El
habla de los aragoneses IIIII
Luis Negro Marco / Zaragoza
Dijo Joaquín Costa, hace ya más de cien años, con clarividencia
absoluta (“clarico del todo”) que “Aragón se define por su Derecho”,
pudiendo nosotros ahora añadir: “y por su
habla”. Porque Derecho y lengua, nos cohesionan, más allá del estereotipado
“mañico noble, tozudo y cabezudo”.
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Portada del libro "Curso de Oregonés para Foranos" que recopila las "lecciones de oregonés" emitidas en el programa de humor Oregón Televisión de "TV-Aragón" |
A causa de la emigración de los años sesenta (que han hecho de Valencia, Zaragoza y Barcelona las ciudades con más habitantes de muchos pueblos de Aragón) se produjo en las personas emigradas un sorprendente fenómeno sociológico consistente en la consciente renuncia a sus raíces, considerando que éstas les hacían inferiores a los de la capital...
Fueron así muy populares, allá por finales de los años sesenta y
principios de los setenta, en muchos pueblos aragoneses, frases como la
siguiente: “¿Oe có, t´has dau cuenta el
tal que s´ha ido a Zaragoza y ha güelto con acento catalán?”. Y siendo que
se conocían de toda la vida, cuando muchos de los que vivían en la capital
volvían al pueblo por verano, hacían como que no se “alcordaban” ya del tió o
la tiá tal, haciéndose los “folasteros”. Casi como cuando en las
películas del Oeste, el scheriff
entra en el “Saloon” del pueblo, se
acerca a la barra en la que un hombre, solo y de espaldas a todos, "se está apretando un güisqui” y el scheriff le dice: “¿Qué
ha venido a buscar aquí forastero?”. Y así, la primera renuncia, sobre todo
de quienes emigraron, fue la de su propio modo de hablar, no fuera a ser que
los de la capital les pusieran la etiqueta de “cazurros pueblerinos”. Paco Martínez Soria lo clavó en su película
“La ciudad no es para mí”.
Y sin embargo, nuestro modo de hablar
tradicional es un tesoro enorme (“grandismo”)
que solo ahora, cuando corremos el riesgo de que se pierda, estamos empezando a
valorar y apreciar. Identificados por las risas que nos provocan los sketchs del “Curso de Oregonés para Foranos” de la Televisión de Aragón, el sentido
del humor somarda tan típicamente aragonés, se ha demostrado (en esta época en que el
color “royo chorizo” de los muchos “ababoles” que hay en España empieza a
relucir) como la mejor herramienta posible de cohesión, estabilidad, paz social
y conciencia identitaria de los aragoneses.
Los autores del libro “Aragonés para foranos” –José Videgaín y José Antonio Bernal– cuyo
volumen II acaba de publicar “Mira Editores”, dicen que han conseguido
recopilar hasta 12.000 palabras y expresiones propias de Aragón, las cuales (lo
digo con seriedad y convicción absolutas) deberían ser declaradas ¡ya! –apelo a
la sensibilidad cultural de nuestros representantes políticos– como BIC (Bien
de Interés Cultural) de España.
Para argumentar y ejemplificar lo anterior, plasmo
a continuación algunas de las expresiones y palabras aragonesas que desde mi
infancia solo he oído en Aragón, pero que siempre he considerado de lo más
normal; por ejemplo: Me quedo (siempre que haya confianza entre los
interlocutores) con la coloquial interjección: “Aibar d´ahi, cós” en vez de la más distante y excesivamente formal:
“¿Podéis hacer el favor de apartaos de
ahí, por favor?”. En Aragón, como le oía decir recientemente al editor
turolense Joaquín Casanova, siempre hemos dicho de una silla que está “esganguillada” cuando le falla una o
alguna de sus patas; una palabra, verdaderamente magistral, porque ¿puede acaso haber una más fiel que esa
para referirnos a ese peculiar ruido (“ñiec,
ñiec”) que hace la silla cuando sus
patas esganguillean?. Por extensión
decimos de alguien, cuando está muy cansado y casi fenecido, que está “esganguilladico del todo”.
