viernes, 29 de septiembre de 2017

Libres e Iguales


La discriminación racial, aún latente en nuestros días, solo podrá ser erradicada mediante la educación en valores que promuevan la convivencia

Luis Negro Marco / Historiador y periodista

Hace un par de semanas se estrenaba en las salas de cine de España la película Detroit, de la directora estadounidense Catherine Bigelow. Casi dos horas y media de intenso metraje que muestran el odio y brecha social que generaron, y siguen causando, las leyes de segregación racial contra los afroamericanos en los Estados Unidos, vigentes hasta finales de los sesenta.

  La película se centra en los desórdenes civiles protagonizados por la población negra de Detroit, en julio de 2017, en protesta por la creciente y arbitraria represión policial a la que estaba sometida. El punto álgido de aquellos disturbios se produjo cuando en la noche del día 25, agentes de la policía local de Detroit asaltaron el Algiers Motel en busca de un supuesto francotirador que les habría disparado desde una de sus ventanas. La  brutal y cruenta actuación policial se saldó con el asesinato de tres jóvenes negros (Carl Copper, Aubrey Pollard y Fred Temple) completamente inocentes, quienes en el momento de la intervención de la policía  se encontraban en compañía de dos jóvenes blancas, victimas igualmente de la represión policial, si bien ellas tuvieron la fortuna de salvar sus vidas. Tres policías fueron posteriormente juzgados por aquellos sucesos. Sin embargo fueron absueltos de todos los cargos (no obstante no volverían ya a incorporarse al servicio activo)
Dibujo de Antonio Postigo, publicado en
EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, ilustrando este
artículo. Edición del miércoles,
27 de septiembre de 2017
por un juzgado formado solo por blancos.

  Los disturbios raciales que se  vivieron en el verano de 1967 en Detroit alcanzaron tal magnitud que, para atajarlos, el presidente Lyndon Johnson se vio obligado a movilizar a la Guardia Nacional, y a toda la policía del estado de Michigan. Asimismo, el presidente puso en marcha una comisión nacional de investigación con el triple objetivo de averiguar la verdad de cuanto ocurrió,  el por qué de los desórdenes civiles, y qué medidas habría que tomar para que sucesos semejantes no pudieran volverse a repetir.

   Sin embargo, transcurridos ahora cincuenta años, en muchos estados de Norteamérica las cosas parecen no haber cambiado en nada. Precisamente, hace tan solo unos días, la ciudad de San Luis volvía a ser escenario de grandes protestas protagonizadas por la poblacion negra, indignada al conocer la absolución de un policía que estaba acusado de asesinar con su arma, el 20 de agosto de 2014 en San Luis, a un joven afroamericano (Michael Brown) tras haber intentado robar en una tienda.

 Llama poderosamente la atención que sean precisamente los Estados Unidos –que aparecen como paradigma de la libertad– en donde la segregación racial se manifieste de manera tan palpable, y en donde organizaciones racistas, como el Ku Klux Klan no solo sean permitidas, sino que además gocen de un extraordinario poder, siendo uno de los lobbys más poderosos de la nación. Otorgar el grado de normalidad a esta situación sería tanto como dar por válida la desigualdad a la hora de aplicar la justicia en función del color de la piel, creencia religiosa, sexo o inclinación política.

Cartel de la película DETROIT, de la
directora estadounidense Catherine Bigelow
Film estrenado en España el 15 de septiembre
 Pero pensemos ahora en España y en los cientos de miles de inmigrantes “ilegales” o “en proceso de regularización”. En el caso de las mujeres, muchas de ellas se dedican al cuidado de los enfermos,  del hogar, y de las personas de avanzada edad, a cambio en infinidad de ocasiones, de unos mínimos salarios y jornadas de trabajo que exceden en mucho lo establecido en el calendario laboral. Y lo mismo sucede en el caso de los hombres cuando trabajan, ya  sea en el campo o en la construcción. Bien es cierto que tales situaciones de precariedad, quizás por aquello de la globalización, afectan también a sectores sociales de carácter muy diverso.

