martes, 23 de julio de 2019

Víctor Frankl (1905-1997) superviviente de los campos de concentración nazis y fundador de la Logoterapia

El hombre en busca de sentido

Luis Negro Marco

“El sentido de la vida” es el título de una buena y divertida película de los ingleses Monty Python (autores a su vez de “La vida de Bryan”) que se estrenó en el ya lejano 1983, y que sin embargo goza de una siempre jovial y renovada actualidad. Hecho que, seguramente, se debe a que “El sentido de la vida” se lanza al abordaje, con inteligentes dosis de humor, de la formulación de una pregunta a la que todas las personas –sin excepción– estamos obligadas a dar una respuesta: ¿cuál queremos que sea nuestra misión en la vida? La cuestión nos aboca a la gélida soledad (solos nacemos y solos morimos) de tener que elegir libre y racionalmente cuál queremos que sea nuestro destino y cuál el  fin (la meta que nos proponemos alcanzar) que dote de sentido a nuestra existencia.

Varios años antes de que los Python estrenaran su película sobre el sentido de la vida, un psiquiatra y
Dibujo de GREGOR, acompañando el presente artículo,
publicado el 16 de julio de 2019 en
 EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
filósofo de origen judío, –nacido en Viena en 1905– además de llegar a ser un reconocido profesor universitario a escala mundial (en los campos de la neurología y de la psiquiatría), también fue entre 1942 y 1945 “superviviente de cuatro campos –de concentración nazis– se entiende [los de Theresiendstadt, Auschwitz, Kaufering y Türkheim, estos dos últimos dependientes del macrocampo de exterminio de Dachau, que los nazis levantaron a tan solo 13 kilómetros de la ciudad alemana de Munich]. Y como tal superviviente quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para desafiar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar”. Las frases que van en el entrecomillado son del propio superviviente de aquellos campos de la muerte, el psiquiatra Víctor Frankl (fallecido en Viena el 2 de septiembre de 1997), cuya traumática experiencia de tres años vividos bajo la tortura, la degradación humana y el horror (sus padres y su mujer fueron asesinados en las cámaras de gas) le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Sucintamente, vendría a ser un tipo de psicoterapia a partir del logos (palabra griega que equivale a
«sentido», «significado» o «propósito») centrada en el sentido de la existencia humana y  en la búsqueda, por parte de cada persona, de los valores que dan sentido a su propia vida. No se trata en la logoterapia de la freudiana búsqueda del placer, ni tampoco del poder, sino de la búsqueda de sentido. De ahí el título de su libro, publicado por vez primera en 1959, «El hombre en busca de sentido», declarado como uno de los diez libros de mayor influencia en América.

Y para ejemplificar cuál es el sentido de la logoterapia, nada mejor que la vida del propio Víctor Frankl, quien disponiendo de un visado de la Alemania nazi para viajar a los Estados Unidos, pudiendo así huir de las deportaciones, decidió quedarse junto a sus padres ya ancianos (a quienes los nazis les habían denegado la preceptiva documentación para viajar al exterior), y unas semanas después, por su condición de judíos, la familia fue deportada al completo al campo de Auschwitz.

La grandeza de la filosofía de Víctor Frankl es su fe infinita en las capacidades del ser humano, basada en el espíritu (personal, irrepetible y distintivo de cada cual) que nos permite cambiar nuestra actitud frente a lo inalterable, emanante de la libertad personal más profunda, alejada de toda resignación. Así, es en nuestra propia vida singular en donde reside la base de nuestra existencia, lo que equivale a decir que en todas las personas hay una fuerza interior que nos capacita para superar las adversidades.

Y no se trata de una teoría más sino de una realidad verificada por las investigaciones más actuales sobre los traumatismos (violación, duelos, catástrofes naturales…) que han hallado en las personas traumatizadas una fuerza de autosanación, llamada «recurso» o «resiliencia», que nace del propio sufrimiento, y que hace que la felicidad sea posible en cualquier momento, si vivimos desde el amor y afrontamos la realidad, pues con cada bocado de realidad, tomamos otro de eternidad, y más aún si lo aderezamos con un buen sentido del humor.

Una de las mejores frases de Víctor Frankl y su filosofía de la logoterapia es que “se puede retirar todo al hombre salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la de su actitud personal frente a las circunstancias, a fin de elegir su propio camino”.



martes, 2 de julio de 2019

30 de junio, día de la Amistad Hispano-Filipina

Los irreductibles de Baler
En su memoria, el 30 de junio es el día de la Amistad Hispano-Filipina

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

España mantuvo presencia en el archipiélago de las Filipinas (integrado por más de 7.000 islas) desde 1565 hasta 1898. Una huella aún visible en la lengua tagala               –mayoritariamente hablada en la nación– que incorpora cientos de palabras españolas y que contiene otras muchas de origen hispano. Y lo mismo ocurre con la mayoritaria religión católica del país, llevada a aquel puzle de islas esparcidas sobre el Pacífico, en el sudeste asiático, por misioneros españoles. De entre ellos destacó un aragonés: el sacerdote escolapio Basilio Sancho Hernando (1728-1787), natural de la localidad turolense de Villanueva del Rebollar, y que en 1766 –durante el reinado de Carlos III–  fue nombrado arzobispo de Manila, en donde falleció en el ejercicio de su apostolado. 

