sábado, 27 de abril de 2019

el mozambiqueño Ricardo Chibanga, primer y único torero africano de la historia, falleció el 19 de abril en su casa de Golegã (Portugal) a los 76 años de edad

'' Olé  '', Chibanga
Ricargo Chibanga, primer y único torero africano de la historia

Luis Negro Marco
Portada de la revista LA GACETA DE GUINEA
ECUATORIAL,corresòndiente a los meses de
marzo y abril
de 2019, donde ha sido publicado
este artículo.
Ri
cardo Chibanga falleció el día
19 de abril de 2019,
después de que este artículo
fuese enviado a la revista y 
tan solo tres días antes
de su publicación. Sirva de homenaje
y recuerdo a su memoria.
Ricardo Chibanga nació un 8 de noviembre de 1942 en Mozambique, en el barrio de Mafalala de la ciudad de Lourenço Marques (actual Maputo), capital de la por aquel entonces colonia portuguesa, y en donde el gobierno luso había construido, en 1956, una plaza de toros, que es una de las cinco que actualmente siguen existiendo en el continente africano. Miembro de una familia humilde, el padre de Chibanga regentaba una pastelería y su madre cuidaba de sus siete hijos.

En Portugal, para convertirse en torero
 Al joven Ricardo le gustaba ir a ver las corridas de toros, que en la plaza de Lourenço Marques se celebraban en diciembre, abril y durante las fiestas de junio. De manera que, entusiasmado por aprender el arte del toreo en Portugal, en 1962, cuando tenía 18 años, se dirigió al torero portugués Manuel dos Santos y al empresario Alfredo Ovelha, para que intercedieran por él ante el gobernador de Portugal en Mozambique, entonces el almirante Sarmento Rodrigues, para hacer realidad su sueño de trasladarse a la metrópoli para aprender el noble arte de la tauromaquia.

 Poco se podía imaginar entonces el joven Ricargo Chibanga que, con el tiempo, iba a convertirse en uno de los más célebres embajadores de Portugal en el mundo; junto a Amalia Rodrigues (célebre cantante de fados y actriz nacida en Lisboa [1920-1999]); y junto a Eusebio da Silva, jugador de fútbol [1942-2014], que ganó con Portugal la Copa Mundial de Fútbol en el año 1966, y que como Ricardo Chibanga también era mozambiqueño, y también nacido en la ciudad de Lourenço Marques (actual Maputo). 

Ricargo Chibanga (Maputo –Mozambique– 1942), 
 en su casa de Golegã (Portugal) con el capote rojo 
y la espada de torero. Detrás de él, la cabeza de 
uno de los toros que Chibanga toreó y un cartel 
en el que aparece ataviado con el “traje de luce
” característico de los toreros.-    
 Fotografia: Revista Domingo (CM - Correio da Manhã). 
Vanessa Fidalgo
 Al poco tiempo de llegar a Portugal, Chibanga realizó el servicio militar obligatorio en Lisboa, y una vez terminado, se fue a la ciudad de Golegã, aproximadamente a 100 kilómetros al norte de Lisboa, porque tradicionalmente, Golegã había sido una tierra de toros y caballos, y creyó (con acierto) que era el lugar ideal en el que podría aprender para llegar a convertirse en el extraordinario torero que fue.

 El primer toro que lidió fue en la plaza de toros de la localidad portuguesa de Campo Pequeño, en el año 1968, al término de cuya faena salió a hombros del público, por la extraordinaria actuación que llevó a cabo.

Chibanga, “El Africano
  El 15 de agosto de 1971  Rafael Chibanga tomaba la alternativa (ceremonia por la cual el novillero recibe la categoría de torero)  en la plaza de toros de la “Real Maestranza” de Sevilla (España), de manos de los toreros españoles Antonio Bienvenida y Rafael Torres, cortando la única oreja de la tarde (las orejas y el rabo, son trofeos que se ofrecen a los toreros, solamente si su actuación ha sido brillante y ha divertido al público). La consagración de Chibanga como torero fue de tal trascendencia para

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Ricargo Chibanga en 1971,  en una de sus magnificas faenas con el capote, burla la embestida del toro con inigualable elegancia, muy acorde con la más alta distinción del arte de la tauromaquia.-     
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Portugal que la Televisión Pública del país (la RTP) desplazó un equipo de técnicos y periodistas para transmitir en directo el importante acontecimiento.Dos años después: el 14 de abril de 1974 llegaba a la plaza de toros de “Las Ventas” (la catedral española del toreo), en Madrid, siendo confirmado como uno de los mejores toreros del momento. Los periódicos españoles le dedicaron páginas enteras de elogio apodando cariñosamente a Ricardo Chibanga como “El Africano”.