 En los últimos meses del mandato de Obama cobró pujanza en Norteamérica el movimiento afroamericano: “Black Lives Matter” (las vidas de los negros también son importantes), en protesta por la constatación real de que la mayoría de los muertos en los Estados Unidos por disparos de la policía son afroamericanos. Quizás el problema subyace –en última instancia– en el propio sistema educativo estadounidense, y en los valores y constructo social que el sistema quiere lograr como base para su modelo ideal de nación. Si no es integral e ignora a determinados sectores –como hasta ahora– la fractura seguirá abierta y la cohesión social será inviable.

 Porque todas las vidas son, y deben ser igual de importantes, cobra todo su sentido, una de las pancartas que pudieron verse recientemente en San Luis, recordando la memoria del joven afroamericano asesinado en 2014: “We come in peace to fight for justice”: Avanzamos hacia la paz, luchando por la justicia.

lunes, 18 de septiembre de 2017

La batalla carlista de Villar de los Navarros fue narrada por el periodista del THE MORNING POST, Richard Lewis Gruneisen, el primer corresponsal de guerra

Por segundo año consecutivo, entre el 25 y 27 de agosto, las localidades de Herrera y Villar de los Navarros, recrearon aquel importante episodio de la primera guerra carlista en Aragón, cuya crónica fue escrita para THE MORNING POST por el periodista londinense Richard Lewis Gruneisen, quien empotrado en el ejército carlista de Don Carlos, está considerado como el primer corresponsal de guerra de la historia.

Vista de la localidad zaragozana de VILLAR DE LOS NAVARROS, donde el 24 de agosto de 1837,
en el marco de la Primera Guerra Carlista (1833-1840), tuvo lugar la batalla de su nombre, cuya
victoria para el ejército carlista de Carlos V, puso prácticamente en sus manos la Corona de España

 Foto: Luis Negro Marco
Luis Negro Marco / Historiador y periodista

  Como este año, aquel caluroso 24 de agosto de 1837 cayó también jueves. El día anterior, las localidades zaragozanas de Herrera y Villar de los Navarros habían acogido a dos ilustres huéspedes que, provenientes de Muniesa, iban acompañados por un imponente ejército integrado por siete mil soldados carlistas. Se trataba del pretendiente a la Corona de España, Carlos V, y de su sobrino, el Infante Sebastián Gabriel, que comandaba las tropas.

 Era una etapa más de la larga marcha que desde hacía poco más de tres meses el Pretendiente carlista había emprendido desde su cuartel real, en la localidad navarra de Estella. Su objetivo final era llegar con su ejército a Madrid, y ocupar el trono que, de acuerdo a las leyes sucesorias de la Corona entonces imperantes en España, creía que le correspondía, en vez de a su sobrina –la reina Isabel II, entonces de tan solo siete años de edad–, que había sido proclamada en septiembre de 1833, a la muerte de su padre Fernando VII.

 Conocedor el Gobierno (el general Baldomero Espartero se había hecho cargo de él apenas una
Herrera de los Navarros, distante a apenas siete kilómetros de Villar de los Navarros, fue la localidad
en la que se inició la batalla, toda vez que a ella llegaron las tropas del isabelino general Buerens, en
mañana del 24 de agosto de 1837, provocando la falsa retirada de los carlistas hacia el
santuario de la Virgen de Herrera, y Val de Navarra, término de Villar de los Navarros. 
                                                                                                                                                                        Foto: Luis Negro Marco
semana antes, el día 18 de agosto) de las intenciones del Pretendiente, y con el objeto de hacer imposible su propósito, había creado una fuerza específica: el Ejército del Centro, bajo las órdenes del propio general Espartero y las del general Marcelino Oráa, comandante de las fuerzas de Aragón, Valencia y Murcia.

  El 23 de agosto de 1837 el avezado “Lobo Cano” (que con este apodo designaban los soldados carlistas al isabelino Oráa), sabedor de la comprometida posición de los expedicionarios realistas en Villar y Herrera de los Navarros, se situó con su división en Daroca, ordenando a su mariscal de campo, Clemente Buerens, se situase con la suya en Belchite, encerrando así en una tenaza al ejército carlista.

