miércoles, 27 de enero de 2016

San Antón, el protector

La bendición de animales, el fuego y las mojigangas, protagonizaron la fiesta el 17 de enero
* * * * * * * * * * * * * 
Luis Negro Marco / Mazaleón
 El mes de enero fue dedicado por los romanos al dios Jano (de ahí su nombre [January] en inglés), atribuyéndole dos caras –Jano bifronte– ya que con una miraba al año que concluía, y con la opuesta al que principiaba. Pero aún más: la iconografía del dios Jano (generalmente representado con barba) tenía una clara intención didáctica, pues enseñaba que los gobernantes debían tener oídos y ojos para conocer y remediar las necesidades de la ciudadanía, y que era deber de los nobles –pues eran ellos quienes detentaban el poder– recordar las acciones virtuosas y los hechos heroicos de sus ascendientes, procurando imitarles en ellos. Asimismo, Jano, consagrado al primer mes, era para los romanos el dios de la luz, y el que abría las puertas del año. Por ello su templo era el primero de los que había en los foros de las ciudades, ubicado a su entrada. Las puertas de su templo permanecían constantemente abiertas en tiempos de guerra, invocando así la luz de la victoria.

  En el calendario cristiano, el día 17 de enero, festividad de San Antonio abad –también llamado San Antonio “el grande”, o San Antón– constituye la primera celebración popular del año posterior a la Navidad.  El santo fue un longevo eremita (falleció en el año 356, a los 105 años de edad) que decidió pasar su vida en la soledad del desierto egipcio, en una cueva situada en lo alto de una montaña próxima al mar Rojo. La iconografía cristiana muestra a San Antón con barba, túnica, cayado, y con un cerdo a sus pies, de ahí que en muchos lugares de Cataluña y Valencia se le conozca con el nombre de “Sant Antoni del porquet”. El de San Antón es el primer día del año en que las tradicionales hogueras nocturnas hacen acto de presencia por plazas y calles de buena parte de ciudades y pueblos de España, preludiando el día de la Candelaria (2 de febrero) en que se celebra la Purificación de la Virgen  –40 días después de la Navidad– una vez cumplido el tiempo establecido por las leyes judías para que una mujer, después del parto, pudiera acercarse al templo de nuevo.

 Por lo tanto, la figura de San Antón está asociada a la renovación, estrechamente unida al
El mes de enero fue dedicado por los romanos al dios
Jano, el que abría las puertas del año
comienzo del nuevo ciclo anual, desempeñando asimismo una doble función protectora: hacia los animales (de ahí la bendición de los mismos cada 17 de enero) y hacia las personas, como modelo de imitación que San Antón es para los cristianos, por haber vencido las numerosas y diferentes tentaciones que le envió el demonio durante su vital retiro ascético. Fue así como aquel cristiano de Oriente se convirtió en el padre de un pueblo nuevo: el de los anacoretas (quienes buscaban una vida en soledad para entregarse a la vida contemplativa), a quienes San Antón reunió y dio una regla común, constituyendo el germen de las posteriores órdenes monásticas, en sus vertientes masculina y femenina.


Asimismo, retornando a la faceta protectora del santo, ésta queda también reivindicada a través de la historia religiosa de Roma, pues por los mismos días de enero en que la Iglesia conmemora a San Antonio abad, los romanos celebraban  la fiesta de las Carmentales (15 de enero), en honor de la profetisa Carmenta, para pedirle protección a favor de las criaturas que nacieran en ese año.

 Las manifestaciones festivas más frecuentes que aún se conservan para el día de San Antón, son las hogueras (que simbolizan la luz, como nacimiento, y el poder vivificador del fuego) en cuyos rescoldos aprovechan las familias, vecinos y grupos de amigos para asar la carne y productos de la matacía y catar el vino del año viejo. Pero junto a esta sana y viva tradición, muchas localidades conservan todavía peculiares expresiones de un folklore popular ya casi agotado. Es el caso de la localidad zaragozana de Novallas, donde los animales son llevados hasta la fuente de los cuatro caños, en la que se encuentra la imagen de San Antón, obligando a los animales a dar tres vueltas en torno a ella, y en sentido contrario al de las agujas del reloj. Tradición que también se conserva en Mazaleón (Teruel), conocida con el nombre de “los tres tombs” –las tres vueltas– que dan los animales alrededor del santo en la plaza.