Plazas de toros en África
 Curiosamente, también en África existen algunas plazas de toros, que fueron construidas por españoles y portugueses en sus respectivas colonias y zonas de influencia. Así,  los españoles construyeron en Marruecos (en la ciudad de Tánger), una plaza de toros en 1950; y también construyeron otra en Argelia (en la ciudad de Orán), en 1950. Asimismo, en la ciudad española norteafricana de Melilla también los españoles construyeron en 1947 una plaza de toros, bautizada como “La mezquita del toreo”. Por su parte, los portugueses construyeron en su antigua colonia de Mozambique la plaza de toros de Lourenço Marques (que data de 1956) y en Angola, otra plaza de toros en su capital, Luanda, la cual fue edificada en 1964.


Ricardo Chibanga, armado de capote rojo y espada, realizando una magistral actuación en una plaza de toros de Portugal, rebosante de público.

Picasso, admirador de Chibanga
 El  famoso pintor español Pablo Picasso (1881-1973) gran amante de las corridas de toros, fue un incondicional admirador de Ricardo Chibanga.  En una ocasión, cuando Picasso contaba ya 90 años de edad, se desplazó hasta Arlés (Francia) solamente por ver torear al torero africano. El famoso pintor declaró entonces a los periodistas que el mozambiqueño era de los pocos toreros que todavía eran capaces de llevarle a ver una corrida. Y mientras Chibanga toreaba, Picasso, sentado en las gradas de la plaza, no paraba de gritar: “Olé, Chibanga” (Olé es la exclamación de ánimo que, en España, los aficionados a los corriidas de toros dan a los toreros cuando su trabajo entusiasma al público). En correspondencia Chibanga dedicó a Picasso su segundo toro de la tarde.

De aquella efemérides del encuentro de Ricardo Chibanga con el pintor Pablo Picasso, la revista

estadounidense “Ebony” 

El famoso pintor español Pablo Picasso (a la izquierda, con sombrero, cuando contaba ya con 90 años de edad), saluda a Ricardo Chibanga, en el transcurso de una corrida de toros celebrada en el anfiteatro de Arlés (Francia) en el año 1971. 

(que se publicaba en Washington y  Nueva York) dedicó a Ricardo Chibanga un amplio reportaje a todo color –de cuatro páginas– en su edición del mes de marzo de 1971.

Y También Christian Barnard (1922-2001) el cirujano sudafricano, que en 1968 realizó el primer trasplante de corazón, quiso conocer a Chibanga (el primer y único torero africano de la historia) y al igual que antes Picasso, ambos se conocieron en una de las corridas de toros que protagonizó el torero mozambiqueño.  El doctor Barnard declararía después que lo que más le llamó la atención de Ricardo Chibanga fue que su extraordinaria calidad como torero y excelente persona, residían en su gran humildad.
Portada de la revista estadounidense EBONY, 
(marzo de 1971), con una fotografía de un
combate de boxeo entre los púgiles negros 
Muhammad Ali y Joe Frazier, en cuyo 
interior se dedicaba un reportaje de cuatro
 páginas, a todo color, al torero
 mozambiqueño Ricardo Chibanga.
Torero de fama mundial
 Tras su paso por las más importantes plazas de toros de Portugal y España, Ricargo Chibanga desarrolló su arte del toreo en Francia (toreando en la célebre plaza de Arlés, un antiguo anfiteatro romano reconvertido en plaza de toros) y Latinoamérica, lidiando en la “La Monumental” de Méjico –la mayor plaza de toros del mundo–, Colombia y Venezuela. Pero le quedaba un último sueño: presentarse en la plaza de toros de su Lourenço Marques (actual Maputo) natal. Sueño que hizo realidad en julio de 1973, protagonizando una corrida de toros que fue todo un acontecimiento en Mozambique. En África Ricardo Chibanga también toreó en la plaza de toros de Luanda (Angola), cuando todavía era colonia portuguesa, y en Asia, en la plaza de toros de la isla china de Macau, que también había sido colonia portuguesa.

Retiro definitivo de los ruedos
 Ricardo Chibanga ejerció su arte como torero hasta 1974, después de que en una corrida, el toro al que lidiaba le embistiera, y una banderilla que colgaba de su lomo, le afectara gravemente a su ojo izquierdo.

 Sin embargo,  el gran torero mozambiqueño siguió muy ligado al mundo de los toros, y mandó construir una plaza portátil, llevando el espectáculo a muchas ciudades del interior de Portugal.

