domingo, 15 de febrero de 2015

En las artes del saber amar y del saber ser amados, bien podrían encontrarse las claves de la felicidad


 El Periódico de Aragón

El amor en la historia

En nuestra cultura occidental, la palabra amor aún nos evoca a la mitología clásica, y al travieso Cupido arrojando flechas de amor sobre corazones solitarios para despertar su pasión. Las diosas del amor fueron las más conocidas, populares y solicitadas de cualquier panteón de la Antigüedad. Así, el templo romano de mayores dimensiones pertenecía a Venus, diosa del amor sensual pero también de la naturaleza armoniosa.
Pero en las civilizaciones antiguas, la definición del amor asociado a sus divinidades, fue siempre amplia, incluido el amor maternal, el de la amistad y el eros, o amor sexual. El filósofo griego Platón fue quien, ya en el siglo IV antes de Cristo, distinguió dos tipos de amor: uno, el que se correspondía con la diosa Afrodita Urania, cuyo amor era espiritual o divino; el otro, el de Afrodita Pandemo, que representaba el amor profano.
Vinculadas al agua, los objetos relucientes, y las joyas, una de las más célebres diosas del amor asociada a las flores fue la azteca Xochiquetzal, madre de todas las cosas. Asimismo, la diosa del amor Erzulie (originaria deBenín, en África occidental) cruzó el Atlántico a bordo de barcos negreros hasta convertirse en divinidad dominante del panteón vudú en las islas del Caribe, principalmente Haití.
Y ya en fechas mucho más próximas a nuestros días, el filósofo suizo Denis de Rougemont, afirmaba en 1971 (en su libro El Amor y Occidente) que el amor no había existido siempre, y que fue una invención francesa del siglo XII. Afirmación tan categórica como infundada, lo cierto esque fue en el siglo XII cuando el duque de Aquitania, Guillermo IX, generalizó a través de sus poemas eróticos la noción del amor como motivo primordial de la existencia; creando al mismo tiempo la figura del amante, con una ética propia, opuesta al modelo de santo de la Iglesia y al héroe de la
epopeya.
Interesante también fue la teoría del medievalista francés Georges Duby, según la cual, los trovadores se habrían convertido durante la Alta Edad Media, en portadores de la baja aristocracia, la de los caballeros, cuyo amor vendría a ser el único medio de hacer que la alta aristocracia de los señores, simbolizada en la "dama", reconociera su dignidad.
El siglo XVI supondría un cambio cualitativo en la concepción del amor en Europa, propiciada por los nuevos paradigmas generados por la dialéctica entre el Renacimiento, la Reforma protestante y la Contrarreforma. En este contexto destacó la labor intelectual de Margarita de Valois (1492-1549) cuya producción literaria (al igual que el Arcipreste de Hita en su Libro del Buen Amor) proclama una victoria del corazón --es decir, del amor-- sobre la razón. Siguiendo el ejemplo del Decamerón de Bocaccio, escribió un libro de gran sensibilidad para la comprensión del arsamandi, titulado Las Cortes del Amor: una colección de cuentos, en los que sitúa el amor por encima del honor y sublima el culto a la pasión amorosa.
Y completando el bucle de la literatura amorosa, interesante es también la relación existente entre la historia de los Amantes de Teruel (Diego e Isabel) yla anteriormente obra citada: El Decamerón de Bocaccio. Así, y según un artículo que Hartzenbusch publicó en 1843, la historia de los amantes pronto habría sido propagada por los aragoneses (que entonces dominaban en Sicilia y mantenían relaciones con Nápoles y toda Italia), de manera que bien pudo servir de base para que Bocaccio, hacia 1350, escribiera en su Decamerón el cuento de Girólamo y Salvestra. Incluso podría ser que los nombres ficticios que tienen los protagonistas en el cuento del Decamerón, provengan de una adaptación de los dos apellidos auténticos turolenses (Marsilla et Segura) de acuerdo a un anagrama ideado por el autor italiano.
Teruel, como paradigma del amor, alberga en la provincia otra interesante manifestación del sentimiento que da sentido a la existencia de la humanidad. El escritor Manuel Polo y Peyrolón lo relató con gracia y delicadeza en Los Mayos de la Sierra de Albarracín, libro publicado en 1916. Menéndez Pelayo escribía en su prólogo: "Habla de los amores entre un muchacho y una garrida moza, que se perecen el uno por el otro, aunque los padres tienen allá sus enemistades, igual que Castelvinos y Monteses en la tragediade Shakespeare". Y es que en las artes del saber amar y del saber ser amados, bien podrían encontrarse las claves de la verdadera felicidad.

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