viernes, 21 de febrero de 2020

Tiempo de Carnaval

Carnaval, expresión de humano humor

Luis Negro Marco

A partir del jueves lardero (del latín lardum –tocino– y por lo tanto, todo lo que tiene que ver con la gastronomía del mondongo) retorna el alegre carnaval, embutido en multitud de personajes diferentes: en Luco de Jiloca, en forma de zarrapastrosos zarragones; en Bielsa, transfigurado en onso que acaba de despertar de su letargo invernal, acompañado de amontatos, trangas y madamas con sus joviales y vistosos vestidos blancos, adornados de cintas de color. Tiempo de chirigotas, metamorfosis, tránsito, disfraces, tiznados, caretos y mascaradas, a Épila llegan las mascarutas, como a San Juan de Plan el peirot y, al festivo son de las dulzainas, los galantes enmascarados gigantes a Zaragoza.

De manera que al igual que Isis (la de los mil nombres, diosa de la fertilidad para griegos y romanos)
Tranga y Madama, del Carnaval de Bielsa
Fot- Luis Negro
ocultando su rostro bajo un velo, el carnaval emboza su acreditada fama burlona bajo diferentes denominaciones: carnestolendas o carnevale, adiós a la carne, porque tras su finalización –el martes de carnaval, que antecede al miércoles de ceniza– llegan el ayuno y la abstinencia propios de la Cuaresma.

Así mismo, el carnaval es denominado entrudo en Portugal y entroido en Galicia, porque es la fiesta que da entrada a la Cuaresma; pero también podría ser el carnaval el carrrus navalis (la fascinante y majestuosa carroza en que los emperadores romanos celebraban con júbilo sus triunfos, al igual que los comandantes de la flota griega sus victorias navales) asociado a las gozosas celebraciones del Navigium Isides, en honor de Isis, y que en la antigua Grecia se celebraba el 5 de marzo coincidiendo con el inminente resurgir de la primavera y el comienzo de la navegación.

Carnaval de San Juan de Plan, 1990
Foto: Luis Negro
El escritor romano Apuleyo, que vivió en el siglo II de nuestra era, en su Metamorfosis (obra también conocida con el título de El asno de oro) nos aporta una descripción de aquella fiesta que bien podría parecernos hoy la crónica de un desfile de carnaval: grupos de hombres disfrazados de mujer, de gladiador, de magistrado, o de pescador, junto a mujeres ataviadas con vestidos blancos y adornadas con flores y espejos a sus espaldas, vertiendo perfume a los participantes. Incluso señala Apuleyo que entre el séquito también había una osa amaestrada vestida de matrona, portada por esclavos sobre una litera; completando el cortejo una multitud de músicos y jóvenes de ambos sexos ataviados con albos ropajes.

Y ya en tiempos más próximos destacan de entre las figuras del carnaval los zanni (de la palabra latina sannio, con el significado de bufón, burlón y escarnecedor) personajes de la carnavalesca comedia italiana, entre los que se encuentran Arlequín, Colombina, y el viejo avaro comerciante Pantalón, quien haciéndose a la mar carnavalera, llegó también a la burlesca pantomima anglosajona con el nombre de Pantaloon.

Máscara de Mekuyo Mamarracho,
Carnaval de la etnia Combe de
Guinea Ecuatorial. 
Foto: Luis Negro
Así mismo, desde mediados del siglo XVI se hizo muy popular en Francia el personaje de  Saint Pansard (o Pançar) así llamado en alusión a su pantagruélica panza, obtenida a base de zampar en los días de Carnaval, previos al miércoles de ceniza. Y ya a mediados del siglo XIX, en el Carnaval de París se introdujo al cervantino personaje de Sancho Panza, muy probablemente por su –en nombre y figura– con Saint Pansard semejanza.

En cualquier caso, parece evidente que (al igual que ahora el carnaval es sinónimo de sátira, buen humor, alegría y diversión) en los pueblos de la antigüedad los ritos asociados a la fecundidad, invocando a la vida que renace, estuvieron marcados por un tono de alegría (hilaritudo –hilaridad–, como lo definieron los autores clásicos) en sus manifestaciones religiosas, las cuales –a partir de la risa, el baile y el amor– constituían un armónico encuentro entre el medio ambiente y la naturaleza humana.