 Hoy en día, a sus 76 años, Chibanga vive en la ciudad portuguesa de Golegã, cuyo ayuntamiento lo
Ricargo Chibanga, durante su época dorada
 en el mundo de los toros, ataviado con el espectacular
 traje de luces, que visten los mejores toreros, 
minutos antes de saltar al ruedo el día de su
 alternativa  (15 de agosto de 1971) en Sevilla
ha declarado su hijo adoptivo más ilustre y le ha dedicado una de sus calles: “Rúa Ricardo Chibanga”, en la que se ha colocado una placa con la siguiente inscripción: “Ricardo Chibanga, torero. Alumno de la Escuela de Tauromaquia de Golegã, que tomó la alternativa en la Real Maestranza de Sevilla, el 15 de agosto de 1971”.

 A día de hoy, Ricardo Chibanga vive reconfortado con el cariño de sus vecinos, y el amor de su familia, especialmente el de su hija Anete Chibanga de 39 años, y con la satisfacción de no haber sido jamás una mera anécdota: la de ser el primer (y hasta ahora único) torero africano de la historia, sino de contar con el reconocimiento de sus compañeros de profesión, así como con el afecto de las personas que tuvieron la fortuna de disfrutar de su arte, y de quienes aún no habiéndole visto torear admiran su coraje, dignidad, y bonhomía propias de una gran persona.







martes, 23 de abril de 2019

El universal patronazgo del caballero San Jorge

Dibujo de VAN HAMME, ilustrando el
presente artículo, publicado en EL
PERIÓDICO DE ARAGÓN, el 23 de
abril de 2019.

San Jorge, símbolo del renacer de la vida

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

Inscrito en la lista de mártires de la Iglesia desde el siglo V, San Jorge vendría a representar la personificación del caballero cristiano que combate el mal en defensa de la fe y de los oprimidos, secularmente invocado como uno de los protectores de la religión cristiana, de la verdad y de la justicia.

Conocido como el santo que –montado en un caballo blanco, enarbolando el estandarte de la cruz y embrazando una lanza– acaba con la vida del dragón (símbolo del mal), sin embargo este relato (con orígenes en Oriente) no constó en la biografía de San Jorge hasta finales del siglo XI, coincidiendo con la época de la Primera Cruzada.

De este modo, el honor de haber obtenido el triunfo tras singular combate contra el dragón habría recaído, primeramente, en el también militar San Teodoro de Amasya (santo de Asia Menor, que vivió en el siglo IV) y de tal guisa, triunfante sobre él, aparece representado sobre una columna, erigida en el siglo XII, en la plaza de San Marcos de Venecia. E igualmente, San Teodoro y San Jorge figuran juntos en un fresco del siglo XII, perteneciente a una de las iglesias (la Yilani Kilise, “Iglesia de la Serpiente”) rupestres del valle de Göreme, en Turquía. El nombre de esta iglesia se debe, precisamente, al fresco en que ambos soldados son representados a caballo alanceando a un dragón, en forma de gran serpiente. Y casualmente fue otro santo del mismo nombre, Teodoro de Siceone (583-613) nacido –al igual que los otros dos– en tierras de la actual Turquía, quien profesó una gran devoción por San Jorge, y a quien en buena medida se debe la posterior difusión de su culto a lo largo de toda la cristiandad. Hecho que tambien se refleja en el santoral, pues su celebración antecede en un día (es el 22 de abril) a la del Patrón de Aragón.

San Jorge (a la izquierda) montado sobre un caballo blanco, junto a San teodoro, montado sobre un caballo rojo, en el momento de alancear a una gran serpiente, símbolo del dragón, que a su vez encarna en la mitología al mal. Fresco del siglo XII que se halla en una de las iglesias (la Yilani Kilise: Iglesia de la serpiente) rupestres del valle de Göreme, en Turquía.
San Jorge, que fue tribuno militar en tiempos de Diocleciano, murió mártir –fue decapitado en el año 303– durante las persecuciones contra los cristianos llevadas a cabo por el emperador, no sin antes haber conseguido –según la Leyenda de Oro– la conversión de la propia esposa de Diocleciano, la emperatriz Alejandra, decisión por la cual fue decapitada; considerada mártir, goza todavía de gran culto en la Iglesia ortodoxa.

Por lo demás, no solo muchos países del mundo cristiano tienen a San Jorge como patrón, sino que además su figura aparece asimilada a personajes semejantes de otras culturas y religiones. Así, en Turquía (tierra natal de San Jorge) podría estar asociada al santo musulmán Hizir, transcripción del árabe Al-Kidr (el verde), a quien también se celebra el 23 de abril, y con parecidos cometidos a los que, en la religión hebrea, se atribuyen al profeta Elías, siendo los tres (San Jorge, Hizir y Elías) figuras regeneradoras de la naturaleza y del espíritu.   