Por otro lado, en Aragón
llamamos “matacía” al acto tan
tradicional y nuestro (elemental para la dieta y subsistencia de buena parte de
los aragoneses hasta no hace muchos años) de matar al tocino y hacer el
mondongo, y nunca hemos utilizado la expresión, netamente castellana, de la “matanza del cerdo”, que además suena
como más “blefa” y “desunstanciada”. Por extensión, cuando
se produce una masacre en una guerra, como por desgracia aún tantas veces ocurre,
decimos por ejemplo: “Menuda matacía lo
de Siria (o lo de Egipto)”.
En cuanto al lenguaje de las cocinas, nuestras
madres siempre decían “el pirulo de la olla” y jamás se les
hubiera pasado siquiera por la cabeza decir: la “válvula reguladora del vapor de la olla a presión”. Asimismo, como
el pirulo de la olla da vueltas, en Aragón es muy frecuente la expresión
(cuando alguien está muy nervioso, azacanadico
y no hace más que pasear de un lado a otro): “Anda maño, que das más vueltas que
un pirulo”.
Pasando a las labores del campo, y relacionado
con el cultivo del azafrán, en Aragón, desde siempre, se “atufarra o entufarra al
ratón” (y no se le ahoga) cuando se introduce en el agujero en que anida –con
la ayuda de un fuelle– el humo que sale a través del “pichorro” de un
“testarro” “lleno brasas”. La flor
del azafrán en Aragón se “esbrina”
y no “se desbrizna”, y “las esbrinadoras castellanas” eran las
mozas que antaño, en los pueblos del Campo de Bello, se contrataban en los
colindantes de Guadalajara, por los meses de Octubre y Noviembre, para ayudar
en las labores del “esbrinau” del
azafrán.
Pasando a los fenómenos atmosféricos, en
Aragón tenemos palabras tan hermosas y únicas como “Aravogue” para referirnos
al veraniego vendaval repentino de aire que presagia el “Orache” o gran
tormenta de verano. ¿Y qué decir del viento invernal del Noroeste-Sureste que
tanto caracteriza a nuestro Valle del Ebro? Cuando el cierzo arrecia, es
frecuente que muchos de los tejados sufran daños y haya que retejar las casas.
En una ocasión, siendo verano, y estando yo en un pueblo del Bajo Aragón turolense,
empezó a soplar un fuerte viento acompañado de unos negros nubarrones; entonces
un anciano, que estaba a la solana, sentado en el mismo banco de cemento que
yo, –impertérrito, con la barbilla apoyada en la gayata– dijo con pasmosa
tranquilidad y sin levantar su mirada: “Esto…
alguna solanada d´aire que se llevará el copón entero”. Me pareció una
frase genial, la demostración lingüística definitiva de la máxima de Baltasar Gracián: “Lo bueno si breve, dos veces bueno”.
Y es que en Aragón tenemos palabras tan
bonitas y nuestras: “badil”
(recogedor de brasas), “traudes”
(trébedes), “pozal” (cubo), “tremolar de frío” (temblar de frío), “amolar” (fastidiar), “marramiau” (¡que te lo crees tú!), “atospar” (embestida de un animal), “regacha” (rendija), “redonchel” (círculo), “pardal” (chiquillo), “rujiar” (remojar la calle en verano), “astraleta” (hachuelo), “la segur”
(el hacha), “las purnas” (los chispazos de la hoguera), “esbarizaculos” (tobogán), “oncejo” (vencejo), “entiporrar” (hartarse de comer), “endivocar” (equivocar), “pipirigallo”
(alfalfa)… y así podríamos seguir casi ad infinitum.
Economía y precisión absolutas en el lenguaje:
de este modo podemos definir nuestra lengua y modo de hablar, motivos ambos de
orgullo e identidad de cuantos hemos nacido y crecido en Aragón y de cuantos en
la actualidad somos y nos sentimos, con orgullo, aragoneses, y también, por
ello, españoles.
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