 Sin embargo, sorpresivamente, y sin esperar la ayuda de su superior Oráa, el brigadier Buerens, al mando de seis mil soldados, ordenó avanzar a sus tropas hasta Herrera de los Navarros. Así, en las primeras horas del día 24 de agosto de 1837, los carlistas, al verlos llegar, retrocedieron hacia la cercana población de Villar de los Navarros, fingiendo que se batían en retirada. Buerens cayó en la trampa y mandó cargar contra ellos a su caballería, pero al llegar a un barranco, ya en el término del Villar, fue recibida desde las alturas con un nutrido fuego de fusilería.


Villar de los Navarros. Tarde del 25 de agosto de 2017. recreación de la batalla carlista de 1837 en
el campo de la ermita de "Santa Bárbara", por parte de los grupos pertenecientes a la "Asociación
Cultural de Amigos del Museo Miliar de Valencia", y de la Asociación Histórico-Cultural "Heroinas
Unidas y Húsares de Aragón".- 
Foto: Luis Negro Marco
Desconcertado el general isabelino por aquella emboscada, cometería aún un segundo y definitivo error, al mandar a sus fuerzas intentar avanzar a través de un angosto paso al final del cual, tranquilamente, les aguardaba el grueso del ejército carlista, cuyos escuadrones de caballería comandaba el turolense Joaquín Quílez, junto al navarro coronel Lucus (conocido con el apodo de Manolín, debido a su baja estatura). Ambos contribuyeron de manera decisiva a la victoria final que los carlistas obtuvieron en la acción de Herrera, y ambos también, encontraron la muerte en ella.

 El triunfo obtenido en Villar de los Navarros fue de tal magnitud, que a juicio de algunos historiadores pudo haber sido decisivo para el destino de la monarquía en España, en favor de la dinastía carlista.

 La cara triste de aquel episodio histórico fue la de los casi dos mil prisioneros, entre ellos el general Ramón Solano, los cuales –trasladados en muy penosas condiciones, y despojados de la práctica totalidad de su ropas– fueron trasladados a partir del día siguiente hasta la localidad turolense de Villarluengo, inicio para ellos de un penoso calvario de meses, a través de distintas cárceles por todo el Maestrazgo aragonés, que acabó costando la vida a la mayor parte de ellos.

 
La batalla de Villar de los Navarros fue narrada
por el que está considerado primer corresponsal de
 guerra,  "empotrado" como reportero del diario londinense
 
THE MORNING POST, en el ejercito de Don Carlos V.-
 La película-documental sobre este reportero inglés:
 
RICHARD LEWIS GRUNEISEN (1806-1879) fue
estrenada en 2017. Dirigida por Jorge Semprún,
 ha contado con la colaboración del historiador
 Alfonso Bullón de Mendoza, así  como con la de algunos
 de los reporteros de guerra más reconocidos de
España, como son: Rosa María Calaf,
Alfonso Armada, Jesús González Green, y Alberto
Vázquez Figueroa
, entre otros.
La producción de la película ha corrido por cuenta de la
FUNDACIÓN LARRAMENDI
Precisamente, fue un reportero inglés del Morning Post, Charles Lewis Gruneisen (1806-1879), que se había unido a los expedicionarios carlistas en Cantavieja pocos días antes de la batalla de Villar de los Navarros, uno de quienes más intercedió ante el Pretendiente Carlos V para que se tratase a los prisioneros de Herrera con clemencia, de acuerdo al Convenio de Eliot, que había sido aceptado por ambos ejércitos contendientes en abril de 1835, para humanizar una guerra que había alcanzado cotas extremas de crueldad.

 Se sabe que Charles Gruneisen envió la crónica de la batalla de Villar de los Navarros a su periódico de Londres, The Morning Post, y que ésta fue publicada el 8 de septiembre. De esta forma, el periodista inglés (que posteriormente escribiría un libro sobre sus vivencias periodísticas en España, y que a su vez fue un destacado crítico de ópera), se convirtió –en tierras aragonesas– en el primer corresponsal de guerra, casi veinte años antes de que el también británico Howard Russell (considerado el padre del periodismo de guerra), enviase sus crónicas sobre la guerra de Crimea, la primera también de la que se hicieron fotografías para ser publicadas en la prensa.