Así, a la luz de lo anterior, nos resulta más fácil comprender el hecho de que durante la Edad Media, llegado el domingo de Resurrección, fuera costumbre que los sacerdotes hicieran bromas (risus paschalis –risa de Pascua–) durante sus homilías, recordando de este modo que Jesús, burlándose del demonio, había resucitado. Y que, en definitiva, al igual que la inocente y pura de un niño que acaba de nacer, es la sonrisa de Dios la que nos otorga la vida y con ella el buen humor, la felicidad y la alegría de vivir.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Febrero, el mes de la purificación

La Candelaria y el mes de febrero

LUIS NEGRO MARCO
*historiador y periodista

El 2 de febrero es para los cristianos el día en que se conmemora la Presentación de Jesús en el templo de Jerusalén; una celebración que antiguamente también se conoció con el nombre griego de «Hypapante» (Encuentro), pero también como el de la Purificación de María, ahora comúnmente conocido como el día de la Candelaria. Sin embargo, las cuatro denominaciones constituyen un armónico todo. Y es que según la ley de Moisés, la mujer judía que daba a luz un  hijo varón quedaba impura durante 40 días  (80 si era una niña). De manera que al final de ese tiempo, debía presentar a su hijo en al templo y ofrecer un cordero como sacrificio de purificación.

Cumplido con el rito, y cuando la Virgen, el Niño y San José bajaban del templo, se encontraron con dos ancianos (de ahí el nombre de fiesta del Encuentro), llamados Ana y Simeón. Este último, cogió a Jesús en sus brazos y dijo que ya podía morir en paz, porque había visto con sus ojos al Salvador, la luz que había de alumbrar a todas las naciones. Pasaje este último que explica por qué el 2 de febrero, el de la Presentación de Jesús, es también conocido con el nombre del día de la Candelaria (la llama que alumbra) en cuya celebración los fieles congregados participaban, como ahora, en una procesión portando candelas encendidas –imagen del cirio Pascual anunciando al Cristo resucitado– que son posteriormente bendecidas por el sacerdote. 

Virgen de la Candelaria. Siglo XVIII
Cristóbal Hernández de Quintana
Museo de Arte de Ponce (Puerto Rico)
En los albores del cristianismo esta celebración tenía lugar el 15 de febrero (cuarenta días después de Reyes). Una fecha interesante por cuanto en ese mismo día, Roma  celebraba la «Lupercalia», fiesta de la purificación del territorio y de la fecundidad. A partir del siglo VI la Iglesia trasladó la fiesta de la Candelaria al 2 de febrero (transcurridos cuarenta días desde la Navidad), cerrando con ella el ciclo iniciado el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción.

Por su parte, el pueblo celta también celebraba, llegado el 1 de febrero, la fiesta del «Imbolc» para la purificación de tierras y ganados; una manifestación que cerraba el ciclo iniciado en «Samaín» (31 de octubre y 1 de noviembre –nuestro día de Todos los Santos–) y abría las puertas a uno nuevo, hasta el comienzo de la primavera.

De otro lado, febrero fue durante la Roma antigua el mes consagrado a la purificación de las fronteras del imperio (fiesta «Terminalia», el día 23) e incluso de los difuntos (en su honor se celebraban las «Feralia» entre los días 13 y 21 de este mes). De ahí que muy probablemente febrero derive su nombre de Februo, dios etrusco de la muerte y de la purificación, identificado posteriormente por los romanos con Plutón, dios del inframundo y raptor de la diosa Proserpina, base sobre la que se sustentó el mito del cíclico renacer de la primavera. En la celebración de su fiesta («Februalia»), hombres y mujeres salían por la noche al bosque portando flameros y antorchas, al encuentro de la raptada hija de Ceres (de donde deriva la palabra cereal) diosa de la agricultura.
Así mismo, el propio nombre del mes (febrero) es sinónimo de purificación, puesto que proviene del sustantivo latino «februum»: instrumentos rituales de purificación que eran utilizados por los romanos en sus cultos sagrados; y del verbo «februare», con el significado de expiar, purificar.  

Y volviendo a nuestra fiesta de la Candelaria, cabe indicar que su nombre deriva del latino «candere» (brillar por su blancura), siendo el blanco símbolo de virginidad, pureza e inocencia (candidez); y al mismo tiempo “pureza” tiene su raíz en la palabra latina «purus», que a su vez deriva de la voz griega «pyr» (hoguera), términos todos ellos que ayudan a comprender cómo la fiesta de la Candelaria es para los cristianos la celebración de Jesús como la luz que disipa las tinieblas (la ignorancia) y alumbra nuestro camino hacia  el amor y la verdad.

martes, 18 de febrero de 2020

San Valentín, heraldo de la primavera y del amor que ilumina la vida



San Valentín, baila y enamora

Luis Negro Marco

Las fuentes históricas de la antigüedad revelan que no hubo un solo San Valentín sino varios. Dos de ellos ejecutados en torno al año 269 en tiempos del emperador romano Claudio II, quien recrudeció la persecución contra los cristianos; y aún hubo, al menos, un tercero que habría muerto en África.