En cuanto a su simbología, la figura de San Jorge es ecléctica, basculante entre lo divino y lo humano, entre la paz y la guerra, entre la muerte y la vida, entre el bien y el mal. Un guerrero cósmico al que el ya desaparecido escritor cubano José Lezama Lima imaginó poéticamente “tripulando al caballo alado Pegaso, derrumbando la Constelación del Dragón, rompiendo sus eslabones de estrellas, su cabeza de carbunclo y su engordado buche de luna palúdica…”. Santo labrador (la palabra Jorge proviene de la griega “georgos”, agricultor) cuya llegada, después de Pascua, coincide con la del nacimiento de los primeros brotes verdes en la tierra arada y oxigenada, propiciando con su cíclica victoria el eterno retorno de la vida.  

sábado, 20 de abril de 2019

Semana Santa Cristiana y Pascua Judía


Esencia y costumbres de la Semana Santa

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

La Pascua (conmemoración cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo) tuvo lugar –según los Evangelios– durante la celebración de la Pascua Judía. De ahí que las fechas de su celebración estén estrechamente relacionadas con la “Pessah” –paso– fiesta en que los hebreos celebran la salida de Egipto del pueblo de Israel y el paso del Mar Rojo en su éxodo hacia la tierra prometida por Dios.

Sin embargo no fue sino hasta el año 325 cuando, en el concilio ecuménico de Nicea convocado por el emperador romano Constantino, se decidió que la fiesta cristiana de Pascua (la Resurrección de Jesús) habría de celebrarse siempre en domingo (nombre derivado del latín “Dominus” –señor–). Un domingo, por lo demás, concreto y variable: el primero a contar desde la primera luna llena que tiene lugar tras el comienzo de la primavera (en torno al 21 de marzo), oscilando sus posibles fechas de celebración entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

Pero, en realidad, la Semana Santa tiene más de siete días; comenzando por el Domingo de Ramos en que se celebra la entrada de Jesús en Jerusalén, recibido con ramos de palmeras, y aclamado con gritos de “Hosanna” –sálvanos–  y “Rey de Israel”. De ahí la bendición de ramos, que evocan el cobijo que, en el desierto de Elim, ofrecieron las palmeras al pueblo de Israel, en su éxodo hacia la tierra prometida.
Ecce Homo.- Dibujo: FERNANDO NEGRO MARCO ' 19

Ya integrados en la Semana Santa, el día de Jueves Santo era costumbre poner delante de los altares de las iglesias un candelero triangular con velas encendidas, las cuales se iban apagando sucesivamente tras la lectura de cada salmo, significando que al igual que las llamas extintas, al acercarse la muerte de Jesús, sus discípulos le abandonaron. Así mismo, permanecía una vela encendida, debajo del altar, representando a Cristo.

Viernes Santo es el día de manifestación de luto en la Iglesia por la muerte en la cruz del Salvador; jornada de dolor que precede al Sábado Santo, símbolo de la fe y esperanza de su Resurrección. De ahí que muy antiguamente el sacramento del bautismo (la resurrección con Cristo a una vida nueva)  no se  imponía sino en este día y en el del Sábado de Pentecostés. Los bautismales portaban una vela encendida y vestían ropas blancas (albas) en señal de inocencia, que habían de llevar durante ocho días (“semana in albis”) hasta el Domingo de Quasimodo (siguiente al de Pascua) así llamado porque  en ese día, era esta la  primera palabra con que comenzaba el salmo de la misa.

Procesión de Jueves Santo en Porto do Son
 (La Coruña).- Semana Santa de 2019

 Foto: LUIS NEGRO MARCO
El Domingo de Pascua es la culminación de la Semana Santa, la Resurrección del Redentor, después de que María Magdalena, acompañada de otras dos mujeres, descubriera que el sepulcro donde Jesús habia sido enterrado estaba vacío. Y para hacer creíble al mundo esa verdad, siguieron diversas apariciones de Jesús a sus apóstoles a lo largo de los 40 días  que transcurrieron antes de su definitiva Ascensión a los cielos. Un motivo de alegría que, en la Edad Media, tuvo su prolongación durante toda la semana posterior al domingo pascual (conocida como la “Octava de Pascua”), aunque actualmente solo perdura como festivo (y no en todos los lugares) el lunes inmediato, día en que tienen lugar numerosas romerías, y en el que hacen su aparición las dulces monas de Pascua (del árabe “munna”, provisión de boca). Por influencia anglosajona son habitualmente presentadas en vistosas y artesanales figuras de chocolate (originariamente un conejo: el “Easter  Bunny” de la Pascua inglesa); sin embargo, en España las monas de Pascua son, tradicionalmente, roscas a base de harina, huevos –que tambien pueden aparecer cocidos, e incrustados con su cáscara en la masa– y azúcar; elementos (el huevo) y forma (circular) que a su vez son símbolos del ciclo infinito de la vida: nacimiento, muerte y renacimiento, muy acordes con el significado de la Semana Santa.

