Elvis”) correspondiente a un hombre que vivió hace 500.000 años. Lo sorprendente de este hallazgo fue que los estudios efectuados sobre este fósil humano  por  el antropólogo Alejandro Bonmati, revelaron que, aunque  el  hombre propietario de esa pelvis había muerto anciano (aproximadamente a los 45 años de edad, todo un record para las esperanzas de vida de aquel período), había padecido, ya de muy joven, unas graves lesiones en su cadera, que le habrían causado grandes dolores e impedido caminar erguido. Elvis, por tanto, para llegar a viejo, hubo de contar con la ayuda altruista, y compasiva, así como con el reconocimiento de su tribu, y especialmente el de su familia, para vivir y morir dignamente tan longevo.  

Luis Negro Marco / Porto Mouro
Posteriormente, en las civilizaciones antiguas, el gobierno del Estado y las ciudades fue impensable sin la presencia de los ancianos. De hecho, el concepto de ciudadanía, se fraguó, a lo largo de  los siglos, de acuerdo a las disposiciones que los Consejos de Ancianos fueron otorgando a sus diversos pueblos. Así ocurrió, por ejemplo, con elpueblo de Israel, y su sanedrín (asamblea) de sabios ancianos; en la Grecia Clásica, con el consejo de la Gerusía (la palabra Geron en griego significa  anciano, –de ahí la palabra “gerontología” –trato y cuidado de los ancianos–); o en la Roma anterior al siglo I a. C., cuando frente al poder del rey, se articulaba el del Consejo de Ancianos (Senatus, del latín senex, con el significado de anciano).

  Y si miramos al lejano Oriente, el mismo respeto hacia los ancianos lo encontramos en el siglo VI antes de Cristo, en la antigua China, en la figura de Lao-Tsé (viejo maestro), iniciador de la filosofía del Taoísmo (el camino, como metáfora del aprendizaje continuo que caracteriza la existencia humana). La leyenda dice sobre él, que habría nacido ya viejo y sabio, con barba blanca y cabeza calva. Un relato que resalta, precisamente, los positivos valores que atesoran las personas ancianas.

  Y en este fugaz repaso sobre la importancia que la vejez ha ostentado en las distintas civilizaciones y períodos de tiempo, es África (cuna de la Humanidad) el continente donde, desde los mismos orígenes del ser humano, la estructura familiar fue y sigue siendo pieza clave de la organización  social.  Por eso dice un proverbio guineoecuatoriano que “cuando un anciano muere, una biblioteca desaparece con él”.  

 Y “de vuelta a casa”, lo que actualmente está ocurriendo en Europa es que la pirámide poblacional  muestra un envejecimiento progresivo de la sociedad en todos los países del (paradójicamente) “Viejo continente”. En nuestros días, al tiempo que la posmodernidad reivindica la juventud eterna como ideal de belleza y estilo de vida,  a la vejez se  la asocia con una imagen de decrepitud, soslayando la profunda carga de dignidad, sentido y vida intensa que atesoran las personas mayores, sin cuyo trabajo y esfuerzo, nuestro bienestar y las libertades de las que gozamos ahora, jamás hubieran sido posibles.

 El papa Francisco ha puesto, una vez más, el dedo en la llaga de la verdad, al manifestar que “una sociedad sana  no puede construirse sino con tres pilares: la memoria de nuestros mayores, la fortaleza de los jóvenes y la inocencia de los niños”. 

 Personas como  santa María Rosa Molas (1815-1876), fundadora de las Hermanas de la Consolación; el italiano san Camilo de Lelis (1550-1614), fundador de la Orden de Los Camilos y precursor de La Cruz Roja; o el portugués san Juan de Dios (1495-1550), fundador de la Orden hospitalaria de su nombre, y a la que pertenecía el sacerdote español Miguel Pajares (fallecido en fechas recientes a causa del ébola, enfermedad que contrajo atendiendo a  los aquejado por esta enfermedad en un hospital de Monrovia): todos estos nombres son sólo algunos de los de una (afortunadamente extensa) lista de personas que supieron ver que en una sociedad verdaderamente justa, los intereses y derechos de las personas mayores son exactamente iguales a los del resto.  Y que la vejez no es una desgracia, sino un bien.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.