martes, 31 de octubre de 2017

Truco o trato


El Periódico de Aragón

Día de Todos los Santos
Ya en la Antigüedad clásica fue una costumbre muy arraigada la de hacer ofrendas a las almas de los difuntos en fechas especiales

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

 El antiguo pueblo de los celtas, celebraba anualmente la festividad de “Samhaim” (etimológicamente, “el final del verano”) en unas fechas coincidentes con la celebración cristiana del día de Todos los Santos. De hecho, la palabra  “Halloween”, con que popularmente se conoce a la antesala de esta festividad, proviene de la expresión inglesa “All hallow´s eve”: “Víspera de Todos los Santos”.  Asimismo, sería de tradición irlandesa y escocesa la costumbre de vaciar calabazas, darles terrorífico aspecto de rostro humano y colocar dentro de ellas una vela. El historiador estadounidense Washington Baird (1828-1887) en una de sus obras, refiere la leyenda de una casa encantada con presencia de extrañas luces durante la noche, a las que denomina “Will o´the wisp” (fuegos fatuos),  o “Jack o´ Lanterns” (Jack el de la Linterna). Y precisamente este último nombre es el que en los países anglosajones se da a la calabaza iluminada, tan popular en estas fechas.

 La leyenda del irlandés Jack de la linterna (condenado por el diablo a no poder entrar en el infierno, y a vagar eternamente errante entre tinieblas, iluminado por un tizón  que Lucifer le regala, y que Jack coloca  dentro de un nabo ahuecado, a modo de linterna) guarda muchas similitudes con el relato romántico de terror del jinete sin cabeza, obra del escritor estadounidense Washington Irving (1783-1859): “Sleepy Hollow” (literalmente hueco soñoliento), cuya adaptación fue llevada con gran éxito al cine en 1999 por el director norteamericano Tim Burton.

 Volviendo al mundo celta, lo más inquietante del Samhaim era que su celebración tenía lugar en un momento de transición (fin y comienzo de un nuevo ciclo agrícola) en que las leyes que regían la vida cotidiana quedaban en suspenso. Y este vacío de poder era el que provocaba que la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se desvaneciera, momento que aprovechaban los espíritus de los muertos para volver del inframundo. En el Pirineo aragonés, los llamados “Espanta bruxas”, tallas de rostros humanos en piedra que se colocaban sobre las chimeneas de las casas, tenían precisamente la función de impedir que las almas errantes se colasen por ellas dentro de los hogares.


Asimismo, en el tiempo de Samhaim se hacían ofrendas, fuera de las casas, a los difuntos, para agasarjeles en su visita y evitar de este modo su enojo, al tiempo que en el campo se encendían hogueras, con la finalidad de que su luz les ayudara a encontrar el camino de vuelta hacia el más allá. La tradicional fiesta  gastronómica y nocturna del magosto (en que la castaña asada es la protagonista), que se celebra en las tierras del noroeste español, a partir del 1 de noviembre y hasta mediados del mismo mes, muy posiblemente tiene su origen en aquellas costumbres.

 Por otro lado, el  “truco o trato”, con el que los niños disfrazados saludan y piden golosinas cuando llaman por las casas de los barrios,  no es sino un lejano recuerdo de aquella creencia, según la cual, si no se obsequiaba convenientemente a las almas durante su visita, éstas podrían manifestar su desagrado, bien optando por quedarse en las casas que no habían actuado con el debido respeto, bien provocando alguna serie de indeseados infortunios.

 Pero del mismo modo que las puertas podían ser franqueadas por los desaparecidos, también podían serlo por los vivos (aún a riesgo de no poder regresar jamás) hacia el inframundo. Así, el folklore irlandés recoge la leyenda de Nera, personaje que  a través de un sídh (túmulo funerario) logra entrar en el más allá, y como prueba de su estancia entre los muertos trae consigo unas flores que estaban fuera de estación.

 Siguiendo con el folklore nórdico, uno de los espectros principales que hacían su aparición en la noche de difuntos era la llamada “White Lady” (“Dama blanca”), quizás una antigua diosa pagana, cuyo fantasma –según la tradición– se aparecía en las casas la noche anterior en que alguno de los familiares de la casa iba a morir.

