sábado, 6 de febrero de 2016

San Valero, ventolero, bien vale un buen roscón

El Periódico de Aragón. Noticias de Zaragoza, Huesca y Teruel

Roscones, roscas y rosquillas

Luis Negro Marco / Xinzo de Limia

 El roscón es a San Valero como la tranga al Carnaval. Con o sin nata, los roscones se comían ya en la antigua Roma y en torno a las mismas fechas en las que Zaragoza celebra a su patrón. Dentro del roscón se escondía el haba, y a quien en suerte tocaba la sorpresa se convertía en el rey o la reina de la comparsa. Reinado que tan solo duraba unos días (“Reina por un día”, como el vetusto programa de televisión  del que ahora solo se acordarán las personas más que cincuentenarias), pues tras la fiesta el pueblo volvía a la dura realidad de gobernantes privilegiados y gobernados sometidos. Días de fiesta en los que, como es la excepción la que confirma la regla, los esclavos mandaban sobre sus amos –se supone que sin dejarles que se emocionasen demasiado– y se hacían servir por ellos.

La vida, al igual que la Tierra, da muchas  vueltas
Foto: L. N. M.
 La festividad de San Valero coincide con las del comienzo de las celebraciones de apertura de las puertas del año. Días en los que el mes de enero se agosta, y en los que aun cuando los fríos hacen tiritar por las mañanas y la ventolera despeina, se barruntan los tiempos más plácidos de las calores primaverales que han de llegar.

 Desde que la Humanidad empezó a tomar conciencia sobre su propia existencia en la Tierra, hace 40.000 años, tuvo necesidad de plasmar un ideograma del mundo en el que habitaba, el cual ya intuyó de forma esférica y redondo. La Tierra, como la vida, da muchas vueltas, al igual que la caprichosa rueda de la fortuna. Un día se está abajo, pero quizás, al siguiente se haya subido arriba, y viceversa. A este cambio constante, no sometido siempre a reglas fijas, y por tanto impredecible, es a lo que los físicos han llamado “entropía”, que vendría a significar la incertidumbre –o ausencia de certeza– sobre los acontecimientos, y que entraña un potencial enorme de comunicación por descifrar. De manera que a mayor certeza sobre los acontecimientos, menor grado de entropía, y por tanto mayor redundancia y menores posibilidades de comunicación y aprendizaje.

 El círculo ha sido la figura geométrica que ha identificado desde sus inicios, a todas las civilizaciones del planeta. Los trisqueles celtas, pero también los rosetones románicos y góticos de las catedrales invocan la luz que otorga la vida al mundo. El roscón, se convierte así en un dulce (a quién le amarga comerlos) simbólico y ejemplarizante en el que se sintetiza la cósmica e infinita sabiduría que rige nuestra existencia.

Curiosamente, son muchas las expresiones que derivan del término roscón. Así utilizamos la expresión “hacer la rosca” o “hacer la rosquilla” para referirnos a quien obsequia elogios desmedidos hacia una tercera persona para congraciarse con ella, o implorar su favor. Y mete un gol “de rosca” el futbolista que lo hace golpeando el balón de manera que gira en el aire dibujando una elipse hasta colarse en la portería. Y por supuesto, los buenos estudiantes siempre han de evitar “el rosco”, así como esmerarse en completarlo los concursantes de Pasapalabra.  Y no hay romerías que se precien de serlas sin dulces rosquillas con que obsequiar al santo, ni padrinos que no regalen una buena rosca a sus ahijados por su cumpleaños. Es 29 de enero, y San Valero, bien vale, aunque ventolero, un buen roscón.

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