Finalmente, destacar que es al emperador francés Napoleón Bonaparte a quien se atribuye el origen de las “tortillas del lunes de Pascua” cuando, estando con su Armada en la localidad francesa de Bessières, ordenó se hiciera una “omelette” (tortilla) gigante para sus tropas. Sin embargo la costumbre de la “tortilla pascual” sería una manifestación mucho más antigua y extendida por toda Francia, especialmente en la región de Occitania. Una tradición que, en España, encuentra su paralelismo más próximo en la ciudad de Teruel, donde el martes posterior al Domingo de Pascua es festivo, y los turolenses lo celebran con alegres comidas campestres.  Una fiesta a la que, ya a finales del siglo XIX, la prensa local bautizó con el sugerente nombre de “El Sermón de las Tortillas”. 


lunes, 15 de abril de 2019

Alfonso I el Batallador. Octingentésimo aniversario de la reconquista de Zaragoza (18-12-1118)

Alfonso I el Batallador, un rey de leyenda

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

Alfonso I, hijo segundo de Sancho Ramírez y Felicia de Roucy, sucedió en el trono a su hermano Pedro I de Aragón en 1104. Cinco años después, seguramente en septiembre de 1109 (“por el tiempo de las vendimias”, según la Crónica de Sahagún) Alfonso I contrajo matrimonio con Doña Urraca (1081-1126), hija y heredera de Alfonso VI de Castilla. A la muerte de éste, el mismo año de la boda de su hija, parecía que la unión de los reinos de España iba a ser –en palabras del historiador Ramón Menéndez Pidal– “gloriosa y definitiva tres siglos antes de los Reyes Católicos”. Y de hecho, tanto la reina Urraca de Castilla, como Alfonso I el Batallador tomaron los títulos de Totius Hispaniae Imperatrix y Totius Hispaniae Rex.  

Detalle de la estatua dedicada a Alfonso I el Batallador en el
Parque Grande de Zaragoza.-
Foto: ÁNGEL DE CASTRO
Sin embargo aquella unión de los reinos de España no pudo hacerse realidad debido a la falta de la concordia conyugal. De manera que a diferencia de Isabel y Fernando, el lema de “tanto monta, monta tanto” no acompañó, ni mucho menos, a los diferentes propósitos de Urraca y Alfonso.  Así las cosas, la ruptura y separación definitivas de los cónyuges ocurrió cuando el Batallador, en 1114, entregó en Soria a los castellanos a la reina, diciendo que no quería vivir en pecado con ella (nolebat vivere in peccato), una vez que Bernardo, abad de Sahagún y arzobispo de Toledo, se había pronunciado en contra de la viabilidad del matrimonio, alegando que eran los contrayentes primos segundos, pues compartían el mismo bisabuelo: Sancho III Garcés de Pamplona. Finalmente, el papa Pascual II declaró nulo el matrimonio, si bien solamente se oficializó la separación matrimonial. No obstante, incluso después de su separación de Doña Urraca, Alfonso I siguió tomando los títulos de «Alfonso, rey y emperador –por la gracia de Dios– de Castilla, Toledo, Aragón, Pamplona, Sobrarbe y Ribagorza». Y la propia reina Doña Urraca, el 24 de marzo de 1110, en un documento real, se había dirigido a él como: «Adefonsus, Imperator de Leone et rex totius Hispanie».

Mas, habiéndole sido tan hostil el reino de Castilla, Alfonso I se centró en Aragón y el noreste peninsular, y tras la toma de Zaragoza, el 18 de diciembre de 1118, logró la conquista de otras importantes ciudades de la cuenca del Ebro, tales como Tudela, Tarazona, Borja, y Épila, entre otras.

Al mismo tiempo, los almorávides trataron de recuperar Zaragoza, pero el aragonés los derrotó en la batalla de Cutanda (17 de junio de 1120), y animado con esta extraordinaria victoria, logró la conquista de Calatayud y Daroca, avanzando por los valles del Jalón y del Jiloca hasta Cella, en 1128, a tan solo una docena de kilómetros de Teruel.  Y de allí continuó su avance hacia Valencia, Murcia y Andalucía, llamado por los mozárabes (cristianos en tierras de moros) de aquellos lares, a quienes el rey eximió de tributos y les otorgó jueces propios.