 Y finalmente, no hay que olvidar que desde finales del siglo XIX, y aún a día de hoy en algunos lugares de España, fue y sigue siendo costumbre representar, el día de la víspera del día de Difuntos, la obra Don Juan Tenorio, del dramaturgo vallisoletano José Zorrilla (1817-1893). Y a pesar de que en vida, Don Juan de él mismo dice: “Por donde quiera que fui  la razón atropellé, la virtud escarnecí, y a la justicia burlé”, en el momento final de su vida, tumbado entre las tumbas del cementerio, el amor de Doña Inés le hace arrepentirse de todos sus males, librándolo así de las llamas del infierno en el instante  mismo en el que exhala su último aliento. 

 Porque al fin y al cabo, como Francisco de Quevedo (1580-1645) dejó bellamente plasmado en su hermoso poema “Amor constante más allá de la muerte”: Alma a quien todo un dios prisión ha dado / será ceniza más tendrá sentido / polvo será, más polvo enamorado.





martes, 24 de octubre de 2017

España, esencia de la democracia y de la libertad de los españoles

El Periódico de Aragón

 España, o la nación clandestina 
Tras los atentados de Barcelona y Cambrils, ni siquiera se aludió a la posibilidad de desplegar al ejército

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

 Tras los asesinatos cometidos el 7 de enero de 2015 por terroristas islámicos en la sede de la revista Charlie Hebdo, en París, el gobierno de François Hollande decidió el despliegue del ejército en las calles de la capital francesa, cuya presencia continúa a día de hoy. Y la ciudadanía francesa, lejos de ver en ellos una fuerza represora, contempla diariamente a sus soldados con la confianza de quien sabe que son, junto con el resto de las Fuerzas del Orden, garantes de su libertad y seguridad. Y lo mismo (desplegar a su ejército por las calles de distintas ciudades) hizo Italia en 2008, para ayudar a la policía en su lucha contra la delincuencia, y Bélgica, tras los atentados terroristas ocurridos el 22 de marzo de 2016 en el aeropuerto y metro de Bruselas.

 Sin embargo, en España la situación es distinta. Así, tras el doble atentado perpetrado el 17 de agosto por terroristas islámicos en Barcelona y Cambrils (en los que fueron asesinadas 16 personas y otras más de 120 resultaron heridas), ni el Gobierno, ni los representantes de los principales partidos políticos, aludieron siquiera a la posibilidad de desplegar al ejército para prevenir la amenaza terrorista. Y ello a pesar de que el presidente podría perfectamente haberlo hecho, conforme a la  Ley de Defensa Nacional, de 2005, uno de cuyos principales objetivos es el de garantizar la protección del conjunto de la sociedad española, así como el pleno ejercicio de sus derechos y libertades.

 Seguramente, lo que está ocurriendo en nuestro país es que sigue muy extendida una falsa y perniciosa –muy posiblemente también perversamente fomentada desde ciertos sectores sociales– percepción, que asocia a nuestras Fuerzas Armadas, así como al conjunto de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, con valores contrarios a la democracia y la libertad. Obviamente se trata de una
distorsión de la realidad, y una idea contraria a la verdad. Y lo mismo ocurre con las –por desgracia– nada infrecuentes manifestaciones de prejuicios hacia los símbolos de España: nuestra bandera, escudo, e himno nacional, que son importantes y dignos de respeto por cuanto representan al conjunto de la soberanía nacional.

 Entramos aquí en el tema del sesgo de la visibilidad pública de determinados asuntos, pergeñado –en no pocas ocasiones– desde poderosos grupos de presión, cuyos intereses bien concretos, pueden ser por completo ajenos a los del bienestar y sentimiento mayoritario del conjunto de la sociedad. En este punto, la imagen pasa a ser más importante que la realidad, por cuanto es un axioma que los políticos elaboran sus líneas de actuación y programas, más que en la realidad de los acontecimientos, en las percepciones generales que de ellos manifiestan sus potenciales votantes, según se reflejan a través de los medios de comunicación.

 De este modo, en nuestra sociedad actual, la progresiva banalización de la razón crítica nos está llevando a su negación y hacia la entronización de los sentimientos en todos los ámbitos de la esfera pública. Pero esta actitud no es sino la falsificación de la vida, el kitsch: una inconsciente huida de la realidad y el intento naif de su sustitución por otra virtual, sin tener en cuenta que nuestra propia existencia personal depende, y tan solo es posible, dentro de un mundo local y globalmente interdependiente.