 Asimismo, la práctica totalidad de las poblaciones integrantes de la turolense comarca del Matarraña celebra activamente a San Antón, y en el caso de La Portellada, allí tiene lugar la  secular representación teatral de «La Sanantonada», obra en la que se revive la vida, tentaciones y triunfo del santo sobre el demonio. Estercuel es otro pueblo de la provincia que en el día de San Antón celebra la original fiesta de «La encamisada»  (mojiganga ejecutada de noche con hachones de fuego) en agradecimiento al santo, porque hace años libró a la localidad de una epidemia de peste. Y En Castelserás, el protagonismo lo ostenta una enorme hoguera que se eleva en honor de San Sebastián, patrón de los quintos (cuando había mili) y protector de la peste. Los mozos cortan y plantan un chopo en el «rolle» (hoyo hecho a tal efecto), que cubren de leña. La «cercavilla» anunciará la quema, y  el baile del «rodat» se ejecuta cuando las llamas alcanzan su cénit. Castellote es otra localidad turolense, que tradicionalmente eleva llamas en la plaza del Caballón para homenajear a San Macario (anacoreta también –como San Antonio- del siglo IV, cuya fiesta se celebra el 15 de enero), y cuenta además con el «Dance de vestir el palo» bailado por niños en torno a la ermita.

 Y ya que en vidas ejemplares de santos ascetas andamos, no podemos los aragoneses olvidar que el 12 de enero fue  San Victorián (San Beturián, en aragonés) de Asán (478-568), anacoreta italiano que recaló en tierras oscenses del Sobrarbe, en un paraje situado a los pies de Peña Montañesa y  a orillas del Cinca. Las  primeras estancias del que lleva su nombre (monasterio de San Victorián de Asán) ya estaban habitadas por monjes en el siglo VI, lo que lo convierte en el más antiguo de los monasterios españoles y en cuna del Reino de Aragón.

domingo, 24 de enero de 2016

De "jornalistas" a tejedores de la democracia

Cronistas de la verdad
                       San Francisco de Sales, patrón de los periodistas

Luis Negro Marco / Zaragoza

 Sus hagiógrafos dijeron del italiano San Francisco de Sales (1567-1622) que en sus libros y cartas de enseñanza cristiana demostraba fascinación por el lenguaje “claro y sabroso”, lleno de sabiduría y originalidad, sin tecnicismos que pudieran entorpecer la inteligencia de lo narrado. Escritos sin nada de oscuridades ni complicaciones inútiles, pues su objetivo era hacer llegar sus reflexiones tanto a las personas de la corte como a los más humildes de las más humildes aldeas. Y es por este motivo por el que San Francisco de Sales, cuya festividad se celebra el 24 de enero, es el patrón de los periodistas y escritores.

 Repasando la historia de la prensa en España, nos encontramos con que fue en el tramo final del siglo XVIII –el siglo de la Ilustración– cuando los papeles periódicos llegaron a constituir el medio fundamental para formar a los grupos sociales dominantes, y al mismo tiempo controlar la repartición social del saber.

  En nuestro país, los primeros periódicos fueron los de información política, fundados por particulares, si bien bajo los regímenes de Fernando VI y Carlos III se transformaron en órganos oficiales de la Corona, tal y como aconteció finalmente con la semanal «Gazeta de Madrid» (1661) y el mensual «Mercurio histórico y político» (1738). Ambos medios tenían una distribución  amplia que abarcaba toda España, más los países hispanos de América, y sus tiradas medias sobrepasaban los 8.000 ejemplares por número.

 La «Gazeta de Madrid» comenzó a publicarse en 1661 como relación de sucesos bélicos, a iniciativa de Juan José de Austria, mientras que el primer diario de información urbana fue el «Diario noticioso, erudito y comercial público y económico» creado en 1758, por el alcañizano Francisco Mariano Nipho (1719-1803), el primer jornalista profesional. Fue también en aquellos tiempos cuando se observan los primeros indicios de especialización entre los periódicos, con predominio de las ciencias naturales, caso de las «Ephemérides barométrica-matritenses»  que se publicó a partir de 1737.

 Y paralelamente a los comienzos de especialización temática aparecieron también las primeras denominaciones para referirse a la nueva forma de ocupación de escribir. De este modo, junto al término «literato», comenzaron a  circular expresiones como «jornalista», (como sinónimo de «diarista», –el que escribe diarios-: journaliste, en francés y giornalista, en italiano), además de «novelero» –el que difunde y vende noticias, y «gazetero».