Dibujo ecuestre de Alfonso I el Batallador representado
sobre el tercio nororiental de España. Del libro:"Breve
Historia de Aragón en cómic
", Editado por la CAI en 1984.
Autores: J. A. Parrilla; J.A. Muñiz, Jaume Marzal.
Alfonso I murió el 7 de septiembre de 1134, en la localidad oscense de Poleñino, a causa de las heridas que había sufrido pocos días antes, en su infructuoso intento por conquistar la ciudad de Fraga. En su sorprendente testamento, quien a sí mismo se había considerado emperador, renunciaba a tal idea, e inspirado por el espíritu de cruzada que le había acompañado en todas sus batallas, legó su reino a las Órdenes Militares del Santo Sepulcro, que combatían en Tierra Santa. Pero ante tan insólito deseo, los nobles aragoneses se reunieron de urgencia en Jaca, tomando la decisión de no cumplir con la última voluntad del rey de Aragón, y coronar a su hermano, quien unció la corona real con el nombre de Ramiro II el Monje.

 Los treinta años de reinado del Batallador habían sido un continuo combate, pero por su labor reconquistadora y repobladora, así como por su visión unificadora con los otros reinos peninsulares de Castilla, León e incluso la Galicia del arzobispo compostelano Diego Gelmírez, bien podría ser considerado como un rey avanzado en la unificación de los reinos hispanos, y el pilar fundamental del reino de Aragón en su futura expansión por el Mediterráneo.

Y también en el lado de la  leyenda Alfonso I combatió, ya que las extraordinarias hazañas del Batallador dieron origen a una serie de sagas que le suponían cruzado en Palestina, ganando numerosas batallas a los infieles.

Bula de santa cruzada
Previamente a la conquista de Zaragoza, Alfonso I ya había obtenido una importante victoria en Valtierra –Navarra– el 24 de enero de 1110, sobre las tropas del rey de la taifa de Saraqusta, Al-Mostain, quien murió en el transcurso de aquella contienda. Deceso que aprovecharon los belicosos almorávides (gentes de los morabitos) llegados del norte de África, bajo el mando del emir Alí Ibn Yusuf, para ocupar la ciudad de La Aljafería.

De manera que, desde aquel momento, la conquista de Madina Albaida Saraqusta se convirtió en objetivo principal del rey aragonés, procurando los recursos y tropas que le permitieron iniciar los primeros asedios a la ciudad en 1116.

Dos años después, en febrero de 1118 la ciudad francesa de Toulouse acogía un concilio convocado por el papa Gelasio II,  que contó con la presencia –entre otros prelados– de los arzobispos de Arlés y Auch y los obispos de Pamplona, ​​Bayona y Barbastro. Dicho concilio elevó a la categoría de cruzada la empresa de la reconquista de Zaragoza, que se hallaba bajo dominio musulmán. Una decisión que fue muy bien recibida en el Mediodía francés, por cuanto buena parte de su nobleza había estado presente en la Primera Cruzada (1096-1099) a Tierra Santa. La bula de santa cruzada, fue por tanto un hecho decisivo para la movilización de los caballeros y señores de los condados más importantes del sur de Francia, en apoyo de la empresa de Alfonso I. Fue el caso de Gastón IV de Bearne, de Céntulo II de Bigorre, de Bernard Aton IV, vizconde de Carcasona, o  de Auger III, vizconde de Miramont. Personajes, muchos de ellos, que ya habían estado en Tierra Santa como cruzados y que ahora se preparaban para la conquista de Zaragoza junto a otros destacados personajes del clero, como Guy de Lons, obispo de la ciudad francesa de Lescar (personaje éste que también estaría presente, junto al Batallador y sus tropas aragonesas, en la fallida conquista de Fraga, en 1134), o Guillermo Gastón, obispo de Pamplona, quien participó en la reconquista de Zaragoza como jefe de  las huestes de Navarra.

Por otro lado, “Deus lo vult”, el grito de ánimo y aclamación –en latín vulgar– de la Primera Cruzada, declarada por el Papa Urbano II en 1095, dio origen al nombre de Juslibol, actual barrio rural de Zaragoza, cuyo castillo, junto al próximo de Miranda, fueron algunos de los emplazamientos más importantes de las tropas cristianas en la conquista de Saraqusta.  