Pero como ocurriera en Cuba y Puerto Rico, durante el último decenio del siglo XIX,  también al
cartel anunciador de la exposición sobre los héroes de
 Baler que se puede ver en el Museo del Ejército de Toledo
 que se puede contemplar hasta el 30 de junio de 2019.
archipiélago de las Filipinas llegaron los vientos de la independencia. Estados Unidos, entonces bajo la presidencia de William McKinley, al igual que había hecho en Cuba, apoyó la insurrección filipina pensando en la expansión de su mercado y en la ruptura de aranceles que, para su comercio exterior, supondría la independencia de las posesiones españolas de ultramar. De este modo, España hubo de combatir a miles de kilómetros de la metrópoli y en dos frentes distintos e igualmente alejados uno del otro, ante una potencia muy superior en cuanto a medios, fuerzas y armamento. Llegó así el 10 de diciembre de 1898 en que se firmó el Tratado de París, por el que España perdía Cuba y Puerto Rico y cedía a los Estados Unidos el archipiélago filipino mediante el pago de la suma de 20 millones de dólares. Comenzaba el período histórico de “La España del Desastre”, que a su vez alumbró a una brillante generación de escritores conocida como “La generación del 98”.

De manera que, firmada la paz, España había rendido todas sus plazas en Filipinas ¿Todas? No. En la iglesia de San Luis de Tolosa, en el poblado de Baler (situado en la isla de Luzón), un grupo de 50 irreductibles soldados españoles (entre ellos, los aragoneses Santos González Roncal, de Mallén –Zaragoza– y Marcos Mateo Conesa, de Tronchón –Teruel–) pertenecientes al batallón de cazadores expedicionario nº2, resisten desde el 1 de julio de 1898 los ataques de las tropas filipinas del general Aguinaldo. Ignoran que este jefe había proclamado la independencia de Filipinas el 12 de junio anterior, y aún habrían de resistir el asedio durante 337 días, hasta el 2 de junio de 1899. Y si finalmente depusieron la defensa fue tan solo después de que el jefe de los soldados españoles, el teniente Martín Cerezo, comprobara fehacientemente que hacía ya más de cinco meses que España había aceptado la independencia de la colonia.

No fueron sin embargo los de Baler “los últimos de Filipinas” (título homónimo de la película dirigida en 1945 por Antonio Fernández-Román, con un notable remake de Salvador Calvo en 2016), porque tras su capitulación y repatriación a España, el 1 de septiembre de 1899, aún quedaron cientos
Dibujo de HYDE, ilustrando este artículo, publicado en EL PERIÓDICO
DE ARAGÓN
el 28 de junio de 2019
de prisioneros españoles en manos de las tropas tagalas. Fue este el caso de Mariano Mediano, natural de la localidad oscense de Peralta de la Sal, que no regresaría a España hasta el 22 de febrero de 1900. En su memoria y la de sus compañeros de cautiverio, su bisnieto, el escritor Lorenzo Mediano escribió en 2001 un magnífico libro con el sugerente título de “Los olvidados de Filipinas”. Porque, como sucedió en 1975 con los derrotados veteranos de Vietnam que se granjearon el rechazo de buena parte de la población estadounidense, del mismo modo, ni el Gobierno ni la sociedad española de comienzos del siglo XX supieron reconocer que los soldados españoles (la mayoría de ellos jóvenes de leva) habían dado su vida por el bien de toda la nación, por lo que no recibieron ni los honores ni las recompensas de las que fueron merecedores. Peor aún, se ganaron el desprecio de buena parte de la opinión pública que los responsabilizó de la derrota.

Afortunadamente, el tiempo y la historia han restañado aquel olvido y honrado la memoria de aquellos soldados españoles a quienes la propia nación de Filipinas ha reconocido su valor y abnegación, declarando el 30 de junio como el Día de la Amistad Hispano-Filipina. La fecha no es casual, pues fue el día en que el presidente Aguinaldo emitió el decreto de Tarlac —en 1899—, en el que se ordenaba que los miembros del destacamento de Baler fueran considerados y tratados como amigos y no como prisioneros. Una lección de perdón y de reconciliación que es bueno recordar y tener presente de cara al futuro.