 El primer diccionario español que registró la voz «gazetero» fue el Diccionario de Autoridades
de 1734: “el que forma la Gazeta y el que las vende”. Y en cuanto a la denominación actual para referirnos a los diarios escritos (el periódico), no aparece en España hasta 1803, y reflejada en estos términos: “Escrito periódico en que se anuncian, extractan y censuran las obras nuevas pertenecientes a ciencias y artes”.

 Y sin embargo, en aquel tiempo (con la sola excepción de los periódicos oficiales: «Gazeta» y «El Mercurio», que contaban con un reducido equipo de funcionarios para su redacción), todavía no podía hablarse de la existencia de una conciencia profesional respecto al trabajo periodístico. Más aún: a los periodistas se les  identificaba socialmente con expresiones de menosprecio –“escritores de surtido”, o “escritores de por vida”–, por el mero hecho de transformar su trabajo intelectual en dinero contante y sonante, así como por los temas por ellos tratados (lo cotidiano y la novedad –la noticia–) que venían a constituir un género nuevo, por completo diferente a los regulados en la literatura.  De manera que los periodistas quedaron excluidos del selecto grupo de la comunidad de eruditos, literatos y hombres de letras, por el mero hecho de escribir sobre el presente y la actualidad.

 No es de extrañar así que a lo largo del siglo XVIII el término «opinión pública» tuviese un carácter peyorativo, pues se entendía como “«opinión común», u «opinión vulgar», debido a que el sustantivo «opinión» –sobretodo si era relacionado con la política–contrastaba con los de «ciencia» y «verdad.» De manera que el principio democrático de la opinión pública –la manera de pensar de una mayoría dentro de un grupo social, un pensamiento que debe ser respetado– no se dio en España hasta las décadas finales del siglo XIX.

 Hoy en día el papel de la prensa es vital para el normal funcionamiento de las sociedades democráticas, hasta el punto de que su grado de desarrollo va íntimamente ligado al de la fortaleza de sus medios de comunicación. Por ello el valor supremo de la prensa es el de la credibilidad, de manera que sus mensajes deben ser veraces, pues de otro modo se estaría traicionando la confianza popular. Y los periodistas son ante todo cronistas de la verdad, cooperadores de esa verdad que en no pocas ocasiones tan alejada está de la realidad aparente.

sábado, 9 de enero de 2016

De almanaques y calendarios

Hasta la segunda mitad del siglo XIX, la impresión del calendario en España fue potestad del Observatorio Astronómico de Madrid

Luis Negro Marco / Babilon

 El calendario de pared, de bolsillo o de sobremesa, es uno de los regalos más recurrentes y generalizados en estas fechas. La palabra «calendario» viene a designar al papel o libro que contiene la distribución del año por meses o por días. El término procede de la voz calendas con que los romanos designaban al primer día de cada mes. El calendario griego no tenía calendas, de manera que remitir algo a calendas griegas, equivalía a demorarlo indefinidamente.

 Cada primer día de mes en Roma, un pontífice procedía a convocar (calare) al pueblo a fin de que se reuniera en el foro para anunciarle cuáles serían los días feriados, así como los días fastos (aquellos en los que se podían celebrar juicios y desarrollar negocios) y nefastos (días en los que no se administraba justicia ni era lícito cerrar contratos) del mes. Asimismo, el calendario de los latinos era el libro de cuentas en que los acreedores anotaban los nombres de sus deudores y las cantidades que les adeudaban; se llamaba así porque el interés del dinero prestado se adeudaba en las calendas de cada mes.

Palabra semejante a la de calendario, es «almanaque»: tabla, registro o catálogo que comprende todos los días del año, ordenados por meses, con datos astronómicos, salidas y puestas de sol, su entrada en cada signo del zodíaco, fases de la luna, santos y festividades, ferias y otras noticias relativas a actos religiosos y civiles. La palabra almanaque podría derivar del copto (antiguo idioma de los egipcios): al –calcular– y men –memoria–. Asimismo, podría estar emparentada con la palabra griega mêné           –Luna– con el significado de descripción de las lunas, puesto que los antiguos griegos se rigieron de acuerdo al calendario lunar.

 El almanaque propiamente dicho, llamado también calendario, contenía y contiene vaticinios y predicciones sobre fenómenos astronómicos y meteorológicos. Bajo el punto de vista astronómico, fue célebre el Almanaque de Nostradamus, que dio origen a las famosas profecías del iluminado astrólogo francés Miguel de Nôtre-Dame (1503-1566). Como anécdota sobre las profecías de Nostradamus, cabe decir que, en vista del éxito alcanzado por su padre, uno de sus hijos decidió sucederle, mas viendo que la credibilidad de sus profecías disminuía, porque los acontecimientos no confirmaban sus vaticinios, profetizó la destrucción de una villa. Para ello decidió incendiarla él mismo, mas el infeliz Nostradamus junior fue incapaz de adivinar que sería sorprendido en el intento, y por tal criminal acto, ajusticiado en 1574.