 De ahí que la verdadera fuerza de la democracia resida en una ciudadanía bien formada e informada, capaz de generar y exigir confianza y credibilidad, pilares básicos para la convivencia democrática.

 Que pudiéramos reconocer el valor y fortaleza de nuestras instituciones como garantes de nuestros derechos fundamentales y seguridad jurídica personal a nivel nacional e internacional, debería ser la principal meta a alcanzar en estos momentos tan difíciles, y que España dejara  de ser, de una vez por todas, una nación acomplejada y clandestina aun para los propios españoles.

martes, 17 de octubre de 2017

Cataluña, Caritas in Veritate


Luis Negro Marco / Historiador y periodista

 El papa Benedicto XVI escribió en 2009 una encíclica en la que dejó una interesante reflexión acerca de la ley y la caridad cristianas: «Caritas in Veritate» (El Amor en la Verdad). En ella, el papa manifestaba que un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos. Y que solo desde la verdad («Logos») pueden establecerse «Diá-Logos», es decir, comunicación y comunión.

  Así pues, la ley y la verdad son términos, conceptos y puntos de partida irrenunciables para avanzar, personal y socialmente, hacia un futuro mejor. A este respecto, el escritor checo Milan Kundera (que sufrió la represión comunista tras la invasión rusa de su país en 1968,  y es el autor  del conocido libro «La insoportable levedad del ser») anotó en una de sus obras que la gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad: “El futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo. Los hombres quieren ser dueños del futuro solo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar en el laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia”.

 Estas frases, escritas por Kundera en 1979, fueron una asombrosa premonición del presente que vivimos, y entroncan de lleno con las valoraciones que sobre nuestra sociedad actual ha dejado plasmadas el filósofo polaco Zygmunt Bauman, en su libro póstumo «Retrotopía». Nuestra sociedad ya no imagina nuevos y universales horizontes para la convivencia, sino que intenta revivir, para su rectificación, determinados aspectos de un pasado sublimado (véase por ejemplo la declaración de independencia de Cataluña por Companys en 1934) y convertirlos en referencia actualizada en su avance hacia el futuro.

 En este sentido, la narcisista y despreocupada irresponsabilidad que está caracterizando al independentismo catalán adquiere una clara dimensión retrotópica, por cuanto supone la arbitraria actualización de un pasado sentimental –no histórico, y en absoluto representativo del sentimiento colectivo– cuyo referente más lejano no iría más allá de las primeras décadas del siglo XX.

 La utópica Itaka de fraternidad universal, en la que creyó Tomás Moro, ha quedado licuada y
convertida en un espejismo. La convivencia, dignidad y bienestar de las personas, dependen ahora no del aporte de todos en el bien común, sino de autoproclamados correctores de la historia, erigidos en los nuevos guías de la revolución.

 Mas contravenir la ley que propicia la convivencia y garantiza  el cumplimiento de los derechos, deberes y servicios del conjunto de la ciudadanía, es un delito, aunque se cometa esgrimiendo un clavel en la mano y dibujando una sonrisa de paz en los labios. Por ello, si bien es cierto que no se debería haber llegado al escenario y situaciones que se vivieron en Cataluña durante el 1 de octubre, no hay que olvidar que la Guardia Civil y la Policía Nacional no intervinieron en Cataluña para reprimir derechos ni libertades, sino para preservar los del conjunto de la ciudadanía española, de acuerdo al ordenamiento constitucional y el mandato correspondiente –para su preservación– del poder judicial.

 Huelga por otro lado decir que, detrás de todos y cada uno de los agentes del Orden hay una persona con los mismos derechos y deberes de quienes les increparon, insultaron, provocaron e hicieron todo cuanto les fue  posible por impedir, contraviniendo conscientemente la ley, que llevasen a cabo su cometido. Una labor, por lo demás, que desempeñaron como agentes del Orden del Estado –es decir, actuando en representación y defensa de la soberanía nacional– para impedir que se materializase el referéndum inconstitucional.

  Creo por ello que todos los españoles deberíamos felicitarnos y sentirnos orgullosos de saber que nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, están (no como ocurre en los regímenes totalitarios, a las órdenes de sus gobiernos para reprimir a la población) al servicio del conjunto de la ciudadanía, velando por nuestra seguridad, por el estricto cumplimiento de las leyes que posibilitan la convivencia, y por la salvaguarda de nuestros derechos y libertades.