Zaragoza, famosa por su comparsa de gigantes
y cabezudos, incorpora a ella la figura del gigante
francés Gastón de Bearne, a quien Alfonso I
concedió el título del señorío de la ciudad, en
agradecimiento por la ayuda que le prestó en la
reconquista de Zaragoza (18 de diciembre de 1118)
La importante ayuda francesa
Las tropas franceses (lo cronistas musulmanes elevaron hasta 50.000 el número de soldados francos que sitiaron Saraqusta) es muy probable que se presentaran ante las murallas de la ciudad incluso antes que las propias huestes de Alfonso I, desempeñando un papel fundamental en su conquista, hasta el punto de que el Batallador habría confiado a Gastón de Bearne (1090-1131) –debido a su anterior experiencia con las máquinas de asedio en Jerusalén–  la construcción y dirección de las torres de madera y de las catapultas que habrían de ser utilizadas en el asalto a la ciudad.

Finalmente, en el último momento, la hambruna obligó a los musulmanes a rendir Zaragoza el 18 de diciembre de 1118. Tras la victoria cristiana, y según el cronista Ibn- al-Kardabus, 50.000 musulmanes se vieron obligados a abandonar Saraqusta, entonces una de las grandes ciudades de Al-Ándalus, quizás solamente superada por Toledo, Sevilla y Córdoba. Zaragoza volvía a ser cristiana, y en agradecimiento a la ayuda que había recibido de los francos, Alfonso I concedió el señorío de la ciudad a Gastón de Bearne, cuyo cuerpo decapitado habría sido enterrado siglos después en la Basílica del Pilar de Zaragoza, figurando como leyenda que lo estuvo donde los fieles pisan ahora para venerar la columna del Pilar. Asimismo el museo pilarista conserva el que fue su olifante de caza, bellamente labrado en marfil, y en el que entre otras figuras de animales fantásticos y reales, aparece también el león, símbolo de la ciudad de Zaragoza. 

Zaragoza tras la conquista
El comportamiento del monarca aragonés tras la capitulación de la ciudad, el 18 de diciembre de 1118, fue generoso para los musulmanes, prevaleciendo, como reconoció el cronista Ibn-al-Kardabus, “la caballerosidad del rey para con los vencidos”.

 Una de las primeras medidas del monarca fue favorecer al estado  eclesiástico que tanto le había ayudado en la conquista de la ciudad. De manera que el 4 de octubre de 1121 la mezquita principal de la ciudad pasaba oficialmente a ser Iglesia Episcopal, bajo la advocación de San Salvador, actual catedral de La Seo de Zaragoza, siendo su primer obispo Don Pedro de Librana, confirmado por el papa Gelasio II. Durante el dominio musulmán, en Saraqusta hubo muchos cristianos, quienes gozaron de libertad religiosa, permitiéndoseles el culto en un templo de la urbe que ya estaba dedicado a la advocación de Nuestra Señora del Pilar.

Anverso y reverso de una moneda: "Dinero jaqués", acuñada por el rey
Alfonso I el Batallador. Esta moneda se acuñó en Aragón hasta 1728.
En cuanto al palacio de La Aljafería, a partir de 1118 pasó a convertirse en residencia oficial de los reyes de Aragón, quienes a lo largo de siglos realizaron en el conjunto arquitectónico numerosas reformas y ampliaciones.

Por otro lado, con la finalidad de atraer gentes venidas de fuera, Alfonso I otorgó grandes libertades y privilegios a la ciudad de Zaragoza; entre ellos el del derecho de Justicia propia, extraordinariamente novedoso en aquellos tiempos, por el cual el Consejo de la ciudad gozaba del derecho a elegir a un determinado número de síndicos, cuya finalidad era proteger a la población de posibles abusos de las autoridades. Asimismo se contemplaba la existencia de un magistrado (anterior a la figura del Justicia de Aragón, que nació a finales del siglo XII e inicios del XIII), acreditado de dignidad y autoridad para actuar ante el rey en defensa de las leyes, cargo que en aquella época correspondió a Pedro Jiménez, quien lo desempeñó hasta el año 1123.
                                  
El monumento al Batallador
La imagen más conocida de Alfonso I es la de su colosal escultura (6,50 metros de su estatua, elevada sobre un pedestal de 8,50 metros) situada en el Cabezo de Buenavista, presidiendo el paseo central del Parque Grande de Zaragoza, la cual fue realizada en mármol de Carrara y granito por el artista zaragozano José Bueno Gimeno (1884-1957).  

El monumento al Batallador fue promovido en 1918 por la Junta encargada de los actos conmemorativos del octingentésimo aniversario de la reconquista de Zaragoza. El hermoso monumento data del año 1923, y fue realizado después de que el jurado constituido al efecto hubiese rechazado un primer boceto de José Bueno, en el que proponía una escultura ecuestre del Batallador. En cuanto al león de bronce –símbolo de la ciudad de Zaragoza– que figura a los pies de este monumento, el metálico felino fue colocado allí cuatro años después, en 1927, obra del comandante segoviano de infantería Virgilio Garrán Rico (1897-1955), la cual fue fundida en los talleres Averly  de Zaragoza.