 En España, uno de los más famosos almanaques fue el del sacerdote salmantino Torres de Villarroel (1694-1770), y ya desde mediados del XIX y hasta hoy, el más popular es el Almanaque del Zaragozano, del aragonés –natural de Villamayor– Mariano Castillo (1821-1875). Otros almanaques famosos han sido; El ermitaño de los Pirineos, El gaitero de Lugo, O mentireiro verdadeiro y el Parenòstic menorquí.

 Un dato curioso respecto a la venta de los almanaques en Europa tiene relación con  la Academia de Ciencias de Berlín, que en el siglo XVIII conseguía sus principales ingresos de la venta de un almanaque donde figuraban predicciones formuladas al tuntún.  Mas, en aras de la verdad científica, la institución decidió reemplazar aquéllas fabulaciones por informaciones veraces sobre asuntos que presumía de interés general. El resultado fue que  las ventas del almanaque descendieron de tal forma que, temiendo por su continuidad económica, la academia decidió volver a publicar aquellas predicciones en las que no creían ni sus propios autores, acrecentando  –no obstante– de nuevo sus ventas.

 Respecto a los calendarios propiamente dichos, en España, hasta la primera mitad del siglo XIX, la
formación, impresión y venta del calendario corría a cargo y beneficio del Observatorio Astronómico de Madrid, el cual tenía esta concesión desde 1797, constituyendo un privilegio que le fue confirmado por última vez el 27 de mayo de 1846, de manera que a partir de aquella fecha cualquier particular o empresa lo puede publicar. En el ámbito eclesiástico, el más popular en Aragón es el Calendario de San Antonio, santo portugués nacido a finales del siglo XI, conocido como el patrono de los pobres

 Nuestro actual calendario está basado en el primitivo calendario romano que en principio contó sólo con diez meses, de ahí que los meses de septiembre, octubre… hagan referencia al ordinal –séptimo, octavo…– que les correspondía.  En  el 46 antes de Cristo, Julio César instituyó el año de 365 días (calendario juliano) añadiéndole cada cuatro años un día suplementario, el cual se intercalaba en el mes de febrero, que tenía –como ahora– 28 días, y cada cuatro años, 29.   A dicho día se le denominaba  «bi sexto» calendas martii (dos veces el sexto día anterior al primer día de marzo –el 24 de febrero–) de donde ha quedado el nombre de bisiesto para designar al año en que su mes de febrero consta de 29 días.

 Ya en el siglo XVI, el papa Gregorio XIII reformó ligeramente el calendario juliano, con el objeto de corregir el error de cálculo de aquél, por el que los puntos solsticiales y equinocciales retrocedían en un día cada 133 años. De este modo, nuestro calendario gregoriano actual se basa en la  Bula que el papa Gregorio XIII decretó el 5 de octubre de 1582, según la cual se  determinó la supresión de 10 días en aquel año, y de 3 años bisiestos en el espacio de 400 años. Y a fin de dar alguna regularidad a esta supresión se determinó la eliminación de los bisiestos en todos los años seculares cuyo número no fuese divisible por 400. De este modo, el año 1600 fue bisiesto, pero no los años 1700, 1800 y 1900, aunque sí lo fue el año 2000. En cualquier caso, los nacidos en 29 de febrero están de suerte, pues en este año nuevo podrán celebrar su cumpleaños tras cuatro sin tener esa posibilidad. ¡Feliz, saludable y próspero 2016!

miércoles, 6 de enero de 2016

De función teatral a cabalgata de Reyes

El Auto de los Reyes Magos, del siglo XII, dio origen al teatro popular religioso de la Navidad, presente en España hasta finales del XIX


Luis Negro Marco / Bethlem

 El descubrimiento de los posibles restos mortales de los tres Reyes Magos, en Milán en el año 1158, y su posterior traslado (en 1164) a la catedral de Colonia, fue un acontecimiento trascendental  para el repunte de la piedad popular cristiana por la Epifanía (manifestación) de Jesús y adoración de los Reyes Magos. Idea asimismo enmarcada en el entusiasmo por el culto a las reliquias, propio de la época, y el inicio de la costumbre de representar el nacimiento de Cristo, atribuida a San Francisco de Asís, en el año 1223, en la localidad italiana de Greccio.