Pero del San Valentín enamorador que nos interesa (que habría nacido en la ciudad italiana de Terni, de la que llegó a ser obispo) se asegura que su cráneo es el que se venera en la iglesia de Santa María en Cosmedin, en Roma; sin embargo también hay otro -–junto con otras reliquias del santo-– en la iglesia de San Antón de Madrid, que perteneció a los escolapios; unos restos que habrían sido entregados a la Escuela Pía matritense, para su custodia, por el rey Carlos IV.

Así mismo, importantes ciudades europeas como Dublín, Praga, Malta o Glasgow, por citar tan solo algunas de ellas, también aseguran conservar en sus iglesias veros restos de San Valentín. Y lo mismo ocurre en Aragón, ya que Calatayud (en la colegiata del Santo Sepulcro) también los conserva, al igual que la localidad zaragozana de Tobed, en la que el 14 de febrero es festivo, por ser el día de su patrón.

Dibujo realizado por POSTIGO ilustrando este
artículo en El Periódico de Aragón, en su edición
del 14 de febrero de 2020
Pero ¿por qué San Valentín es el universal patrón de los enamorados? Quizás porque el día de su festividad coincidía en la Roma precristiana con las fiestas Lupercalia posteriormente cristianizadas, a finales del siglo V, por el papa Gelasio. Sin embargo, también es posible que la elección de San Valentín obedezca a que su propio nombre definiría bien la significación de su celebración. Porque la palabra Valentín podría ser la resultante de la latina Valere (valiente, sano, robusto, capaz) y de la nórdica Lent (primavera). De hecho, para los francos, en tiempos de Carlomagno (siglos VIII y IX) el Lentzin era el mes de la primavera, palabra a su vez asociada a origen y nacimiento, en referencia a las primeras hierbas del año que brotan, los primeros huevos que eclosionan en los nidos de los pájaros con la llegada del buen tiempo, o el auspicio que los cada vez más templados y largos días otorgan para el tiempo de ocio y el encuentro entre las parejas de enamorados.

En cualquier caso, tampoco sería ajeno el día de San Valentín al tiempo de Cuaresma (este año desde el 26 de febrero hasta el 9 de abril) a cuyo inicio generalmente precede. Y nuevamente aquí encontramos una confluencia etimológica entre Valentín y el nombre teutón de la Cuaresma (Lent). De este modo en algunos países de Europa, y ya desde el siglo XIV, fue costumbre generalizada el que en el primer día de Cuaresma, las jóvenes (valentinas) eligieran a sus chicos (valentines) para el resto del año. Y al siguiente domingo (llamado en Francia de Bures –de encuentro festivo, o bureo–) las jóvenes desdeñadas por sus valentines se reunían en un prado donde bailaban alrededor de una hoguera, sobre cuyas llamas lanzaban muñecos de tela y paja, simbolizando a los jóvenes que las habían rechazado.

Tradición con cierta semejanza a la de “Partir la Vieja” que se celebra en ciertas localidades de Andalucía, Valencia y Mallorca (aquí con el nombre de Jaia Corema) la cual comienza en San Valentín, pero también en el primer día de Cuaresma. Consiste esta centenaria costumbre en colocar en una estancia de la casa un muñeco que representa a una vieja con siete piernas, y a lo largo de las siete semanas de Cuaresma, cada domingo le cortaban una, hasta dejarla sin ninguna, lo que venía a significar que el período de ayuno y abstinencia, propios de la Cuaresma, había terminado.

Así mismo, como fiesta asociada a ritos solsticiales, en el 14 de febrero era costumbre encender hogueras y comer, cantar y bailar alrededor de ellas, así como el que los enamorados intercambiasen regalos y cartas de amor, que recibían el nombre de valentinas. Además, las parejas se coronaban mutuamente de una corona vegetal que se comprometían a guardar en casa durante el resto del año. De otro modo, sería señal de que la relación entre ellos habría terminado.

Y como símbolo de amor, es a la moralista, escritora y poetisa Christine de Pizan (1364-1430) a quien –contenidos en su obra Le dit de la rose– se deben estos versos referidos al 14 de febrero: “Desde el alba de su mañana San Valentín enlaza amores coronados de flores, entre el amado y su dama”.