jueves, 9 de agosto de 2018

Jesse Owens, cuádruple campeón en las Olimpiadas de Berlín de 1936: el triunfo de la bondad y la fraternidad

 Luis Negro Marco 

 Aquel plomizo lunes, 3 de agosto de 1936, dos días después de comenzados los undécimos Juegos Olímpicos de Berlín, Jesse Owens, un joven atleta negro –estadounidense, del estado de Alabama, y de apenas 23 años de edad– estaba a punto de hacer saltar por los aires las teorías racistas y supremacistas del nazi Alfred Rosenberg (teórico del nacional-socialismo) y su delirante idea de la superioridad de la raza aria. Sobre las 3 de la tarde de aquel día, minutos antes del comienzo de la competición de los 100 metros lisos, los cámaras –a las órdenes de la realizadora alemana Leni Riefenstal (la ninfa Egeria del führer, Adolf Hitler) ya habían dirigido sus objetivos hacia el rostro y la elegante figura de aquel poderoso atleta negro que apenas dos meses atrás, en Chicago, había obtenido el record del mundo en la prueba. A los 10 segundos y 3 décimas del pistoletazo de salida, Owens había
El atleta estadounidense Jesse Owens segundos antes de tomar
la salida en la prueba de los 100 metros, el día 5 de agosto de 1936
durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín. Owens
sería el vencedor de la prueba, con un tiempo de 10 segundos y tres
décimas, estableciendo el rcord olímpico de la prueba.
establecido un nuevo record olímpico y se había quedado a tan solo una décima de su record mundial. Y para desesperación de Hitler y el resto de jerarcas nazis presentes en la tribuna del Olympia Stadium (con 100.000 espectadores presenciando la prueba y aclamando el nombre del joven atleta estadounidense), su compatriota y amigo, el también atleta negro Ralph Metcalfe, se había hecho con la plata.


Sin embargo, el recital de Owens en aquellos Juegos Olímpicos no había hecho más que comenzar. Y al día siguiente, en la prueba de salto de longitud, volvía a ganar, con una marca de 8 metros y 6 centímetros (7 centímetros por debajo del record del mundo que él mismo poseía) estableciendo un nuevo record olímpico de la prueba. La furia del führer se acrecentó cuando el atleta alemán Luz Long, que obtuvo la plata, posó con Owens para los periodistas; ambos juntos y sonrientes como buenos amigos, que verdaderamente llegaron a ser. Una imagen que, si fue grabada por Riefenstal, no aparece en la película: «Olympia, los dioses del estadio», que la cineasta alemana rodó sobre aquellos Juegos, la cual fue estrenada en abril de 1938. Finalmente, la furia del führer fue mayúscula cuando supo que había sido el propio atleta alemán quien aconsejó a Owens que alargara su zancada en los pasos finales antes del salto, para no pisar la tabla y evitar el nulo, como le había ocurrido en saltos anteriores.

 Pero aún quedaban nuevos descalabros para los jerarcas nazis, que días antes de comenzar los Juegos
El atleta alemán Luz Long, en animada conversación con el
estadounidense Jesse Owens, posan para los fotoperiodistas tras
la prueba de salto de longitud, en la que Owens ganó el oro y marcó
el record olímpico de la prueba, con un salto de 8, 04 metros. Long
quedó segundo (7,87 m.) y obtuvo la medalla de plata.
habian dado órdenes de eliminar de las calles de Berlín todo tipo de pintadas y carteles antisemitas, de los que habían estado infestadas hasta entonces. El 5 de agosto, Owens volvía a obtener un nuevo oro en los 200, estableciendo además un nuevo record mundial de la prueba, y volvería a hacer lo propio cuatro días después en la de relevos de 4x400.  

 Un Hitler contrariado y enfadado, para no verse en la obligación de estrechar la mano al cuádruple campeón atleta negro, abandonaba de manera precipitada la tribuna de autoridades antes de que diera comienzo la ceremonia de entrega de medallas. Años después Marlene Dortch, nieta de Jesse Owens –fallecido en 1980, a los 67 años de edad– se lamentaba diciendo que el jerarca nazi no habría sido el único en negarse a estrechar la mano de su abuelo. Tras los Juegos, y una vez regresó a los Estados Unidos, Jesse Owens ni siquiera recibió un telegrama de felicitación por parte de Franklin Roosevelt, el entonces presidente de los Estados Unidos. El joven Owen había vuelto a su país, a una América segregacionista, en la que el color de la piel podía relegar a las personas negras a viajar en los asientos traseros de los transportes públicos, e incluso impedirles la entrada en restaurantes y otros establecimientos públicos. El sueño de Martin Luther King aún era una marca muy lejana y difícil de conseguir.