 Y fue en aquel contexto histórico medieval en el que se redactó –en la ciudad de Toledo– El «Auto de los Reyes Magos», considerado como la primera obra teatral española.  Y es que el teatro, según la mentalidad teocéntrica de la Europa medieval, se concebía como el medio idóneo para manifestar la “gloria de Dios”, ya que como hijos suyos, las personas no dejamos de ser meros actores en el gran teatro del mundo.

 Asimismo, el teatro popular religioso se concebía como un gran acto de fe estructurado en tres ciclos: el de la Navidad (nacimiento de Jesús y Adoración de los Reyes Magos); el de Pascua (pasión y resurrección de Cristo), y el hagiográfico (consistente en la representación de vidas de santos, como por ejemplo, «las sanantonadas», para el 17 de enero, festividad de San Antonio abad).

 Por otro lado, «El auto de los Reyes Magos», tuvo su continuidad en los relatos populares de de la Adoración, inspirados principalmente en la escena del evangelio de San Mateo, sobre la búsqueda de Jesús por parte de los Reyes Magos, que guiados por una estrella van a Judea, hablan con el rey Herodes, y llegan al portal de Belén para adorar y ofrecer presentes al Niño Jesús recién nacido.

Representación de la Adoración de los Reyes Magos al Niño
Jesús, en brazos de su madre, la Virgen María
 A diferencia de los católicos romanos (que a partir del siglo IV comenzaron a celebrar el nacimiento de Cristo el día 25 de diciembre, haciendo coincidir la fecha con la gran fiesta profana del nacimiento del sol), la iglesia oriental, siguiendo unos criterios diferentes de datación, decidió celebrar el nacimiento de Cristo el seis de enero, para nosotros, el día de la Epifanía, o de la Adoración de los Reyes Magos.

 Los nombres de los tres Reyes (Melchor, Gaspar y Baltasar) devienen de los evangelios apócrifos, que son aquellos que no forman parte del canon bíblico, pero que durante la Edad Media gozaron de gran aceptación entre las gentes humildes debido a las narraciones extraordinarias y milagrosas que hacían de la infancia de Jesús. De la lectura del evangelio de San Mateo, podría deducirse que aquellos pudieron ser unos Magos (sumos sacerdotes, o sabios, de la religión zoroástrica) llegados de Oriente: ya de Babilonia o de Persia, para adorar al Niño recién nacido.

 En cuanto a la estrella que les guió, se trata de un elemento recurrente en la mayoría de civilizaciones y culturas antiguas, presagiando el nacimiento de un personaje de especial relevancia. Así ocurrió, por ejemplo, con Alejandro Magno y  Augusto, y también con personajes bíblicos clave, como Abraham, Isaac, Jacob y Moisés, cuyos natalicios se anunciaron con la aparición de estrellas en el firmamento. Asimismo, los judíos también reconocen la estrella que anunciará la llegada del libertador mesiánico, según la profecía de Balaham, que aparece en el libro de los Números del Antiguo Testamento.

 Las obras teatrales de la Adoración finalizaban con la entrega de  regalos al Niño, los cuales simbolizan la triple naturaleza de Jesús: el rey Gaspar le ofrece oro, que representa la realeza de Cristo; Baltasar le ofrenda incienso, en referencia al carácter divino de Jesús; y el rey Melchor le regala mirra, en reconocimiento a la condición humana del Mesías.

 La reforma litúrgica emanada del Concilio de Trento (1545-1563) tuvo la intención de prohibir la representación de las obras teatrales religiosas en los templos e iglesias, e incluso fuera de los lugares sagrados, para que aquellas manifestaciones y representaciones folklóricas no desvirtuasen el culto hierático de las iglesia católica. Prohibición, sin embargo, poco efectiva, ya que el teatro religioso se mantuvo a lo largo de los siglos posteriores,  como prueban –precisamente–  los abundantes edictos de prohibición que se encuentran en los distintos archivos eclesiásticos. De manera que hasta finalizado el siglo XIX, obras religiosas como «La adoración de los Reyes Magos», seguían representándose con gran éxito de público delante de iglesias, y por calles y plazas de buena parte de pueblos y ciudades de España.

 Fue mediado el siglo XIX cuando empezaron a aparecer las primeras cabalgatas de Reyes, que con el tiempo se han ido consolidando, afianzadas en las antiguas representaciones teatrales, y tomando el relevo de las mismas, transmitiendo el mismo mensaje de paz, e ilusión, especialmente para los niños, como preciado tesoro de esperanza que son para el armónico futuro de la humanidad.