Las armas del rey
En su estatua del Parque Grande, el rey Alfonso I aparece con los brazos reposando sobre su espada, cuyo pomo llega hasta la altura de su hombro izquierdo. Un arma que sería un buen ejemplo de los tipos de aceros empleados por los caballeros en la Edad Media, durante los siglos XI y XII, caso de Guillermo el Conquistador de Inglaterra, los émulos del caballero Roldán (quien también había puesto sitio a Zaragoza en el año 778), o los primeros cruzados.

Solían ser aquellas espadas de doble filo con una acanaladura longitudinal en el centro, la cual aligeraba su peso sin poner en peligro su rigidez. La empuñadura era de madera, de cuerno o de hueso, recubierta de cuero o de cuerda para facilitar el agarre; remataban en un pomo redondo, que contribuía  al equilibrio del arma, y que en ocasiones podía hasta contener reliquias de algún santo, las cuales tenían la función de proteger en la batalla a quien las poseía y atraer el apoyo celestial para la victoria final. Además cabe también tener en cuenta que en tiempos de la reconquista de Zaragoza, las espadas eran utilizadas en la guerra más como armas de corte que de estoque, y estaban tan bien amoladas que podían cortar de un tajo el tronco de un enemigo, o incluso el de su caballo.

Los especialistas en  el arte de la forja han calculado que serían precisas, al menos, 200 horas para fabricar una de estas espadas, por lo que eran también un signo de distinción. Razón por la cual los más insignes caballeros daban un nombre a sus aceros, al igual que a sus caballos. Así, Durendal, fue la espada del caballero Roldán,  al igual que Colada la del Cid Campeador, y Babieca, el nombre de su caballo.

En cuanto a la cota de malla, que también luce en su estatua del Parque Grande Alfonso I, se calcula que este tipo de protección podría constar de hasta 200.000 anillas entrelazadas de hierro, siendo sin embargo su peso relativamente ligero, entre los 12 y los 15 kilos. Asimismo, el capacete de malla, superpuesto al casco, para proteger la cabeza y el cuello, fue una pieza novedosa en el armamento caballeresco generalizada durante los siglos XI y XII. 

Escudo de Zaragoza, en el que figura el león rampante,
distintivo de la ciudad. Su origen puede estar en un sello
del rey Alfonso VII de León y II de Castilla, hijo de Doña
Urraca e hijastro de Alfonso I el Batallador. 
Foto: LUIS NEGRO
Y cabría finalmente  destacar que fue precisamente en torno a las fechas de la conquista de Zaragoza, cuando los caballeros empezaron a superponer a su cota de malla otra de armas (llamada sobreveste) decorada con sus distintivos y emblemas heráldicos, la cual servía para reconocer al guerrero entre los demás caballeros durante la batalla.

Zaragoza y el león de su escudo

 El león (rampante coronado en oro, sobre campo de gules) que figura en el escudo de la capital aragonesa, tiene cierta relación con Alfonso I. Porque muy probablemente se debe a su hijastro, el rey Alfonso VII de León y II de Castilla, llamado también Alfonso el Emperador (1105-1157), hijo del conde Raimundo de Borgoña y de Doña Urraca, esposa en segundas nupcias del rey Alfonso I el Batallador.

Zaragoza habría incorporado el león a sus documentos municipales ya el año 1134 –un año antes de que Alfonso VII tomara el título de Emperador de España– posiblemente a partir de uno de sus sellos (signum regis) que servían como instrumento de validación de los privilegios reales, que eran los documentos más solemnes emitidos por las cancillerías regias durante la Edad Media.

Por otro lado, la vinculación de Zaragoza con la figura del león, es claramente palpable en la ciudad, como se puede apreciar en los cuatro leones fundidos en bronce que flanquean el Puente de Piedra (dos en cada extremo), realizados en 1991 por el escultor turolense Francisco Rallo (1924-2007), en sustitución de los antiguamente existentes en piedra.

Y asimismo, Zaragoza también tiene relación directa con los dos leones que flanquean la entrada al Congreso de los Diputados, en Madrid, pues son obra del escultor zaragozano Ponciano Ponzano (1813-1877), quien los realizó con el bronce fundido de los cañones que el ejército español arrebató a las tropas de Muley-el-Abbás, en Marruecos, tras la victoria de Wad-Ras (23 de marzo de 1860), durante la Guerra de África. Los leones del Congreso de los Diputados fueron colocados en su actual emplazamiento en 1872.